Miguel Baquero
Hace tiempo que el haiku dejó de ser un aditamento exótico entre nosotros, en la órbita castellanohablante quiero decir. Autores como Mario Benedetti han compuesto libros íntegramente sobre esta forma de poesía tradicional japonesa; y en nuestro país, a día de hoy, se imparten talleres de haiku con gran aceptación, se organizan certámenes y encuentros, han aparecido incluso revistas centradas en el género y el resultado es el surgimiento de poetas de extraordinaria calidad como la valenciana Susana Benet (recomiendo, para los aficionados a esta forma de poesía, su blog Noches blancas, donde podrán encontrar haikus tan espléndidos como este: «Nadie recoge / esa ropa tendida / bajo la lluvia»).
Con la mayor humildad, voy a aprovechar este excelente haiku de Benet para introducir la reseña de Entre paréntesis, el último poemario de la madrileña Ana Pérez Cañamares. Poeta consolidada con libros como La alambrada de mi boca o Alfabeto de cicatrices, reciente premio Blas de Otero de poesía por Las sumas y los restos, y sostenedora también de un excelente y muy recomendable blog poético, El alma disponible, Pérez Cañamares acaba de publicar, con la editorial La Baragaña, de Mallorca, un libro compuesto de diferentes haikus.
Digo que el texto de Benet me va a servir de introducción porque, como apéndice final al libro de Pérez Cañamares, se recoge la opinión de la autora sobre el género, así como algunas observaciones teóricas de los más importantes cultivadores originales del haiku (con lo cual este Entre paréntesis adquiere también una dimensión interesante para quienes quieran iniciarse o ahondar en esta forma poética). Apuntan dichos comentarios a la esencia del haiku. Ésta parte básicamente de la contemplación de la naturaleza en espera —aunque quizás sobre aquí ese componente de impaciencia—, en disposición más bien de captar ese fogonazo de lo sublime que parte de las pequeñas cosas del entorno y que durante unos instantes sitúa al hombre en concordancia con un todo superior. Mal explicado —disculpará el lector; los teóricos cuyos textos se recogen en este libro y la autora lo hacen infinitamente mejor— esa sería la esencia del haiku: captar lo sublime de un momento, aprehender con palabras una maravilla efímera.
Sin embargo, y como también se apunta en el estudio que acompaña a esta colección de haikus, la llegada y asimilación por la cultura occidental de esta forma de poesía tradicional japonesa originó ciertas «variaciones» sobre la base original. Al contacto con la cultura occidental, por ejemplo, se integró en el haiku el ingenio, cuando la principal característica de esta poesía es «la naturalidad que procede del corazón», según Bashô; se integró asimismo la reflexión, la búsqueda de un sentido en lo que se observa; y se integró la metáfora, la plasticidad del momento observado, que no existía en el original japonés pues «al escritor de haikus no le importa la belleza (…) como es concebida en Occidente». Junto con ello, y aunque se mantuvo la observación de la naturaleza como eje, también se aceptó en este lado del globo el desencadenante de elementos de la vida cotidiana y aun objetos industriales.
La propia Pérez Cañamares se acusa en el prólogo de todos estos pecados: «En mis haikus mi ego se colaba demasiado a menudo; otras veces, resultaban demasiado abstractos o rebuscados o literarios; incluían metáforas y otras figuras que los alojaban de su ideal desnudez y despojamiento de todo adorno». Pese a todo, la autora consigue llevar adelante una buena colección de estos haikus podríamos decir «occidentalizados» de cuya calidad final pueden dar fe algunos como este: «La contraseña / para entrar en la lluvia / es el silencio», o este otro: «En nuestros pechos / cabe todo el vacío / de los adioses». Algo hay también de esta combinación de lo oriental con nuestra estética en los excelentes haikus de Susana Benet, y pienso que tanto en el caso de ella como en el de Pérez Cañamares, el resultado no puede ser sino enriquecedor. En todo caso, Entre paréntesis es una excelente invitación al lector para que juzgue de las posibilidades, que al reseñista se le antojan muchas y de altísimo nivel, de esta forma digamos «refundida» de poesía.
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