Victoria R. Gil
«Esto es todo lo que sé. Que estoy en una vivienda de techo bajo, rectangular, toda ella de hormigón encalado. Debe de medir unos doce metros de ancho y dieciocho de largo (…) No hay ventanas. Ni puertas. Solo se puede entrar y salir en ascensor».
Así da comienzo el diario que Linus, un chico de dieciséis años, decide escribir cuando descubre que se encuentra solo y encerrado en un búnker del que no hay forma alguna de escapar. Ignora quién y por qué lo ha secuestrado, pero servirse de la libreta que encuentra, uno de los pocos objetos a su alcance, quizás sea el único modo de conservar la cordura.
Tras anotar las primeras sensaciones, describir el lugar y recordar el modo en que fue capturado, la soledad de Linus llega a su fin con la llegada de Jenny, una niña de nueve años, secuestrada al igual que él y con la que compartirá encierro hasta que las seis habitaciones dispuestas en el búnker se van llenando una tras otra con otras tantas víctimas del desconocido demiurgo que a partir de entonces decidirá quién vive y quién muere en su reducido universo.
Esta historia bien podría ser el argumento de cualquier moderna película de psicópatas o de alguno de los capítulos de Mentes criminales, esa serie de televisión que reúne el mayor catálogo de los horrores que la mente humana sea capaz de imaginar. Pero no, se trata de una novela juvenil con un tema tan duro e impactante como el cine dirigido a los adolescentes hace tiempo ya que viene ofreciendo, pero al que la literatura se resiste, quizás porque los jóvenes van solos al cine, pero muchas de sus lecturas las eligen sus padres o sus colegios.
A Kevin Brooks le costó varios años publicar Diario del búnker porque a los editores ingleses les costaba aceptar que una novela como ésta fuese adecuada para un público adolescente. Finalmente, no sólo consiguió que la obra viera la luz, sino que el año pasado obtuvo el prestigioso Carnegie Medal, premio británico de literatura juvenil, un reconocimiento que difícilmente recibiría en España, donde la narrativa para estas edades está constreñida por el corsé de los valores.
Personalmente, cuando un libro juvenil se vende con la recomendación de poseer grandes valores, siempre me echo a temblar. Los valores son como Clint Eastwood aseguraba en La lista negra que son las opiniones: «como los culos, todo el mundo tiene alguna». Y no sólo es posible que mis valores no coincidan con los del editor, sino que cuanto más dirigidas sean las intenciones de una novela juvenil, menos le apetece al joven leerla.
Recuerda este libro, en cierto modo, a Nada, de Jane Teller, no sólo por su historia tan alejada de los temas clásicos del género y por haberse visto envuelto en la misma polémica sobre las lecturas inadecuadas para nuestros hijos, sino por el éxito que está obteniendo, lo que quizás debería hacernos reflexionar sobre qué asuntos les interesan realmente a los más jóvenes.
En Diario del búnker vamos a observar, al igual que lo hace el propio secuestrador a través de las cámaras que vigilan cada rincón de esa cárcel, cómo seis personas sin nada en común deben compartir un espacio cerrado y pelear por sobrevivir en él un día más. Es en las situaciones extremas cuando sale lo mejor y lo peor de la naturaleza humana, aunque en el apartado de lo peor, la historia nos demuestra que aún no hemos tocado techo. En este caso, lo mejor lo encarnan precisamente los personajes más jóvenes, quienes se muestran siempre solidarios y colaboradores, y nunca renuncian a sus intentos de fuga. Entre Linus y Jenny surge, incluso, un afecto sincero, capaz de unirlos sin importar las circunstancias que los rodean. De los adultos, tan sólo Russell, que sobrepasa los setenta años, se encuentra a su altura. El resto sucumbe a las peores debilidades, al egoísmo y la autodestrucción hasta cumplir la máxima sartriana de que «el infierno son los otros». El interior del búnker se vuelve entonces tan peligroso como el exterior desde donde el desconocido les vigila.
Es una novela dura, ya lo hemos dicho, pero tal vez lo que más nos cueste aceptar sea su falta de respuestas. Los adultos aspiramos a encajarlo todo en un puzle perfecto que ofrecerle a nuestros hijos como la fórmula exacta de la felicidad: Pórtate bien y todos te querrán. Estudia y tendrás un buen trabajo. Esfuérzate y serás recompensado. Pero cuando la fórmula no da los resultados esperados nos quedamos sin repuestas. Y si algo nos recuerda este libro es que las reglas de tres no se aplican a la vida. Y que ésta no suele molestarse en darnos explicaciones por más que nos empeñemos en pedirlas.
1 comentario:
No me gustó el final, no por lo bueno o malo que sea, sino por una mínima falta de explicaciones. Mínima, insisto, no necesito saberlo todo, pero ¡algo!....
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