Cristina Davó Rubí
Miguel Ángel Muñoz (Almería, 1970) firma su cuarta obra de ficción, su segunda novela, con La canción de Brenda Lee. Una historia que tiene la música como hilo conductor, si bien su trasfondo es mucho más profundo. Se trata del encuentro en un delicado momento vital del músico de jazz Leonardo Venenori con una diosa del sadomasoquismo llamada Mariam. Por qué un personaje como Leonardo cae absurdamente en las redes de una mujer así tiene que ver con la ficción que el autor ha querido crear para su novela, de manera que el sentido de pequeñez del músico, eclipsado por la figura de su exitoso padre —llamado como él, apodado el Grande—, encuentra una vía de escape y de realce en esa relación de sometimiento. Ya que ni siquiera su ambicioso proyecto musical con el Veneroni´s Quartet parece dar el fruto esperado. En esencia, esto es La canción de Brenda Lee.
Sin embargo, una buena novela necesita de muchos ingredientes para serlo. Y esta contiene desde un recorrido pormenorizado por la historia del jazz y del pop del siglo pasado (Los Ángeles, Simon and Garfunkel, Billie Holliday, Pablo Abraira, Los Canarios, Frank Sinatra, y tantos otros), hasta un estudio puntual de algunos cuadros del Prado, pasando por un crimen pasional y una vida de estrella venida a menos, con un pasado tormentoso y un presente en declive. Miguel Ángel Muñoz, además de moverse en un terreno conocido y trabajado, consigue dar unidad narrativa a una historia en que varias son las puertas que se abren a lo largo del argumento. Al final, en un último capítulo se nos aclara el destino de cada uno de los personajes, y se cierran todas ellas adecuadamente.
Dotado del don de la escritura, el autor almeriense logra, además de una prosa fluida y cuidada en general, pasajes concretos de una belleza próxima a la lírica: «Existían las canciones perfectas (…) pero ¿de cuántas personas podía decirse algo parecido? ¿Cuántas ofrecían su resplandor intenso y cumplían la fascinante promesa contenida en él sin que la luz oscureciera finalmente?» «Los discos, como la vida, estaban formados por un número variable de composiciones, de capítulos independientes. Nadie recordaba ya en qué discos fueron incluidas las grandes canciones clásicas que todo el mundo tarareaba. Los discos, como la vida, eran una penosa construcción incompatible con la aspiración del arte a la permanencia. Existían porque había que ordenar los temas de alguna manera. Recordábamos canciones.» Y precisamente con la memoria de una canción da comienzo cada capítulo, como una música de fondo que nos acompaña en la lectura. Pero el verdadero tema de la novela es la soledad; la melodía del fracaso es la banda sonora de los personajes, pues es esta una historia de múltiples actores. El protagonista es acompañado de un coro de secundarios, identificados todos ellos con cada canción, de dolor, de derrota, de decepción. Como el engaño que representa Brenda Lee, con voz sensual de mujer y cuerpo de niña, así las apariencias son engañosas en este universo literario y las mentiras alimentan y tranquilizan, al menos superficialmente, a sus moradores.
Tras una magnífica aportación al relato breve, con El síndrome Chéjov (2006) y Quédate donde estás (2009), que seguro seguirá creciendo, y El corazón de los caballos (2009), una novela totalmente distinta a esta, Miguel Ángel Muñoz se revela como un autor original, que no está dispuesto a estancarse y que busca cambiar de registro en cada obra y superarse. El resultado es esta novela de capítulos cortos, que se suceden como escenas en una película del Buñuel más surrealista, escrita con la mejor herencia de Cervantes, de tintes fuertemente eróticos, pero delicada, sutil y suave en su cadencia de palabras. «Un cuerpo no es más que un amasijo de sueños y aspiraciones.»
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