miércoles, junio 27, 2007

Segunda Antología de poesía china, Marcela de Juan (ed.)

Alianza Editorial, 2007. 294 pp. 7,50 €

Alejandro Luque

Entre los obstáculos que se han interpuesto tradicionalmente entre la poesía china y los lectores españoles, acaso los peores hayan sido la abundancia de supuestos traductores sin escrúpulos, así como la idea, tan tópica como dañina, del exotismo de postal, con su sobrecarga de lotos, laúdes y céfiros sibilantes. Por fortuna, en los últimos años han aparecido ediciones rigurosas (recomiendo al vuelo la antología de Guojian Chen, en Cátedra, o las traducciones de Wang Wei y Du Fu, en Ediciones del Oriente y del Mediterráneo) que ayudan a proyectar miradas más limpias sobre esta rica y antiquísima tradición.
La publicación de la Segunda antología de la poesía china de Marcela de Juan es otra excelente noticia en este sentido. Merece la pena, de entrada, asomarse a la evocación de Marcela de Juan que hace en las primeras páginas el profesor Antonio Segura: una mujer asombrosa, nacida en La Habana (1905) de padre chino y madre belga-española, recriada en Madrid y Pekín, amiga de celebridades como Saint-John Perse, que se valió de sus cinco idiomas para trabajar como periodista, radiofonista, conferenciante y traductora. Revista de Occidente publicó en 1948 su primera selección de poemas chinos, y varios años más tarde una segunda entrega, que actualiza ahora Alianza Editorial.
El volumen comprende el período que va de la dinastía Shang (1766 a.C.) a los poetas de la República, cuarenta siglos que exigen a la fuerza una cata restringida: apenas «un muestrario indicativo», como señaló la autora, pero sin duda exquisito y muy revelador. Son muchos los matices que Marcela de Juan nos descubre, pero sin duda uno de los más atractivos es la abolición de ese pernicioso abuso del exotismo del que hablábamos arriba. Claro que en sus versiones hay bambú y jade, pabellones y flores de pimentero; pero resulta fascinante comprobar cómo las preocupaciones y los anhelos de aquellos remotos orientales no son tan diferentes a las nuestras.
A muchos sorprenderá, incluso, ciertas similitudes con nuestra más profunda tradición: por ejemplo, los versos de Li Po («los hechos y los hombres viajan hacia el morir,/ como pasan las aguas del río Azul a perderse en el mar») que prefiguran a Manrique, o el Li Chang Yin que anticipa a Bécquer («el aroma de las flores, ¿adónde va?»). Por lo demás, vemos en estos poemas las mismas emociones —la amistad, el amor, la admiración, el sarcasmo, la evasión y euforia del vino— y las mismas miserias —el mal de la soledad, la ambición, el materialismo, la misoginia— que nos rodean cotidianamente. Hasta el temor a Hacienda, la búsqueda de la fama o la necesidad de poner límites a la sinrazón de la guerra se manifiestan en estos textos con gozosísimas explicitud y vigencia.
Nadie se ilusione demasiado, pues, buscando en estas páginas ese proverbialismo hermético de película de Kung Fu con que se suele satirizar a la poesía china. Sí encontrarán, desde luego, mucha vida interior, aliento espiritual, ciertas supersticiones y mucha celebración del mundo, pero nada que sirva como percha de kimonos o adorno de tienda de veinte duros. El primer y acaso mayor atractivo de esta antología es que, a la manera de Montaigne, aquí se habla de ti.

3 comentarios:

Joan Carles dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Joan Carles dijo...

Alejandro, antes he sido un descuidado y he enviado un comentario a tu post demasiado precipitadamente. Espero que no te sepa mal que lo haya borrado. Te envío ahora el que debería haber enviado antes. En él he corregido, respecto del anterior, algunas incorreciones bochornosas.

Leyendo tus reflexiones se me ha ocurrido que con la poesía china, y también con todo lo oriental, quizás ocurra lo mismo que con las religiones: que nos quedemos en la superfície, en el tópico y en el folclore. Y que quizás sea por eso que ya no esté de moda el cristianismo. Porqué, uf, tanta sangre, tantas espinas, tantos mártires, tantos santos inmaculados quizás hoy nos resulten, por mucho que se empeñe Mel Gibson y compañía en intentar hacernos ver lo contrario, absurdos e increíbles; y que quizás por eso esté de moda el tai-chi, el yoga, las velas ahuyentaespíritus, el zen y el feng-shui. Todo revuelto y a la vez. Siempre ignorando, por supuesto, la tradición y la cultura y los símbolos enraizados en la historia que puedan haber detrás de todo ello. Y, como mandan los cánones del Occidente actual, siempre quedándose, como decía más arriba, en la superfície.

Es curioso ver como hay quien rechaza de plano la mística cristiana y se aproxima ciegamente a la mistica oriental. Sin ver que, en lo hondo, todo hace referencia a lo mismo: a la relación que el hombre establece con las preguntas y con los temores básicos que nos crecen en el alma durante la vida: ¿qué es la vida?; ¿qué es la muerte?; ¿por qué vivir?; ¿quien soy?. Sin ver que, al fin y al cabo, tal y como tú dices, Manrique y Li Po, Béquer y Li Chang Yin, lo religioso de oriente y lo religioso de occidente, hablan de lo mismo.

Alejandro, muchísimas gracias por tu reseña. Va a ser motor de lectura.

Joan Carles.

SALOMÓN BORRASCA dijo...

CUANDO TU TE VAYAS

Cuando tu te vayas
quizá en el verano
allá en la distancia
morirá el ocaso.
Si te vas me matas
el invierno es largo,
desde la ventana
te alzaré los brazos.

SALOMÓN BORRASCA