Trad. Laura Martín de Dios. Lumen, Barcelona, 2007, 254 pp. 18€
Leah Bonnín
En el otoño del 2000, a punto de cumplir veintiocho años y de concluir el doctorado en Inmunología, Yiyun Li se dio cuenta de que, en realidad, lo que quería era ser escritora, pero no fue hasta el verano del año siguiente cuando pudo asistir, en la Universidad de Iowa, a las clases de escritura creativa impartidas por el ganador del Pulitzer James Alan McPherson.
Entre otras cosas, Yiyun Li le escuchó decir al profesor que en el mundo occidental, especialmente en América, el enfoque hacia lo individual había hecho que se perdiera la voz de la comunidad, algo que todavía pervivía en la literatura china o japonesa. Y se produjo la revelación, pues Yiyun Li había escrito en primera persona del plural un relato, "Inmortalidad", que le causó una magnífica impresión a James Alan McPherson. La historia del protagonista de "Inmortalidad", la tercera del volumen Los buenos deseos, «como la de todos nosotros, empezó mucho antes de nacer» y está ambientada en un pueblo de la China del siglo XX, aunque la mentalidad de los personajes se remonta a costumbres centenarias o milenarias, de cuando la economía del lugar dependía del suministro de eunucos a las cortes imperiales. En este cuento, como en el titulado "Caquis", también escrito en primera persona del plural, las actuaciones de los individuos están determinadas por su inserción dentro de la comunidad que, a su vez, recibirá las consecuencias de los actos de quienes ha ocupado una posición relevante en la sociedad rural.
Los protagonistas de los relatos que componen el primer volumen de la galardonada escritora de origen chino Yiyun Li —reconocido con el Frank O’Connor Internacional Short Story Award, el Hemingway Foundation/PEN Award y el Guardian First Book Award— se mueven alucinados ante la caída del mundo de férreas seguridades en que habían vivido bajo el maoísmo. Son personajes bajo presión, frágiles, como lo es la abuela Lin, la protagonista del relato que inaugura el volumen, "De más", que ni siquiera encuentra la tranquilidad en la resignada indigencia en que termina después de haber sido despedida de su último trabajo en un internado para hijos de nuevos ricos.
Individuos adultos o ancianos que, tras años de sometimiento, voluntario o no, a la ideología de la dictadura maoísta, se han quedado sin lugar en esa nueva sociedad que camina a marchas forzadas hacia la economía de mercado. E individuos jóvenes que se afanan por encontrar su lugar (abundan mujeres solas o que se divorcian y hombres que reconocen su homosexualidad) en un país nuevo, Estados Unidos, y por liberarse de prejuicios y represiones como la que tuvo lugar en la plaza de Tiananmen en 1989, momento que sirve para definir la pertenencia generacional de Yiyun Li y algunos de los protagonistas de sus relatos.
Pero sobre todo, individuos que intentan construir una vida más allá de la familia y el grupo, por lo que, no les queda más remedio que romper vínculos con un pasado que se les presenta como una especie de castración afectiva. Y hasta tal punto sucede esto que, como en el Yijing, el clásico de filosofía práctica para afrontar las vicisitudes de la vida, los cambios acaban por constituir identidad y biografía. El rechazo de esa castración es lo que, por ejemplo, explica que en el relato "Mil años de buenos deseos" la hija del señor Shi se haya divorciado de su marido chino y tenga un amante de origen rumano. Porque como le dice a su padre en algún momento del relato, «Baba, si te educas en una lengua que jamás utilizas para expresar tus sentimientos, es mucho más fácil adoptar otra para hablar de ellos y la utilizas más. Te conviertes en otra persona». Y es lo que da cuenta del porqué Yiyun Li no escribe en chino, una lengua en la que se censuraba a sí misma, y descubre en el inglés la lengua en que puede expresarse a sí misma y, a su vez, en tanto otra, contar las experiencias propias y ajenas.
Yiyun Li. Una escritora que sólo ha empezado a contar, y estupendamente, en un inglés renovado por la imaginería china, lo mucho que le queda por contar. Quizás haya empezado tarde, pero la suya es una propuesta sólida y conmovedora.
Leah Bonnín
En el otoño del 2000, a punto de cumplir veintiocho años y de concluir el doctorado en Inmunología, Yiyun Li se dio cuenta de que, en realidad, lo que quería era ser escritora, pero no fue hasta el verano del año siguiente cuando pudo asistir, en la Universidad de Iowa, a las clases de escritura creativa impartidas por el ganador del Pulitzer James Alan McPherson.
Entre otras cosas, Yiyun Li le escuchó decir al profesor que en el mundo occidental, especialmente en América, el enfoque hacia lo individual había hecho que se perdiera la voz de la comunidad, algo que todavía pervivía en la literatura china o japonesa. Y se produjo la revelación, pues Yiyun Li había escrito en primera persona del plural un relato, "Inmortalidad", que le causó una magnífica impresión a James Alan McPherson. La historia del protagonista de "Inmortalidad", la tercera del volumen Los buenos deseos, «como la de todos nosotros, empezó mucho antes de nacer» y está ambientada en un pueblo de la China del siglo XX, aunque la mentalidad de los personajes se remonta a costumbres centenarias o milenarias, de cuando la economía del lugar dependía del suministro de eunucos a las cortes imperiales. En este cuento, como en el titulado "Caquis", también escrito en primera persona del plural, las actuaciones de los individuos están determinadas por su inserción dentro de la comunidad que, a su vez, recibirá las consecuencias de los actos de quienes ha ocupado una posición relevante en la sociedad rural.
Los protagonistas de los relatos que componen el primer volumen de la galardonada escritora de origen chino Yiyun Li —reconocido con el Frank O’Connor Internacional Short Story Award, el Hemingway Foundation/PEN Award y el Guardian First Book Award— se mueven alucinados ante la caída del mundo de férreas seguridades en que habían vivido bajo el maoísmo. Son personajes bajo presión, frágiles, como lo es la abuela Lin, la protagonista del relato que inaugura el volumen, "De más", que ni siquiera encuentra la tranquilidad en la resignada indigencia en que termina después de haber sido despedida de su último trabajo en un internado para hijos de nuevos ricos.
Individuos adultos o ancianos que, tras años de sometimiento, voluntario o no, a la ideología de la dictadura maoísta, se han quedado sin lugar en esa nueva sociedad que camina a marchas forzadas hacia la economía de mercado. E individuos jóvenes que se afanan por encontrar su lugar (abundan mujeres solas o que se divorcian y hombres que reconocen su homosexualidad) en un país nuevo, Estados Unidos, y por liberarse de prejuicios y represiones como la que tuvo lugar en la plaza de Tiananmen en 1989, momento que sirve para definir la pertenencia generacional de Yiyun Li y algunos de los protagonistas de sus relatos.
Pero sobre todo, individuos que intentan construir una vida más allá de la familia y el grupo, por lo que, no les queda más remedio que romper vínculos con un pasado que se les presenta como una especie de castración afectiva. Y hasta tal punto sucede esto que, como en el Yijing, el clásico de filosofía práctica para afrontar las vicisitudes de la vida, los cambios acaban por constituir identidad y biografía. El rechazo de esa castración es lo que, por ejemplo, explica que en el relato "Mil años de buenos deseos" la hija del señor Shi se haya divorciado de su marido chino y tenga un amante de origen rumano. Porque como le dice a su padre en algún momento del relato, «Baba, si te educas en una lengua que jamás utilizas para expresar tus sentimientos, es mucho más fácil adoptar otra para hablar de ellos y la utilizas más. Te conviertes en otra persona». Y es lo que da cuenta del porqué Yiyun Li no escribe en chino, una lengua en la que se censuraba a sí misma, y descubre en el inglés la lengua en que puede expresarse a sí misma y, a su vez, en tanto otra, contar las experiencias propias y ajenas.
Yiyun Li. Una escritora que sólo ha empezado a contar, y estupendamente, en un inglés renovado por la imaginería china, lo mucho que le queda por contar. Quizás haya empezado tarde, pero la suya es una propuesta sólida y conmovedora.
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