Amadeo Cobas
La memoria padece siempre grietas por las que se cuela la luz, fisuras que resquebrajan su entereza hasta volverla endeble, susceptible de modificaciones, enmiendas, distintas versiones de cada recuerdo. Es dable al que rememora que fabule, engrandezca sus dones o tergiverse a su antojo, todo ello en aras de la mayor belleza de lo narrado o de su autobombo. ¿Por qué no? Nadie conocerá los hechos con precisión más atinada que quien participó en los mismos. ¿Nadie?...
Mi consejo: quédense hasta la página final de esta novela para entender mi introducción. Quédense para contraponer los caracteres femeninos que pueblan esta obra. Hay personajes masculinos, huelga decirlo, y de mérito, pero destacan las féminas. Y lo hacen sobremanera dos: Ramona y Mireia. Compararlas es injusto. Contraponer, como decía hace poco, la fortaleza y determinación de Ramona, su verborrea, saber estar y hasta altanería con la muda discreción de Mireia, su ansia por pasar desapercibida, no tiene parangón. De ahí el éxito de Maria Barbal al oponer los polos opuestos y conseguir no sólo que se atraigan, sino que una se embeba de la otra. Y eso que llevan vidas de lo más divergentes…
Porque Mireia y Ramona compiten. Acaso sin saberlo. Es posible que hayan pasado de ser compañeras en el bachillerato para proseguir sus vidas en los estudios superiores con distancia y un posterior reencuentro, no sé si cabe llamarlo amistad. Que la una tiene el novio equivocado y la otra también, por mucho que «…para Mireia, el mundo era Manuel…».
En esta novela de ida y vuelta, que cobra volumen y cuerpo literario a medida que se acopian los detalles, para retomar el inicio así como declinan sus páginas, dándole sentido y encajando las piezas, los refugiados del régimen franquista viviendo en Francia, su espíritu vivo gracias a los esfuerzos de la asociación Memoria y Libertad, la democracia que llega como un devenir de la Historia, no sin antes padecer los desdenes tiranos, el asesinato de Salvador Allende, por ejemplo, se nos hace saber que «las penas de un hombre son pequeñas y las de todo un pueblo son un dolor infinito».
Desde lo general transitamos hacia lo particular: el amor de antaño y el moderno, reflejado en imágenes deliciosas y claras, «algunas parejas se daban besos amparados por la masa, como si los demás fueran las plumas de su nido», el exilio de trasfondo, los rescoldos de la guerra civil y su amargura; el exilio interior, cobijado bajo el silencio para evitar ser descubiertos por la policía secreta, y el exterior, destacando el de los refugiados españoles en Francia. Todo ello con el indispensable adobo de un lenguaje de traza poética, bien definido y sin recarga, exhaustivo sólo en caso de necesidad: «Entraron en la habitación, la que tenía que haber sido el dormitorio de la pareja. La cálida luz de fuera alegraba las tristes baldosas desgastadas y un somier deformado sobre cuatro patas metálicas».
«¿Tienen eco los suspiros y los besos? ¿Gravitan en el aire?». Maria Barbal logrará convencernos a todos para que digamos que sí…
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