Trad. Lola Díez. Siruela, Madrid, 2007. 232 pp. 17,90 €
1.
Carmen Fernández Etreros
Desde hace unos años estamos asistiendo al nacimiento de un interés creciente por la cultura china. Paralelamente a los cambios que se suceden a diario en el país, surgen nuevos valores en el arte, el cine, la fotografía y en este caso la literatura. Siempre me ha fascinado la literatura china, aunque en España es prácticamente desconocida. A parte de la polémica Wei Hui —autora de Shangay Baby o Casada con Buda—, Amy Tan —americana hija de emigrantes chinos, reconocida internacionalmente por sus novelas— y Hong Ying —la autora de la censurada en China K: el arte del amor—, pocas escritoras chinas se me vienen a la cabeza mientras escribo estas líneas. Tie Ning o la desaparecida Eileen Chang, autora de El candado de oro, son autoras prácticamente desconocidas en nuestro país.
La escritora china Diane Wei Liang se ha convertido en la gran revelación de la novela policíaca de este año con El ojo de jade, un libro que llega a España tras haberse editado ya en veinticinco países, y en el que la autora repasa la historia, la sociedad y la cultura de China a través de las aventuras de una joven detective.
Diane Wei Liang nació en Pekín en 1966 y tuvo que pasar pasó parte de su niñez con sus padres en un campo de trabajo de una remota región de China. En los años ochenta, cuando asistía a la Universidad de Pekín, participó en el movimiento democrático estudiantil y estuvo presente en la plaza de Tiananmen. Actualmente la escritora no vive en China, sino que reside en Londres, pero sus dos novelas tienen como protagonista su país natal. En su primera novela, El lago sin nombre, reflejó sus recuerdos sobre los sucesos de Tiananmen.
El argumento no puede ser más original y sorprendente. Mei, una joven treintañera, decide abrir una agencia privada de detectives en pleno centro de Pekín. Un oficio extraño para una mujer joven, soltera e independiente, pero se trata de un trabajo real ya que estas agencias proliferan en Pekín para investigar casos de divorcios. Mei quiere tener su lugar en esta prometedora nueva sociedad: «Tener su propia agencia de detectives le daría la independencia que siempre había deseado. También le daría la ocasión de demostrar a esa gente que la había ninguneado que ella podía tener éxito. La gente se estaba haciendo rica. Poseían inmuebles, dinero, empresas y coches. Con las nuevas libertades y oportunidades vendrían nuevos delitos. Habría muchas cosas que ella podía hacer.» (Pág. 42)
Mei no tiene éxito en el amor y se siente incomprendida y poco valorada por su madre y su hermana, por lo que decide poner todos sus esfuerzos en su nuevo trabajo. La protagonista es el símbolo evidente del gran cambio cultural y económico que está viviendo actualmente este país. Al volante de su Mitsubishi rojo, y con un hombre como secretario, su vida cambia cuando un amigo de su madre le pide que encuentre un valioso jade de la dinastía Han robado de un museo en plena Revolución Cultural.
La investigación de Mei le lleva a una profunda reflexión sobre el pasado de su país, y a la historia desconocida y escondida de su propia familia. Mei se tiene que enfrentar con su triste pasado familiar. La escritora logra gracias un ritmo trepidante un relato de intriga y acción que engancha al lector desde la primera página. De manera indirecta la autora logra explicar los diferentes cambios sociales, y el tremendo papel del dinero y el capitalismo como motor del éxito en la nueva sociedad china. Por ejemplo su hermana Lu o su ex novio Yaping gozan de una situación privilegiada, con buenas casas e incluso coche con chófer, mientras que aquellos que sufrieron la revolución cultural como su tío Chen, tita Pequeña o los dueños del restaurante La Reina del Wentún mantienen una oscura y dura lucha diaria para sobrevivir. Pekín se convierte en la otra protagonista de El ojo de jade. Sus tenebrosas callejuelas, sus sórdidos barrios y móteles, sus edificios lujosos de apartamentos... Una ciudad que renace de la Revolución Cultural llena de contradicciones.
La escritora recuerda que cuando tenía catorce años su madre le advirtió de que «ser escritora es una de las profesiones más peligrosas en China», pero ella no siguió sus consejos y siguió escribiendo sobre su país natal. La escritora promete una nueva entrega de las aventuras de Mei la detective y su secretario Mariposas de papel. En definitiva, un libro que despierta el interés por la nueva sociedad china y sus prometedores cambios.
2.
Miguel Baquero
Un género fundamental en la historia literaria del siglo XX ha sido la novela policíaca. No sólo porque, durante el pasado siglo, dicho género se consolidara definitivamente y en ese periodo se produjeran sus más famosos clásicos; es también que sus métodos, sus reglas y sus maneras se han filtrado en todos los demás géneros, incluso en la poesía, y no sería descabellado decir que la novela policíaca, junto con la experiencia surrealista, ha sido el factor determinante de la literatura del XX.
Un factor clave del arraigo de este tipo de novelas es la posibilidad que ofrecen para, por medio de ellas, diseccionar la sociedad y traer a la luz sus vicios ocultos, convertidos en crímenes. Sus grandes perfeccionadores, los novelistas norteamericanos desde Dashiell Hammet a Ross Mac Donald o Chester Himes, buscaban por medio del género negro poner al descubierto cómo el delito y la corrupción que campa entre los más humildes, si se viene a seguir el hilo, brota de las clases poderosas y gobernantes. Esta concepción de la novela policíaca como instrumento para asomarse al abismo de la podredumbre se ha desvelado la más interesante, profunda y literaria forma de ejercer el género.
Circunscrita en principio al mundo anglosajón, la novela negra se ha ido poco a poco universalizando y ha mostrado su enorme capacidad de adaptación y su inefable contundencia literaria allí donde ha ido a brotar. No es extraño, desde este punto de vista –la novela policíaca como método de acción, denuncia y toma de posición- que la mejor literatura negra se practique hoy día en aquellos lugares donde los conflictos sociales son más profundos. Como es el caso de China.
Todavía reciente el éxito de la extraordinaria novela Muerte de una heroína roja, de Qiu Xiolong, llega a las librerías El ojo de jade, primera novela de Diane Wei Lang (Pekín, 1966). Ambas novelas tienen en común su mirada sobre la China actual, la China de la transición entre el régimen comunista y un capitalismo sui generis, pero tan salvaje y depredador como el de Wall Street. En la novela de Wei Lang, los personajes están completamente obsesionados, alienados por ganar dinero y escalar posiciones sociales. Según acaban de conocer a una persona, dentro del protocolo de la presentación, está el decir cuánto dinero ganan, cuánto esperan ganar y la cantidad y calidad de sus posesiones. Las madres se encuentran orgullosas de la belleza y buenas maneras de sus hijas en tanto en cuanto ello las permitirá casarse con un millonario. Tener coche con chófer, asistencia médica, o cenar en los restaurantes de lujo es algo delicioso, pero más que nada por lo que se puede presumir de ello y la inmisericordia con que se le puede restregar a quienes no han conseguido trepar al mismo ritmo. Una sociedad, en suma, voraz, insolidaria y salvaje como corresponde a un capitalismo recién descubierto.
En medio de esta verdadera jungla vaga Mei, la protagonista de esta novela, una detective privada a bordo de un Mitsubishi rojo que sólo aspira a ganarse la vida de una manera honrada, algo que, evidentemente, choca con los ideales de todos aquellos que la rodean. Cierto día, Mei recibe el encargo de recuperar una pieza de arte antiquísima expoliada por las autoridades en los años sesenta, durante la época de la Revolución Cultural, y sacada ahora al mercado negro. Mei se lanza a la tarea, confiada en que “no será fácil que la gente hable, pero todo tiene un precio, especialmente en estos tiempos”.
Sin embargo, durante su trayectoria en busca de la pieza, Mei habrá de elevarse por encima del ambiente competitivo y cotidiano de la Pekín actual y tendrá que ingresar en las oscuras galerías de una serie de comités: de Propaganda, de Educación, de Salud Pública, viejas instituciones del régimen comunista que parecen dormidas, pero que siguen controlando con peso de plomo, aunque ocultas en la sombra, las actividades de los camaradas. Y que siguen guardando, prestas a utilizarlos, secretos terribles que afectan a todos; por supuesto, a la propia Mei.
“En el silencio de la noche, estaba recorriendo a toda velocidad las solitarias calles de la capital septentrional de Kublai Jan en su pequeño Mitsubishi rojo, y en algún lugar a sus espaldas creyó oír el fantasma del tiempo”.
El ojo de jade es una novela magnífica, por su intriga, por sus personajes, por la sensibilidad que demuestra la autora, pero sobre todo por esa sensación de vigilancia, de control asfixiante por parte de un organismo superior que todavía hoy tiene la última palabra sobre la aceptación o no de un matrimonio, de unos estudios, de un cambio de domicilio, o que, como recientemente hemos visto, sale de la oscuridad para restringir a sus vigilados el acceso a Internet.
Desde hace unos años estamos asistiendo al nacimiento de un interés creciente por la cultura china. Paralelamente a los cambios que se suceden a diario en el país, surgen nuevos valores en el arte, el cine, la fotografía y en este caso la literatura. Siempre me ha fascinado la literatura china, aunque en España es prácticamente desconocida. A parte de la polémica Wei Hui —autora de Shangay Baby o Casada con Buda—, Amy Tan —americana hija de emigrantes chinos, reconocida internacionalmente por sus novelas— y Hong Ying —la autora de la censurada en China K: el arte del amor—, pocas escritoras chinas se me vienen a la cabeza mientras escribo estas líneas. Tie Ning o la desaparecida Eileen Chang, autora de El candado de oro, son autoras prácticamente desconocidas en nuestro país.
La escritora china Diane Wei Liang se ha convertido en la gran revelación de la novela policíaca de este año con El ojo de jade, un libro que llega a España tras haberse editado ya en veinticinco países, y en el que la autora repasa la historia, la sociedad y la cultura de China a través de las aventuras de una joven detective.
Diane Wei Liang nació en Pekín en 1966 y tuvo que pasar pasó parte de su niñez con sus padres en un campo de trabajo de una remota región de China. En los años ochenta, cuando asistía a la Universidad de Pekín, participó en el movimiento democrático estudiantil y estuvo presente en la plaza de Tiananmen. Actualmente la escritora no vive en China, sino que reside en Londres, pero sus dos novelas tienen como protagonista su país natal. En su primera novela, El lago sin nombre, reflejó sus recuerdos sobre los sucesos de Tiananmen.
El argumento no puede ser más original y sorprendente. Mei, una joven treintañera, decide abrir una agencia privada de detectives en pleno centro de Pekín. Un oficio extraño para una mujer joven, soltera e independiente, pero se trata de un trabajo real ya que estas agencias proliferan en Pekín para investigar casos de divorcios. Mei quiere tener su lugar en esta prometedora nueva sociedad: «Tener su propia agencia de detectives le daría la independencia que siempre había deseado. También le daría la ocasión de demostrar a esa gente que la había ninguneado que ella podía tener éxito. La gente se estaba haciendo rica. Poseían inmuebles, dinero, empresas y coches. Con las nuevas libertades y oportunidades vendrían nuevos delitos. Habría muchas cosas que ella podía hacer.» (Pág. 42)
Mei no tiene éxito en el amor y se siente incomprendida y poco valorada por su madre y su hermana, por lo que decide poner todos sus esfuerzos en su nuevo trabajo. La protagonista es el símbolo evidente del gran cambio cultural y económico que está viviendo actualmente este país. Al volante de su Mitsubishi rojo, y con un hombre como secretario, su vida cambia cuando un amigo de su madre le pide que encuentre un valioso jade de la dinastía Han robado de un museo en plena Revolución Cultural.
La investigación de Mei le lleva a una profunda reflexión sobre el pasado de su país, y a la historia desconocida y escondida de su propia familia. Mei se tiene que enfrentar con su triste pasado familiar. La escritora logra gracias un ritmo trepidante un relato de intriga y acción que engancha al lector desde la primera página. De manera indirecta la autora logra explicar los diferentes cambios sociales, y el tremendo papel del dinero y el capitalismo como motor del éxito en la nueva sociedad china. Por ejemplo su hermana Lu o su ex novio Yaping gozan de una situación privilegiada, con buenas casas e incluso coche con chófer, mientras que aquellos que sufrieron la revolución cultural como su tío Chen, tita Pequeña o los dueños del restaurante La Reina del Wentún mantienen una oscura y dura lucha diaria para sobrevivir. Pekín se convierte en la otra protagonista de El ojo de jade. Sus tenebrosas callejuelas, sus sórdidos barrios y móteles, sus edificios lujosos de apartamentos... Una ciudad que renace de la Revolución Cultural llena de contradicciones.
La escritora recuerda que cuando tenía catorce años su madre le advirtió de que «ser escritora es una de las profesiones más peligrosas en China», pero ella no siguió sus consejos y siguió escribiendo sobre su país natal. La escritora promete una nueva entrega de las aventuras de Mei la detective y su secretario Mariposas de papel. En definitiva, un libro que despierta el interés por la nueva sociedad china y sus prometedores cambios.
2.
Miguel Baquero
Un género fundamental en la historia literaria del siglo XX ha sido la novela policíaca. No sólo porque, durante el pasado siglo, dicho género se consolidara definitivamente y en ese periodo se produjeran sus más famosos clásicos; es también que sus métodos, sus reglas y sus maneras se han filtrado en todos los demás géneros, incluso en la poesía, y no sería descabellado decir que la novela policíaca, junto con la experiencia surrealista, ha sido el factor determinante de la literatura del XX.
Un factor clave del arraigo de este tipo de novelas es la posibilidad que ofrecen para, por medio de ellas, diseccionar la sociedad y traer a la luz sus vicios ocultos, convertidos en crímenes. Sus grandes perfeccionadores, los novelistas norteamericanos desde Dashiell Hammet a Ross Mac Donald o Chester Himes, buscaban por medio del género negro poner al descubierto cómo el delito y la corrupción que campa entre los más humildes, si se viene a seguir el hilo, brota de las clases poderosas y gobernantes. Esta concepción de la novela policíaca como instrumento para asomarse al abismo de la podredumbre se ha desvelado la más interesante, profunda y literaria forma de ejercer el género.
Circunscrita en principio al mundo anglosajón, la novela negra se ha ido poco a poco universalizando y ha mostrado su enorme capacidad de adaptación y su inefable contundencia literaria allí donde ha ido a brotar. No es extraño, desde este punto de vista –la novela policíaca como método de acción, denuncia y toma de posición- que la mejor literatura negra se practique hoy día en aquellos lugares donde los conflictos sociales son más profundos. Como es el caso de China.
Todavía reciente el éxito de la extraordinaria novela Muerte de una heroína roja, de Qiu Xiolong, llega a las librerías El ojo de jade, primera novela de Diane Wei Lang (Pekín, 1966). Ambas novelas tienen en común su mirada sobre la China actual, la China de la transición entre el régimen comunista y un capitalismo sui generis, pero tan salvaje y depredador como el de Wall Street. En la novela de Wei Lang, los personajes están completamente obsesionados, alienados por ganar dinero y escalar posiciones sociales. Según acaban de conocer a una persona, dentro del protocolo de la presentación, está el decir cuánto dinero ganan, cuánto esperan ganar y la cantidad y calidad de sus posesiones. Las madres se encuentran orgullosas de la belleza y buenas maneras de sus hijas en tanto en cuanto ello las permitirá casarse con un millonario. Tener coche con chófer, asistencia médica, o cenar en los restaurantes de lujo es algo delicioso, pero más que nada por lo que se puede presumir de ello y la inmisericordia con que se le puede restregar a quienes no han conseguido trepar al mismo ritmo. Una sociedad, en suma, voraz, insolidaria y salvaje como corresponde a un capitalismo recién descubierto.
En medio de esta verdadera jungla vaga Mei, la protagonista de esta novela, una detective privada a bordo de un Mitsubishi rojo que sólo aspira a ganarse la vida de una manera honrada, algo que, evidentemente, choca con los ideales de todos aquellos que la rodean. Cierto día, Mei recibe el encargo de recuperar una pieza de arte antiquísima expoliada por las autoridades en los años sesenta, durante la época de la Revolución Cultural, y sacada ahora al mercado negro. Mei se lanza a la tarea, confiada en que “no será fácil que la gente hable, pero todo tiene un precio, especialmente en estos tiempos”.
Sin embargo, durante su trayectoria en busca de la pieza, Mei habrá de elevarse por encima del ambiente competitivo y cotidiano de la Pekín actual y tendrá que ingresar en las oscuras galerías de una serie de comités: de Propaganda, de Educación, de Salud Pública, viejas instituciones del régimen comunista que parecen dormidas, pero que siguen controlando con peso de plomo, aunque ocultas en la sombra, las actividades de los camaradas. Y que siguen guardando, prestas a utilizarlos, secretos terribles que afectan a todos; por supuesto, a la propia Mei.
“En el silencio de la noche, estaba recorriendo a toda velocidad las solitarias calles de la capital septentrional de Kublai Jan en su pequeño Mitsubishi rojo, y en algún lugar a sus espaldas creyó oír el fantasma del tiempo”.
El ojo de jade es una novela magnífica, por su intriga, por sus personajes, por la sensibilidad que demuestra la autora, pero sobre todo por esa sensación de vigilancia, de control asfixiante por parte de un organismo superior que todavía hoy tiene la última palabra sobre la aceptación o no de un matrimonio, de unos estudios, de un cambio de domicilio, o que, como recientemente hemos visto, sale de la oscuridad para restringir a sus vigilados el acceso a Internet.
1 comentario:
Me han entrado muchas ganas de leer este libro, a ver si lo encuentro hoy en la Fnac...
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