Miguel Baquero
Un escritor, gurú de la autoayuda, ha desaparecido; todos piensan que ha sido secuestrado, presuntamente por un admirador… Esta es la base de Sacrificio, la última novela del escritor, poeta y editor Román Piña (Palma de Mallorca, 1966), una novela corta pero, sin embargo, intensa en que, al hilo de la desaparición dicha, Piña se adentra en los terrenos de la «componenda» editorial, que es esa hermanastra fea, pero imprescindible, de la «creación» artística.
Porque igual que un cuadro quedará siempre oculto sin un galerista que lo exponga, y un pintor no es nadie sin un marchante que lo negocie, así lo decisorio en las letras es, al fin y al cabo, lo que sigue después que el escritor haya puesto a sus páginas punto y final. Y lo que sigue suele ser un territorio salvaje, una «jungla» —¿por qué no?— a la que ya se asomó Piña en su anterior obra, un ensayo, en colaboración con Miguel Dalmau, muy celebrado y que tenía por título (casi nada): La mala puta. Réquiem por la literatura española.
En Sacrificio, las interioridades que se van descubriendo del escritor desaparecido nos asoman a toda una trama de montajes literarios, trampas en la publicación, corrupción —podría decirse— en las librerías, una ola que se lleva por delante, en primer lugar, a esos editores ingenuos que alguna vez soñaron con atrincherarse en la calidad y que han acabado renunciando definitivamente a su sueño unos —los menos— a cambio de beneficios económicos, y otros —los más— de la mera supervivencia.
Representativo es, en este sentido, que el (exitoso) escritor de autoayuda protagonista de Sacrificio sea un hombre menguado —muy, incluso «demasiado» menguado, y en este exceso entra el humor salvaje y desmandado de Román Piña— cuyos consejos de vivir son tan obvios, tan vacíos, tan simples, en el peor sentido, que constituyen indudablemente un éxito de público. En contraposición a esta figura podría ponerse la de un tal Onsurbe, autor se presume que no demasiado malo pero que, sin embargo, se niega a participar en la exhibición a veces necesariamente impúdica que supone un buen lanzamiento literario. Algo raro ocurre a nuestro alrededor cuando el lector seguramente comprenderá y aplaudirá el exhibicionismo promocional del autor menguado y quedará perplejo ante los remilgos y protestas de dignidad de aquel Onsurbe.
«Ahí tienen al hombrecillo subido a la mesa, con su micrófono inalámbrico como una estrella del rock […] pueden verlo saltando, rodando como una pelota, girando como una peonza, jugando al cricket, buceando, haciendo surf, saltando de un trampolín […] con todo el paquete de efectos para que verlo y adorarlo sea una necesidad. ¿Leerlo? Leerlo no hace ninguna falta.»
Reflexiones, en fin, sobre los productos comerciales y la forma en que nos dirigen hacia ellos, insertas en un texto ágil, preciso, y con el humor bestial característico de Román Piña, que proporciona escenas desagradablemente jocosas. ¿Que cómo puede ser esto? Lean y verán.
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