Julián Díez
Tapani Lehtinen, un poeta fracasado, recorre las calles de la Helsinki en llamas de dentro de diez, quizá quince años. En unas ocasiones va solo, en otras le lleva en su taxi un inmigrante magrebí que considera que esa ciudad de vagabundos hacinados en antiguos estadios, epidemias de gripe y bandas de seguratas imponiendo el terror es una tierra de oportunidades en comparación con su país de origen. Tapani busca a su esposa, periodista, que sigue la pista de un asesino que pretende castigar a los promotores del desastre ecológico: capitalistas sin
escrúpulos, oligarcas, los supuestos triunfadores de pocos años atrás, ahora refugiados en urbanizaciones acorazadas o de camino hacia el círculo polar ártico, donde todavía el clima es
soportable.
En su alucinado peregrinaje, el poeta visita repetidamente a personajes que definen su futuro, nuestro futuro: una pareja de amigos suyos que quiere escapar de la ciudad, él un abogado que sabremos que puso su granito de arena en el armagedón; un policía que sigue luchando por inercia, a sabiendas de que no hay forma de detener el derrumbe, pero que es honesto casi por eliminación, por falta de alternativas; el redactor jefe de un periódico que se aferra a la supervivencia de su medio, aunque lo que haga ya no tenga nada que ver con el servicio a la sociedad, sino sólo con la fidelidad a su propio sueldo («Tengo redactores que quieren contar la verdad. Siempre les pregunto qué es la jodida verdad. Y no pueden darme una respuesta en condiciones. Excepto, naturalmente, que la gente tiene que saber. Y yo les pregunto si realmente la gente quiere saber. Sobre todo, si están dispuestos a pagar para saber más»).
El amor de Tapani es sólido, creíble, pese a que asistiremos al descubrimiento de las fisuras en su relación. Su fidelidad, ciega, es un contrapunto con la reconocible debacle de su entorno. Como corresponde a una distopía actual, sobre un futuro plausible ante el que no parece que seamos capaces de dar ninguna solución, Tapani no será capaz de encontrar una salida y no hay ninguna clase de horizonte. Aunque al menos seguirá fiel a sí mismo. Tuomainen no es capaz de ofrecer mucha más esperanza que la individual, pero tiene la compasión suficiente hacia sus personajes como para no dañarles más de lo imprescindible en su contexto. Quizá lo más eficaz de la novela es que no es tremendista: lo que ocurre en ella es duro, pero lo más inquietante es seguramente que deja claro que lo peor está aún por llegar.
Su estilo es seco, eficaz, mucho más en la tradición de la novela negra americana que en la de la nórdica o la literatura distópica. Respecto a la primera, da un giro de tuerca al trasladarse del retrato social a la especulación. En cuanto a su dimensión como distopía, ya ni siquiera resulta llamativo que la mejor obra al respecto publicada el año pasado, la única que se ocupa de lo que el ciudadano medio teme que esté por venir, haya aparecido en una colección que no es de ciencia ficción. Un libro, en suma, relevante, necesario, que parece mentira que nadie haya escrito antes y que resulta increíble que pueda pasar inadvertido.
En su alucinado peregrinaje, el poeta visita repetidamente a personajes que definen su futuro, nuestro futuro: una pareja de amigos suyos que quiere escapar de la ciudad, él un abogado que sabremos que puso su granito de arena en el armagedón; un policía que sigue luchando por inercia, a sabiendas de que no hay forma de detener el derrumbe, pero que es honesto casi por eliminación, por falta de alternativas; el redactor jefe de un periódico que se aferra a la supervivencia de su medio, aunque lo que haga ya no tenga nada que ver con el servicio a la sociedad, sino sólo con la fidelidad a su propio sueldo («Tengo redactores que quieren contar la verdad. Siempre les pregunto qué es la jodida verdad. Y no pueden darme una respuesta en condiciones. Excepto, naturalmente, que la gente tiene que saber. Y yo les pregunto si realmente la gente quiere saber. Sobre todo, si están dispuestos a pagar para saber más»).
El amor de Tapani es sólido, creíble, pese a que asistiremos al descubrimiento de las fisuras en su relación. Su fidelidad, ciega, es un contrapunto con la reconocible debacle de su entorno. Como corresponde a una distopía actual, sobre un futuro plausible ante el que no parece que seamos capaces de dar ninguna solución, Tapani no será capaz de encontrar una salida y no hay ninguna clase de horizonte. Aunque al menos seguirá fiel a sí mismo. Tuomainen no es capaz de ofrecer mucha más esperanza que la individual, pero tiene la compasión suficiente hacia sus personajes como para no dañarles más de lo imprescindible en su contexto. Quizá lo más eficaz de la novela es que no es tremendista: lo que ocurre en ella es duro, pero lo más inquietante es seguramente que deja claro que lo peor está aún por llegar.
Su estilo es seco, eficaz, mucho más en la tradición de la novela negra americana que en la de la nórdica o la literatura distópica. Respecto a la primera, da un giro de tuerca al trasladarse del retrato social a la especulación. En cuanto a su dimensión como distopía, ya ni siquiera resulta llamativo que la mejor obra al respecto publicada el año pasado, la única que se ocupa de lo que el ciudadano medio teme que esté por venir, haya aparecido en una colección que no es de ciencia ficción. Un libro, en suma, relevante, necesario, que parece mentira que nadie haya escrito antes y que resulta increíble que pueda pasar inadvertido.
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