María José Montesinos
¡Cuántas veces una metáfora no es sino el recurso más simple y directo para vestir literariamente una historia! Eso nunca sucede en el caso de Sherman Alexie. El paralelismo que establece entre el oficio de montador cinematográfico del protagonista del primero de los relatos de este libro y la forma fragmentada de contar la historia, con flashbacks, cambios de plano y de puntos de vista, resulta una brillante muestra de cómo este autor maneja la escritura al más alto nivel. No es del todo extraño porque la de montador es una profesión de la que ha estado muy cerca Alexie que, además de escritor de relatos y novelas, es también poeta y guionista cinematográfico.
Aparte de lo dicho, es un indio spokane y cour d’alene, dos tribus cercanas cultural y genéticamente de las que apenas quedan unos cientos de miembros en la actualidad. Creció en la reserva de Wellpinit, en Washington, estado en cuya capital, Seattle, sigue viviendo y en cuyas universidades ha estudiado.
Pese a que provenga de una cultura tan singular, no se instala en la excepcionalidad, antes bien posee (y utiliza) una voz universal, tanto por la profundidad y anchura de su mirada sobre el mundo, como por el tratamiento de sus temas y la riqueza de sus recursos estilísticos. Alexie puede narrar en primera persona con igual competencia las reflexiones de una madre soltera, los pensamientos del homófobo hijo de un senador republicano, o los percances emocionales de un infiel comerciante de ropa vintage. Y lo hace con la misma credibilidad que cuando aborda circunstancias más cercanas a su biografía, como las cavilaciones de un padre de familia nativo americano preocupado por la reaparición de una grave enfermedad padecida en la infancia. La prosa poética de Alexie puede hablar de las cosas más lejanas al lector y hacer que éste las sienta como propias. Es capaz de convertir en literatura un cuestionario médico o hacer un tratado de tres páginas sobre la pérdida, tras caer en la cuenta de que el americano medio expresa sus emociones recurriendo a las canciones de las listas de éxito radiofónicas.
El libro va intercalando los relatos con la poesía. Las novias de las ciudades pequeñas le sirven para evocar la complicidad humana ante las adversidades, las disputas infantiles entre hermanos para una defensa de las tradiciones culturales indias, la visión del intento de atropello en un perro para preguntarse «¿Por qué creen los poetas que pueden salvar el mundo? La única vida que puedo salvar es la mía».
La extrema humanidad que aparece en sus creaciones le hace sonar como un clásico aun cuando componga melodías radicalmente contemporáneas.Se trata, a mi parecer, de uno de los mejores escritores de nuestra época. Por eso es muy de agradecer que una editorial pequeña, como la aragonesa Xordica, publique estos relatos, ya lo hizo con su anterior recopilación Diez pequeños indios; ambos con la sobresaliente traducción de Daniel Gascón.
Pese a que Alexie es un escritor viajado y de gran erudición, muchas de estas narraciones cortas se sitúan en el mundo de los nativos americanos. Tal vez porque, como dice, «no es que uno elija su cultura, sino que tropieza y cae sobre ella», o porque una simple anécdota familiar puede resultar más reveladora que un documental de denuncia social. En el relato que da título al libro, un hombre busca por todo el hospital una manta india para su anciano padre, helado de frío bajo las gélidas sábanas de la sala de postoperatorio, cercenado por la diabetes y por lo que en las reservas se considera causa de muerte natural: el alcoholismo.
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