Care Santos
Una vez me pasé una tarde entera en el café Nowa Prowincja de Cracovia, sólo por ver llegar a Wislawa Szymborska. La poeta y premio Nobel polaca solía reunirse allí con sus amigos para leer sus poemas. Sus amigos eran lo más selecto de la poesía contemporánea polaca, de Czeslaw Milosz a Ewa Lipska. No apareció. Me pregunto qué habría ocurrido si lo hubiera hecho. ¿Me habría atrevido a abordarla o sólo pretendía observarla de cerca, cerciorarme de que era real, de que existía? Porque con los grandes poetas ocurre que a veces dudamos de su corporeidad. Verla llegar habría sido la pequeña constatación del milagro.
La poesía de Wislawa Szymborska tiene algo de milagro. Una voz nada pretenciosa, absolutamente falta de rimbombancia, que habla al lector cara a cara, mirándole a los ojos. Szymborska se reía de sí misma casi siempre y de vez en cuando también del mundo. Sus poemas utilizan el sentido del humor, la ironía, para distanciarse de aquello de lo que hablan, pero también para señalar las paradojas y sin sentidos del mundo repleto de asuntos falsamente importantes que nos ha tocado sufrir. Entre esos asuntos, por cierto, contaba la autora el Premio Nobel, que ganó en 1996, y al que denominaba "la catástrofe". Sus allegados cuentan que se defendió contra los efectos de esa popularidad mundial con todas sus fuerzas, comenzando por una medida sabia y drástica: a partir de un determinado año, decidió no sumar nadie más a sus amigos. Se quedó con los de siempre, los que ya estaban antes de la catástrofe. ¿Tal vez los auténticos? Siempre me ha parecido que Wislawa Szymborska vivía como escribía, y eso incluye ciertas excentricidades, como preparar cenas en su casa en las que obsequiaba a sus amigos con límericks inéditos y personalizados. Debía de ser divertido ser amigo suyo, sin duda.
Destaca Juan Marqués en el prólogo de esta edición que el talento superior de un poeta consiste en saber detectar en el trasiego del mundo aquello realmente importante y saber ponerlo en relación con otras revelaciones. Eso es lo que, según él (y yo) logra tantas veces la poeta polaca, cuya poesía ha sido también etiquetada de "filosófica" o de "cotidiana". Otra prueba de la complejidad de su clasificación.
Cuatro mil millones de seres en la tierra
y mi imaginación sigue siendo la misma.
No se le dan bien los grandes números.
Le sigue conmoviendo lo individual.
Estos cuatro versos con que da inicio el poema "El gran número", incluido en el libro homónimo (publicado en nuestro país en 1976) resumen bien de qué habla la poesía de Wislawa Szymborska: su constante interés por lo pequeño, lo cotidiano, lo no-épico, lo paradójico, por el otro lado de las cosas, el instante, el grano de arena del paisaje. Siempre desde la mirada humilde, serena, risueña, que la caracteriza. Siempre desde la lucidez de un enorme bagaje cultural, que no esgrime en ningún momento. Los fans de la poeta polaca recordamos momentos memorables de su producción bibliográfica, impensables en otros escritores más engolados. Por ejemplo, la reseña que en una de sus Lecturas no obligatorias (sus tres libros de crítica literaria, felizmente publicados por Alfabia), dedica tres páginas a glosar un libro que no comprendió, y lo dice así, llanamente: no he entendido nada. O bien dedica una reseña a un calendario agrícola, argumentando que todo best-seller merece una reseña culta. Dice mucho el interés bibliográfico de Szymborska de su interés por el mundo, por eso la lectura de sus fantásticas (y nada ortodoxas) reseñas ayuda a completar su perfil como una de las más interesantes plumas de la literatura europea última.
Por fortuna, en español ha tenido y tiene buenos abanderados la autora polaca. Esta edición que ahora presenta Nórdica, y que se suma a la cuantiosa obra ya disponible en nuestro idioma, es una perla. Uno de esos regalos que de vez en cuando recibimos los lectores. Tanto puede servir de cata para no iniciados como de fetiche para adictos. La traducción es de los traductores "oficiales" de Szymborska al castellano: Abel Murcia y Gerardo Beltrán. Las ilustraciones, de Kike de la Rubia. Desconocemos quién ha corrido a cargo de la selección de los poemas, pero se aprecia una clara voluntad de recopilar lo más destacado de los poemarios más conocidos de la autora, abarcando un lapso largo de tiempo, desde su primer trabajo, Llamando al Yeti (1957) hasta Fin y principio (1993). Si a alguien se le abre el apetito -una de las funciones que debe cumplir toda antología que se precie- puede seguir leyendo la obra posterior: Dos puntos (Igitur, 2007); Aquí (Bartleby, 2009) y Hasta aquí (Bartleby, 2014). Y también la anterior, por supuesto, disponible en tres antologías notables: Paisaje con grano de arena (Lumen, 1993), El gran número / Fin y principio y otros poemas (Hiperión, 1997) y Poesía no completa (Fondo de Cultura Económica, 2002).
Si forman parte de este último grupo, el de los que aún no tienen la suerte de haber leído a Szymborska, enhorabuena: les aguarda la felicidad de los descubrimientos fascinantes.
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