Angeles Prieto Barba
En 1954 y 1955 se publicaron en Inglaterra los tres tomos de El
señor de los anillos, obra que alcanzaría ventas excepcionales,
pero también bastantes reseñas críticas, escritas con verdadera
saña. Así, un grupo numeroso de críticos la calificó como
“entretenimiento para niños” o “basura adolescente”,
mientras que otros atacarían a la novela desde la perspectiva moral
e ideológica, con acusaciones que iban desde su falta de compromiso
social y político con los grandes problemas del siglo, calificándola
de mera evasión burguesa, hasta tildarla incluso de “racista”
(razas blancas en un bando y oscuras, bajo Sauron, en otro), “nazi”
o “profascista” (por similitudes con el anillo de los
Nibelungos). Pues bien, todas estas calificaciones extremistas, que
hoy día nos hacen sonreír por su simpleza y limitada concepción de
la literatura, no sólo resultaron ser falaces, sino que tampoco
estaban exentas de segura villanía, cuando no de envidia. Y eso es
precisamente lo que vamos a descubrir con este gran libro de John
Garth, un estudio muy serio sobre la gestación de tierras, lenguaje
y personajes de la Tierra Media, a la vez que un instrumento preciso
para conocer quien fue John Ronald Reuel Tolkien.
Este ensayo constituye también un canto a la amistad. Pues
describe y desarrolla el hermanamiento cálido y sincero de cuatro
muchachos, muy distintos entre sí pero unidos por su intenso amor a
la poesía, que conformarían el núcleo del T.C.B.S. (Tea Club and
Barrovian Society) en el colegio King Edward de Birmingham, y que muy
pronto se las tendrían que ver ante esa barbaridad absurda y
evitable que conocemos como la Gran Guerra, o Primera Guerra Mundial.
En concreto, la puntilla para ellos resultó ser la espantosa, larga
y sangrienta batalla del Somme (julio a noviembre de 1916), auténtica
máquina de picar carne de trincheras que se llevó por delante a un
millón largo de jóvenes, entre ellos dos de los miembros
principales del club. Sencillamente, el Horror. Tolkien sobrevivió a
ella, sí, pero estuvo allí con los ojos bien abiertos para no
olvidar nunca esa oscura tierra y tumba de barro que luego
conoceríamos como Mordor. Perder allí a sus mejores amigos, sin
tiempo ni tratamiento psicológico posible para asimilar el duelo
separado de los suyos, constituyó un durísimo golpe del que no se
recuperaría nunca. Es por ello que las acusaciones que recibiría
más tarde de falta de compromiso con la realidad implican para el
que las formula un desconocimiento absoluto de los hechos terribles
que marcaron su vida. Porque haber estado en el Somme ya fue
suficiente, demasiado compromiso.
Hemos hablado de Tolkien,
pero no de John Garth, el autor de este trabajo impecable. A mí me
ha asombrado no sólo el conocimiento que demuestra de las obras
completas de Tolkien, también el arduo y ordenado trabajo de
investigación que ha realizado sobre su vida y progresivos
conocimientos filológicos-literarios y, sobre todo, las capacidades
que demuestra como narrador, describiendo con orden y atino lo vivido
por Tolkien sin dejar de emocionarnos y conmovernos. Da en la diana
cuando nos indica que la obra de Tolkien, elaborada tras un largo
proceso detallado aquí perfectamente, lejos de constituir un
mecanismo de evasión, supone ante todo un intento de dignificar,
mediante la épica, tantas vidas perdidas en aquella Guerra. Pero
además, es una obra que trasciende, que va mucho más allá, pues en
la concepción de Melkor, o Morgoth (dios-abstracción del afán
destructivo mediante máquinas, ejércitos e industrias), del que
luego Sauron será su lugarteniente, ya estaba anticipando el
totalitarismo que vendría después en Alemania, Italia y Rusia.
Mientras asimismo contemplados asombrados a esos seres pequeños
llamados hobbits, capaces de grandes hazañas, auténticos apóstoles
o precursores de la ecología en nuestros días.
Por supuesto, una obra como esta tenía que ser publicada en España por
Minotauro, continuando fielmente con la labor de Francisco Porrúa,
inteligente editor y traductor que nos dió a conocer a Tolkien allá
por 1977. Y muy dignamente, sin escatimar gastos a la hora de incluir
fotografías, todas las notas pertinentes, índice onomástico y un
tamaño de letra adecuado.
Concluida su lectura, el lector se quedará pensando. Porque sin
dudarlo también vivimos tiempos oscuros y no tan lejos de nosotros
la destrucción mediante máquinas, armas mucho más complejas,
ejércitos más inteligentes y medios de comunicación todopoderosos
y renovados, está desarrollándose. El Terror no es que se acerque,
es que tras el derrumbe de las Torres Gemelas (Tolkien visionario),
ya lo tenemos encima y con nosotros. Cabe acogernos a sus palabras en
boca de Faramir: «Guerra ha de haber mientras tengamos que
defendernos de la maldad, de un poder destructor que nos devoraría a
todos; pero yo no amo la espada porque tiene filo, ni la flecha
porque vuela, ni al guerrero porque ha ganado la gloria. Sólo amo lo
que ellos defienden» (El señor de los anillos II, Las dos
torres, pag. 364).
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