María Dolores García Pastor
Se convirtió en el libro revelación de la Feria del
Libro de Londres de 2012. Cuentan las malas lenguas del mundillo que lo más
buscado y ofrecido ese año, aparte de las codiciadísimas novelas negras, era la
ficción escrita por mujeres en especial de países en los que Estado y religión
les niegan sus derechos. La adquirió la prestigiosa Weidenfeld & Nicolson
por una suma de seis cifras y desde entonces se ha sido publicado en más de
setenta países. A la sombra del árbol
violeta narra una historia potente con tintes autobiográficos en el seno de
un régimen totalitario. Se trata de una novela coral compuesta de siete
narraciones que transcurren a lo largo de tres décadas de la historia reciente
del país y que bien podrían funcionar como relatos independientes. Tienen todas
ellas en común el espacio y el tiempo, además de la presencia del árbol violeta
y los personajes que se repiten: les conocemos cuando son niños y volvemos a
encontrarlos cuando ya son jóvenes.
Sahar Delijani nos cuenta a través de esos
personajes diferentes pasajes de la historia de su familia. Sus padres sufrieron
la represión del régimen de Jomeini, estuvieron encarcelados y fueron liberados
poco antes de las purgas de 1988. Un tío suyo fue ejecutado. También es su
historia. Ella misma nació en la cárcel de Evin, Teherán, como una de las
protagonistas, y cuando apenas contaba con trece años marchó al exilio en
Estados Unidos; es por eso que la obra original está escrita en inglés.
Sin duda la suya es una vida de libro. Un drama real
cargado de fuerza. La autora opta por narrar en tercera persona y repartir sus
vivencias entre diferentes actores. Es así como los detalles reales aparecen
dispersos y formando parte de varias historias de otros tantos personajes. Eso
quizá es lo que le resta intensidad a lo que cuenta. También los continuos
saltos en el tiempo y los muchos personajes hacen que se pierda el hilo de la
narración. Hablar de primer libro y de novela coral en este caso nos lleva a
evidenciar que su autora comete uno de los errores clásicos del escritor
principiante: querer contar demasiado en el primer libro. Ello se concreta en
una obra poco sólida en la que la intensidad de lo que está contando queda
difuminada.
El título original, Children of the Jacaranda Tree, describe mucho mejor la esencia de
este libro que el que se le ha puesto a esta traducción en castellano. Los
verdaderos protagonistas son los niños que vieron sufrir a sus padres y se han
convertido en los jóvenes adultos que hoy claman en las calles o viven con
tristeza el exilio. Si bien es cierto que el árbol jacaranda está presente en
toda la obra, que sobrevuela todas las historias, en realidad no es él el
protagonista, lo son esos niños que sufrieron la represión y la dictadura. De
hecho el árbol jacaranda no es típico de Irán, no existe en el país y, de
existir, sería muy raro de encontrar. Según la autora se trata de un símbolo,
una imagen utópica: algo bello y querido por todos como era la revolución iraní
antes de la llegada de la teocracia, cuando todos creían que traería
democracia, libertad y justicia.
La narración abarca varias décadas de la historia
reciente iraní, poco conocida, silenciada. Los protagonistas son los hijos de
los detenidos por el régimen islamista radical. El libro está escrito en tercera
persona con una prosa clara y directa, llena de lirismo. Su autora maneja con
maestría las descripciones y la creación de personajes y, sobre todo, sabe
jugar a la perfección con los elementos simbólicos. Pese a la dureza de lo que narra
es capaz de dejar una puerta abierta a la esperanza.
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