Miguel Baquero
Ya ha salido a la venta el nuevo número de la revista/fanzine Vinalia Trippers, posiblemente la mejor publicación, con vocación de literatura efímera, que hoy se está editando en nuestro país. Este número recién publicado, que hace el 13, sigue a un número 12 soberbio, Spanish quinqui, sobre el tema del cine «macarra» español de los 80, y a otros números anteriores no menos dignos centrados en el terror, o en la ciencia-ficción de serie B, entre otros. Reivindicar la estética —y a veces, la ética— de las novelas de quiosco o de las películas de bajo presupuesto, con todo la carga underground que ello comporta, es el objetivo de la «tripulación» —como gustan llamarse— de Vinalia: escritores —novelistas, poetas, o blogueros—, ilustradores y músicos que sin una periodicidad establecida, sino cuando surge una buena idea, se reúnen para llevar a cabo un pequeño libro de «Relatos para adultos», como de forma vintage y orgullosa lucen en su portada, acompañado de un suplemento de poesía relacionada con el tema.
En esta ocasión, el asunto es el Viejo Oeste, con toda la parafernalia, en especial cinematográfica, pero también de tebeos y de libros a lo Marcial Lafuente Estefanía, que ha circulado en torno al tema. Un universo peculiar plagado de referencias en el que se sumergen hasta el fondo los hacedores de este Vinalia: Duelo al sol. Con tanta convicción, y tanto poder literario de evocación que uno, durante la lectura de este nuevo número del fanzine, de veras se siente de nuevo, como cuando era un chaval, sumergido en el mundo del Oeste, de los indios y vaqueros, del Séptimo de Caballería, de los saloones de puertas batientes, del humeante ferrocarril que atraviesa las praderas…
Para reconstruir, durante unas horas de lectura, ese mundo ante nuestros ojos con tamaña riqueza, tantos detalles, tantos tonos de color —lo que provoca a la vez entretenimiento y asombro—, quienes han confeccionado este nuevo Vinalia han empleado mucha calidad, tanto literaria como gráfica. Cada quien, por supuesto, a su forma: varios son los que se introducen en el viejo Far West de forma interpuesta, a través de las películas que vieron —y en este sentido, es general la exaltación de todos del spaghetti-western, de esas películas fantásticas de Sergio Leone, punteadas con música de Morricone, en que, desprovistas de la carga «estamos haciendo nación» de las películas, por ejemplo, de John Wayne, los personajes y las historias se muestran en su esencia más desnuda—; otros se asoman a través de las novelas de quiosco, tan manoseadas, que leían sus padres o de los juguetes que se estilaban cuando eran niños.. Son, a mi entender, dentro de la calidad general, los relatos, sino más flojos, más fríos, aunque en ocasiones consigan renglones tan excelentes y gráficos como este de Gabriel Oca Fidalgo:
«El sol del desierto, con los pantalones, la camisa y el chaleco, el pañuelín al cuello y kotoplop kotoplop con el caballo levantando polvo a tu paso. Así hasta que sale una serpiente silbando, se encabrita el bayo y te vas al suelo de espaldas, te levantas rebozado como una croqueta, el caballo se las pira y desenfundas como un rayo volándole el sonajero a la puta cascabel. Luego te sacudes el polvo con el sombrero…»
En otras ocasiones, sin embargo, los narradores se introducen directamente, sin preámbulo alguno —como si dijéramos, descabalgan justo— en plena calle principal, atan su montura de cualquier forma, con una rápida vuelta de las riendas, al abrevadero y allí a su alrededor está la barbería, el almacén de maderas, la oficina del sheriff, el banco, el saloon —desde cuyo piso de arriba, unas jóvenes descorren los visillos para atisbar la llegada del forastero—, las cabezas de ganado que pasan justo por medio del pueblo y que unos vaqueros conducen rumbo a Laramie, al fondo, sobre un carromato, un tipo de alta chistera pregona las bondades de su tónico… Estos relatos «directos» son, a mi entender, aunque de igual calidad, los más atractivos del pequeño volumen. A destacar, especialmente, el extraordinario relato «Un buen hombre», de Nacho Abad; también «La ley de los hombres», de Alexander Drake; o «La leyenda de Main Street», de José Naveiras.
Pero insisto en que no es tanto cuestión de calidad como de gusto personal de este reseñista, porque relatos de ambientación directa e indirecta forman, en conjunto, un muy compensado volumen. Debe destacarse precisamente este «conjunto», el concepto «total» de cada número de Vinalia, la perfecta adecuación entre contenido y continente, en este caso la magnífica portada, muy adecuada a los viejos librillos del Oeste o a los carteles de películas que se quieren homenajear; la tipografía a lo máquina de escribir, muy propia del fanzine; las ilustraciones que recuerdan a los viejos tebeos… Incluso el suplemento que acompaña a la revista, titulado «Deseo de ser piel roja» —en verso tomado del insigne Leopoldo María Panero, a cuyo fallecimiento la tripulación de Vinalia rinde el debido respeto—, es, a manera de reserva india, un excelente conjunto de poemas en torno a la figura de este piel roja, contemplado como figura expoliada por la civilización supuestamente superior del hombre blanco, figura perseguida y finalmente exterminada. De nuevo, poemas de gran nivel, sería injusto destacar alguno, pero si se me permite, échenle un ojo a «Sólo somos indios», de Chapu Valdegrama.
«Reward», ponía en carteles a la puerta del saloon, junto a la foto de los forajidos. «Se busca». Y eso aconsejo yo: buscar este nuevo número de Vinalia. Quizás no resulte fácil dar con él, pero tenga por seguro quien siga sus pasos que se las tendrá que ver con la banda de narradores, poetas, músicos y dibujantes que posiblemente hoy por hoy, mejor maneja los revólveres en nuestro país.
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