Miguel Baquero
Existen, en mi opinión, dos conceptos antitéticos, como son la poesía y el cuento —o mejor, el relato, luego explico el porqué de esta puntualización—. Ambos conceptos pueden tocarse, por supuesto: existen relatos llenos de pinceladas poéticos y existen libros de poemas que siguen una ligera línea argumental. Pero distinta cosa, me parece, es integrar por completo ambas modalidades, que yo siempre había pensado refractarias, en un mismo texto.
Esto es lo que considero pretende la madrileña Tere Susmozas en este Terrestre océano, título tomado de un verso de Neruda. Hacer del cuento no una forma, más o menos poetizada, del relato sino una forma renovada e integradora de ambas voces. Con independencia de su extensión: todos ellos en general breves, hay cuentos de una sola página, otros que ocupan casi una decena divididos en semi-capítulos…. Con independencia también del tema que traten, sea el amor, la soledad, el dolor… El factor unificador de este volumen de cuentos —y aventuro ya que de toda la carrera de la escritora que aquí comienza— es esa voz, ese estilo o ese género en que se funden relato y poesía.
Por el nutritivo y esclarecedor prólogo de Ángel Zapata me informo de que esta manera de narrar/poetizar se quiere llamar “neosimbolismo” y ya la practican otros cuentistas de prestigio en nuestro país y asimismo es el factor diferenciador en muchos concursos de cierta categoría. En resumen, se trata de una forma nueva, o renovada, en que el cuento crece en torno a un motivo —un grito en la noche, un sonido lejano, una caja abierta, un trino de pájaros y por supuesto la salida o la puesta de sol— y no crece desde el primer al último renglón, como venía siendo la costumbre, de forma lineal, alrededor de un eje argumental, sino que se esponja, toma volumen, se envuelve en torno al motivo.
“Crepúsculo casi helado sobre un puente”, “Sonido cíclico que arrasa”, “Percepciones de lo ausente”, “Pájaros a la deriva entre constelaciones”…son algunos de los títulos que componen este volumen. Nadie busque en ellos relatos claros, diáfanos, de los de planteamiento, nudo y desenlace —que no porque sean los que más tiempo llevan practicándose van a ser los mejores, por cierto, en eso estoy de acuerdo— pero a cambio es verdad que se encontrará “imágenes en movimiento” —valga llamarlo así, pues no acierto a decirlo de otra manera; en fin, a lo propio de la narrativa me refiero— teñidas de un gran tono poético, de ese sobrecogimiento repentino y esa claridad que de pronto nos asalta cuando leemos un gran poema.
Cierto es que el objetivo de un buen relato es provocar esa misma sensación como conclusión de un texto, y el de una novela como final de sus páginas: conseguir que el lector ande durante un tiempo como aturdido por lo que acaba de leer, pero Susmozas —y es respetabilísimo—, ha optado por hacer de sus cuentos no un bloque de texto que nos vaya a fascinar como remate, sino una sucesión de pequeños golpes poéticos, de pinceladas líricas, de frases, eso es indudable, de primera categoría que nos va sugestionando poco a poco a lo largo de las páginas. Dudo si emplear aquí la metáfora del cuadro que para apreciarlo debidamente hay que alejarse varios pasos en contraposición a la miniatura o a la orfebrería que hace necesario arrimarse todo lo posible y hasta ajustarse en el ojo un cuentahílos para apreciar la innegable calidad.
En todo caso, de arte estamos tratando en ambos casos, y yo invito muy sinceramente a quien pueda leer esta reseña a que se acerque al libro de Tere Susmozas y entre en contacto —si, como fue mi caso, no lo conocía, o no lo conocía así denominado— con el “neosimbolismo”, y con su apuesta por conjugar poesía y relato y formar un nuevo tipo de cuento. Tendrá mejores o peores resultados —este libro está entre los primeros, creo—, pero siempre conforta ver que bajo la rígida mole de los best-sellers y los escritores anquilosados hay unas corrientes subterráneas de agua en movimiento.
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