Edelvives, Zaragoza, 2007. 222 pp. 8,70 €
Pedro M. Domene
En las primeras páginas de Mi hermano Étienne, una voz se queja de lo pronto que la villa ha olvidado a sus hombres célebres; a aquéllos que como él, ¡pobres muchachos!, lucharon por la libertad y la gloria de la nación. La Historia siempre abandona a sus héroes pero, con este relato, que muestra el signo de los valientes algunos años después, un octogenario narrador pretende preservar la memoria de uno de ellos, su hermano, para que todos sepan que el más generoso de los hijos de Francia, nació en La Savarite, una aldea cercana a Montbrun.
Étienne Galeron solicita, al comienzo de la novela, la ayuda de su hermano pequeño Roch, el personaje-narrador, que vive con el resto de la familia en un pequeño pueblo de los Pirineos Meridionales, a la espera de esos acontecimientos que una Revolución convulsa provocará en el ánimo de algunos ciudadanos franceses que no terminan de asumir los cambios propiciados por la república. Roch ansía la vuelta del valiente hermano, confinado en un seminario de la Borgoña, porque éste le ha enviado una misteriosa misiva donde le comunica que ha abandonado sus votos para alistarse en el ejército; en realidad, éste y no otro, es el motivo y la trama novelesca para contar una historia que persigue, por encima de todo, descubrir la verdad de esa terrible decisión adoptada por el hermano, un relato que contribuye, además, a esclarecer esas posteriores misiones secretas encomendadas contra los españoles que se irán desvelando en los capítulos siguientes o para que, de alguna manera, nunca se pierda la memoria de estos hechos.
Óscar Esquivias (Burgos, 1972) ya se había aventurado en la narrativa juvenil con una anterior entrega, Huye de mí, rubio (2002), ambientada en esa brutal realidad de violencia que viven algunos de los países centroamericanos en la actualidad. Quizá la finalidad de estos relatos, exclusivos de un público lector joven, sea precisamente la de ensayar historias creíbles que incluyan no pocos interrogantes que obliguen a reflexionar a esos lectores tan cómodos como exigentes y, por otra parte, descubran el valor que supone la vida en situaciones adversas, o la importancia del bienestar y la felicidad, la angustia o el dolor, tanto el propio como el ajeno, la amistad o la enemistad, el bien o el mal, la libertad y la justicia o lo hermoso de un concepto tan vilipendiado como el de la paz, en definitiva.
En esta ocasión, Esquivias se sirve de un trasfondo histórico, diciembre de 1793, cuando la Revolución Francesa proyecta su mayor momento de radicalismo, para reflexionar también sobre algunas de las cuestiones apuntadas porque la Historia ofrece, en igual proporción, la enseñanza de un pasado y de unos acontecimientos que, indiscutiblemente, se concretan en un futuro presente. Mi hermano Étienne cuenta parte de una historia familiar: el narrador tiene doce años en el momento de la acción, vive bajo la autoridad del severo abuelo Galeron, con su madre, viuda, y sus dos hermanas, porque el hermano mayor, Adrien, ha muerto en la guerra y Étienne, quien le precede, ha huido del seminario, y lo ha convertido en su confidente a través de una carta donde le da detalles de su paradero y cuenta cómo se ha alistado en un escuadrón de húsares porque pertenece al círculo cercano del ciudadano Robespierre. Paralelamente, y para configurar mejor la ambientación histórica gala, otros personajes deambulan por la casa (un enigmático y oscuro maestro de música, el señor Ribalet), se cuentan algunos episodios graciosos acerca de la cercana familia Lescoteaux y la señorita Agathe, se siguen las doctrinas del padre Nief que vista frecuentemente la casa, o el joven valiente vive las desventuras del judío Vidal. En las páginas que siguen a esta somera introducción, se decide la suerte y la aventura que corren algunos de los miembros de esta familia, mientras otros temen por sus vidas; episodios protagonizados por el joven Roch, quien se arma de valor para localizar el paradero de su hermano, porque el mismo Robespierre le ha encargado una secreta misión que a nadie debe desvelar, ni siquiera a sus seres más queridos que (como cabría esperar) temerán por su vida, confinado como está en las mazmorras del castillo de Foix, de donde logrará huir con la ayuda de su hermano pequeño.
Esquivias logra ambientar, con sabiduría, una obra pretendidamente juvenil, aunque con la maestría de un narrador que dosifica los datos históricos incorporados a su relato, así como la acción contenida y creíble que sostiene la historia contada. Al margen de aparecer en una colección para jóvenes lectores, bien vale echarle un vistazo a esta novela que se propone mostrarnos buena parte de un pasado, junto a alguno de los valores humanos más elementales.
Pedro M. Domene
En las primeras páginas de Mi hermano Étienne, una voz se queja de lo pronto que la villa ha olvidado a sus hombres célebres; a aquéllos que como él, ¡pobres muchachos!, lucharon por la libertad y la gloria de la nación. La Historia siempre abandona a sus héroes pero, con este relato, que muestra el signo de los valientes algunos años después, un octogenario narrador pretende preservar la memoria de uno de ellos, su hermano, para que todos sepan que el más generoso de los hijos de Francia, nació en La Savarite, una aldea cercana a Montbrun.
Étienne Galeron solicita, al comienzo de la novela, la ayuda de su hermano pequeño Roch, el personaje-narrador, que vive con el resto de la familia en un pequeño pueblo de los Pirineos Meridionales, a la espera de esos acontecimientos que una Revolución convulsa provocará en el ánimo de algunos ciudadanos franceses que no terminan de asumir los cambios propiciados por la república. Roch ansía la vuelta del valiente hermano, confinado en un seminario de la Borgoña, porque éste le ha enviado una misteriosa misiva donde le comunica que ha abandonado sus votos para alistarse en el ejército; en realidad, éste y no otro, es el motivo y la trama novelesca para contar una historia que persigue, por encima de todo, descubrir la verdad de esa terrible decisión adoptada por el hermano, un relato que contribuye, además, a esclarecer esas posteriores misiones secretas encomendadas contra los españoles que se irán desvelando en los capítulos siguientes o para que, de alguna manera, nunca se pierda la memoria de estos hechos.
Óscar Esquivias (Burgos, 1972) ya se había aventurado en la narrativa juvenil con una anterior entrega, Huye de mí, rubio (2002), ambientada en esa brutal realidad de violencia que viven algunos de los países centroamericanos en la actualidad. Quizá la finalidad de estos relatos, exclusivos de un público lector joven, sea precisamente la de ensayar historias creíbles que incluyan no pocos interrogantes que obliguen a reflexionar a esos lectores tan cómodos como exigentes y, por otra parte, descubran el valor que supone la vida en situaciones adversas, o la importancia del bienestar y la felicidad, la angustia o el dolor, tanto el propio como el ajeno, la amistad o la enemistad, el bien o el mal, la libertad y la justicia o lo hermoso de un concepto tan vilipendiado como el de la paz, en definitiva.
En esta ocasión, Esquivias se sirve de un trasfondo histórico, diciembre de 1793, cuando la Revolución Francesa proyecta su mayor momento de radicalismo, para reflexionar también sobre algunas de las cuestiones apuntadas porque la Historia ofrece, en igual proporción, la enseñanza de un pasado y de unos acontecimientos que, indiscutiblemente, se concretan en un futuro presente. Mi hermano Étienne cuenta parte de una historia familiar: el narrador tiene doce años en el momento de la acción, vive bajo la autoridad del severo abuelo Galeron, con su madre, viuda, y sus dos hermanas, porque el hermano mayor, Adrien, ha muerto en la guerra y Étienne, quien le precede, ha huido del seminario, y lo ha convertido en su confidente a través de una carta donde le da detalles de su paradero y cuenta cómo se ha alistado en un escuadrón de húsares porque pertenece al círculo cercano del ciudadano Robespierre. Paralelamente, y para configurar mejor la ambientación histórica gala, otros personajes deambulan por la casa (un enigmático y oscuro maestro de música, el señor Ribalet), se cuentan algunos episodios graciosos acerca de la cercana familia Lescoteaux y la señorita Agathe, se siguen las doctrinas del padre Nief que vista frecuentemente la casa, o el joven valiente vive las desventuras del judío Vidal. En las páginas que siguen a esta somera introducción, se decide la suerte y la aventura que corren algunos de los miembros de esta familia, mientras otros temen por sus vidas; episodios protagonizados por el joven Roch, quien se arma de valor para localizar el paradero de su hermano, porque el mismo Robespierre le ha encargado una secreta misión que a nadie debe desvelar, ni siquiera a sus seres más queridos que (como cabría esperar) temerán por su vida, confinado como está en las mazmorras del castillo de Foix, de donde logrará huir con la ayuda de su hermano pequeño.
Esquivias logra ambientar, con sabiduría, una obra pretendidamente juvenil, aunque con la maestría de un narrador que dosifica los datos históricos incorporados a su relato, así como la acción contenida y creíble que sostiene la historia contada. Al margen de aparecer en una colección para jóvenes lectores, bien vale echarle un vistazo a esta novela que se propone mostrarnos buena parte de un pasado, junto a alguno de los valores humanos más elementales.
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