Cristina Davó Rubí
Beryl Bainbridge (Liverpool, 1932 - Londres, 2010) es considerada una de las novelistas británicas más relevantes del siglo XX. Autora de dieciocho novelas, dos libros de viajes, dos ensayos, dos volúmenes de relatos y cinco obras para teatro y televisión. Sin embargo, aunque nominada en cinco ocasiones al prestigioso premio Man Booker, no fue hasta su muerte cuando se le concedió póstumamente. Después de que Ático de los Libros editara dos de sus mejores novelas, La cena de los infieles y La excursión, la misma editorial publica ahora la novela que obsesionó a la autora durante los últimos años de su vida: La chica con el vestido de topos. Basada en sus propios recuerdos de un viaje de tres semanas que realizó de joven por Estados Unidos, en 1968, de Washington a San Francisco. De hecho, los primeros escritos de Bainbridge fueron alimentándose de su propia existencia, contando vivencias de su infancia. La joven Beryl empezó a plasmar todas estas experiencias, como entretenimiento, en unos turbulentos diarios, que décadas más tarde le sirvieron para el eje central de la que sería su postrera novela. Las últimas treinta y cinco páginas de La chica con el vestido de topos fueron escritas por su amigo y editor, Brendan King, a partir de las sugerencias que le hizo en su lecho de muerte la propia autora, que falleció a causa de un cáncer a los setenta y siete años.
Rose, una joven británica, cruza Estados Unidos junto a Harold, buscando a un hombre que había conocido en su Inglaterra natal durante la infancia, el carismático doctor Wheeler, maestro y protector de la niña, pero absolutamente escurridizo. En cada una de las paradas que realizan los dos protagonistas donde creen que encontrarán al doctor, éste ya ha desaparecido, siempre un paso por delante de ellos. Viajan en la furgoneta Volkswagen de Harold, que además carga con todo el peso económico del viaje, mientras Rose vive su particular sueño americano. La relación entre ellos es complicada: silencios, diálogos secos, innumerables choques –por medio de lo cual la autora da cuenta de la atormentada psicología de ambos personajes–. Harold cree que Rose tiene un carácter infantil, cercano al retraso mental, mientras que ella considera que Harold no la entiende.
Harold quiere encontrar a Wheeler para vengarse, pues le culpa de la muerte de su esposa, que lo dejó por una aventura con él y se suicidó cuando éste la abandonó. Para lograr su objetivo se vale de la ingenuidad de Rose, quien, a su vez, sueña con que Wheeler le ofrecerá un trabajo y podrá quedarse con él en Los Ángeles. Finalmente, el doctor parece encontrarse en el hotel Ambassador, formando parte de la comitiva del fiscal, justo cuando Robert Kennedy acaba de ganar las primarias y será asesinado. No se debe despreciar el trasfondo político de esta historia realista, a pesar de las sugerentes imágenes y el marcado simbolismo que contiene. Pero, en realidad, si tienen algo que ver los dos protagonistas con el crimen, en un confuso desenlace, es lo de menos, ya que lo que prevalece en este argumento es la convivencia de dos personas con caracteres, modos de vida y valores opuestos que, sin embargo, comparten el mismo objetivo: dar con Wheeler. Una distancia que parecía insalvable y se va recortando a medida que avanza el relato, porque verdaderamente la meta que ambos persiguen es dar sentido a su existencia.
Al más puro estilo road movie, Harold y Rose se desplazan a lo largo del territorio americano, pasando por diferentes estados mentales, viviendo experiencias diversas, y aprendiendo también el uno del otro. En todas las situaciones que se producen se aprecia cierto punto absurdo, grotesco y cómico, aunque esencialmente conmovedor. El humor de Beryl Baindridge, sutil, como si de una música de fondo se tratase, resulta perverso en algunos momentos, oscuro en otros, turbador siempre. Una prosa ágil y efectiva nos introduce en una historia con múltiples capas, entretenida y tensa a partes iguales.
Una notable comedia negra de una autora cuya agitada vida proporcionó la materia prima para sus excelentes ficciones.
1 comentario:
He leído la costurera por casualidad y me ha gustado, aunque la traducción no es buena. Parece que ésta tiene buena pinta.
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