Cristina Consuegra
Hay libros que atemperan el acontecer, que lo ajustan a nuestra identidad y nos ayudan a comprender quienes somos. Otros, en un alarde de valentía, desde el sigilo y la cadencia, intentan comprender la vida, aprehenderla para intentar descifrar uno de sus misterios: definir la experiencia de la vida. Algo de esto reside en la respiración del séptimo título de Kevin Canty, Todo. Una de esas grandes sorpresas literarias que 2012 deja, más por lo que silencia que por lo que narra.
A este título no se le deben pedir urgencias ni artificios, tampoco imposturas ni grandes alardes estilísticos No. Nada de eso encontrará el lector en la creación de Canty. Todo exige una mirada cómplice y cercana, instintiva. Una mirada que nos permite recuperar esas partes de nosotros que la celeridad de la rutina hace que olvidemos. Esas partes ligadas a la emoción, al origen. A lo telúrico.
Ambientada en un pequeño pueblo del estado de Montana, Todo articula su historia a partir de la existencia de RL, un hombre de mediana edad, propietario de un pequeño negocio de pesca deportiva, que se enfrenta a lo que la vida tiene de impredecible y sorprendente. A lo que tiene de evocadora y mágica. A RL se le presenta la oportunidad de volver a ser de una forma distinta, quizá más feliz, más honesto consigo mismo; una segunda oportunidad para reconfigurar las coordenadas de su cartografía vital. Con una prosa diáfana y un ritmo que parece reflejo de las cordilleras que abrigan el estado de Montana, Canty va cosiendo a través de RL las experiencias y vidas del resto de personajes: la de su hija Layla, quien se enfrenta a la traición y al amor de las primeras veces; la de June, viuda del que fue su mejor amigo, cuya vida permanece anclada a la memoria y pugna por encontrar una nueva forma de estar en el mundo. Este triángulo singular, marcado por el amor y el dolor, va adentrándose en territorios en los que la emoción dicta las pautas de conducta.
Son muchos los elementos a destacar del entramado narrativo que soporta Todo, tanto en lo formal como en la poético, pero si tuviera que quedarme con uno de esos elementos me quedaría con esa manera tan inteligente con la que Canty establece una conexión entre el lugar donde la historia se desarrolla, ese entorno rústico en el que nada y todo ocurre, donde la vida se vuelve espesa y repetitiva, y los diferentes personajes que conforman el esqueleto de Todo. Ese entorno natural, desbordante de belleza, exige a los protagonistas comportamientos, formas de amar y querer, maneras de ser y estar que nos reconcilian con lo que denominamos condición humana. Relación que hace de Todo una reflexión, en clave de ficción, sobre la belleza de la vida, sobre el amor y la familia, sobre la amistad y la honestidad. Un canto a un lugar, sí, y a la lógica de la naturaleza. Una novela en la que el lector encontrará afectos conocidos, emociones sentidas. Dolor incorporado. Heridas y cicatrices. El lector encontrará vida, mucha, tanta que, por un instante, creerá que nunca antes había vivido.
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