Verónica Aranda
Roberto Arlt (1900-1942) tuvo una vida intensa y novelesca. Escritor autodidacta, se empleó en todo tipo de trabajos, cultivó el periodismo, la narrativa y el teatro, y hasta fundó un laboratorio de invenciones. Sus Aguafuertes porteñas o El juguete rabioso son fundamentales para entender el Buenos Aires de principios del XX con sus arrabales y conventillos, sus tipos pintorescos, las olas de inmigración europea y el lunfardo, jerga de los bajos fondos de la capital argentina, fruto del gran crisol cultural y lingüístico, de la que el escritor argentino dio amplio testimonio.
El criador de gorilas es un libro raro y sorprendente dentro de la obra arltiana. Deja de un lado la temática urbana, porteña, para ampliar horizontes hacia el exotismo y la literatura de viajes. Después de su paso por España en 1935, enviado por el periódico argentino El Mundo, donde escribió sus Aguafuertes españolas, Arlt visita en 1936 Ceuta y el norte de Marruecos y queda fascinado por aquellas tierras donde se puede retroceder en el tiempo cuatrocientos años. En palabras del autor, «África es la luna. Así como suena. La luna.» Fruto de esa experiencia, surge El criador de gorilas, el último libro que publicó Roberto Arlt en vida en 1941, y que ha rescatado en 2012 Ediciones del Viento. A medio camino entre lo narrativo y la crónica periodística, el libro se compone de 15 relatos que representan la imagen del Otro, el encuentro de Occidente con Oriente, rechazando estereotipos clásicos y describiendo las grandezas y miserias del ser humano.
Entre los personajes que pueblan los cuentos, aparecen usureros, estafadores, ladrones que fracasan, militares españoles sin escrúpulos, hampistas, truhanes y asesinos, tan característicos de la narrativa arltiana, al igual que el tema del destino y la humillación. En África, sin honradez, se puede llegar a alguna parte, cuenta el narrador en uno de los relatos. El escritor argentino retrata con maestría una época convulsa, cuando el continente africano estaba dominado por el colonialismo europeo. El libro comienza en el Tánger de la época internacional, nido de espías y buscavidas. Una ciudad «donde es ventajoso tener una mala reputación». Y nos va guiando poco a poco por el laberinto misterioso de las medinas, los harenes, la esclavitud o la selva africana. Abundan las descripciones poéticas, detalladas, el estilo ameno y los finales sorprendentes. En algunos cuentos se sirve de un “Zelje” o trovador para que narre la historia y alcanzar así una pretendida objetividad que atenúe la fantasía desmesurada que brota del espacio africano. De este modo, Arlt recupera la forma hoy perdida de las narraciones con marco, a la manera del Decamerón o de Las Mil y una noches.
Lo terrible y la barbarie aparecen en muchos de los relatos. Destacan las historias de crueldad y venganza, o narraciones de muertes espeluznantes: como la de Farjalla, el negrero, que amarrado a un gorila muerto es devorado por las hormigas, o la muerte de la espía inglesa en un barco camino del Cairo aplastada por un ancla. En África la vida no vale nada, y así nos lo cuenta sin tapujos Roberto Arlt. Por otro lado, refleja reiteradamente la vinculación entre el hombre y la bestia, tema recurrente en novelas como El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, donde el espacio africano es el lugar propicio para la metamorfosis.
Una vez que cerramos El criador de gorilas, tenemos la sensación de haber viajado en el tiempo por tierras exóticas —Marruecos, Guinea Ecuatorial, Madagascar, el Congo, Ceilán— y de haber vivido un sinfín de aventuras. Un libro raro de un escritor de culto, maestro de Cortázar y Piglia. Ideal para coleccionas y lectores de Roberto Arlt.
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