Pedro Pujante
Cuando no tengo demasiado claro a qué género pertenece el libro que estoy leyendo siento una especie de felicidad, de complicidad con el autor y reconciliación tácita con la propia lectura. Esto me ha ocurrido con Monasterio, de Eduardo Halfon (Guatemala, 1971). Un autor hispanoamericano de ascendencia judía. Estos datos no resultarían relevantes si no fuese porque en esta novela, de corte testimonial, a mitad de camino entre la ficción y la autobiografía, nos relata algunos de los episodios que un tal Eduardo Halfon vivió. Un viaje a Jerusalén para asistir a la boda de su hermana.
Es a raíz de este viaje transoceánico y transcultural cuando la memoria comienza a independizarse del proyecto narrativo, y opera de forma involuntaria. A media voz, se entremezclan los eventos que le suceden en su aventura por el convulso Oriente Próximo con los retazos de la memoria. Y es quizá visto de esta manera el viaje físico una mera excusa para hablar y contar lo que pasa por la cabeza del narrador en ese otro viaje que también es recordar. Aunque todos estos apuntes se dirigen y rondan un tema común: la identidad difuminada en la masa familiar, la cultura heredada frente a la independencia adquirida, el choque entre culturas, el pueblo judío y su folklore.
Se interroga Halfon (narrador, personaje, autor, no estamos muy seguros) sobre su propio origen, sobre la pertenencia a una raza mediante la deuda de la sangre. Sobre aquellos episodios, al parecer anodinos, de la niñez, de la juventud. La familia y la tradición como lastres insoslayables.
Son estas páginas unas memorias sutiles, susurradas casi, en algunos momentos cargadas de emotividad y lirismo, pero sin caer en lo patético ni en lo sentimental. Un mirar lúcido y sincero es la mejor herramienta para rebuscar en el pasado, para adentrarse en los resquicios que la memoria logra percutir en la propia existencia.
Entre los más vívidos recuerdos, Halfon recupera la muerte del abuelo, un viaje a Polonia, un antiguo amor que el destino parece quererle volver a regalar.
El narrador se muestra un hombre sencillo que analiza su paso por la vida sin acritud, con una falta de moral que consigue, como ya hemos apuntado, hacer que el relato se escuche con nitidez, sin estridencias y frialdad cercana (si es que esto es posible).
Quizá escribir sea una forma de redimirnos. Como dice el propio narrador, ‘cada persona elige cómo quiere salvarse.’ Quizá Eduardo Halfon haya elegido escribir estos fragmentos de su memoria para poder usarlos algún día como tabla de salvación en el mar inexorable de la vida, del olvido, de la pérdida. O quizá, como hacen algunos de los personajes que se mencionan en el último tramo del libro, su salvación consista en renunciar a ser él mismo, ser otro, intercambiar la identidad para poder ser uno mismo. Para sobrevivir.
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