Pedro Pujante
Pangea es la primera novela que publica Adrián Tejeda (Badajoz, 1979) bajo el sello de ciencia ficción 2099 de Ediciones Irreverentes. ¿Una utopía o una distopía? Quizá los dos subgéneros se entrelazan en esta fábula moral de factura futurista.
La narración, en capítulos alternos nos dibuja dos realidades distintas que al final de la novela habrán de confluir, a través de la presencia de un aventurado héroe anónimo que encontrará su propio destino, y quizá el de todos. Por un lado está el relato de un mundo distópico, mecanizado, hiperindustrializado y totalitario en el que la población humana se ha dividido en castas. Un antiutopía orwelliana y gris, muy similar a El talón de hierro, de London, que parece alertarnos sobre la dirección que está tomando este mundo materialista en el que vivimos.
En los capítulos pares, Tejeda, recurriendo al artificio del manuscrito encontrado, ha construido una suerte de documento testimonial, casi un ensayo o un Atlas, en el que nos detalla minuciosamente una sociedad utópica, ancestral, que todavía basa su fuerza en las energías primordiales. Con reminiscencias de la cultura zen y que nos remite a las utopías clásicas de Moro o Campanella y a las epopeyas vetustas de Gilgamesh.
El mundo tecnificado y estratificado están en guerra. Su objetivo es controlar a la población y acumular todas las reservas de Locker, un recurso muy valioso que funciona como metáfora de la codicia, del materialismo.
A diferencia de otras distopías que nos sumergen en un mundo totalmente creado, Tejeda, en Pangea nos explica su génesis, nos pone en antecedente haciéndonos ver no solo la parte ficcional de su propia novela, sino las problemáticas reales que nuestra sociedad acarrea en su desarrollo amoral y cada vez más materialista.
Con ecos de la novela clásica de distopía (Bradbury, Huxley), de Gilgamesh (Summer, Eanna) y algunas pinceladas de política y economía, Pangea funciona como una ficción futurista y demoledora, y a la vez sugiere un paseo autocrítico por nuestro propio presente. Tiene algo de relato épico, aventuras y muchos elementos de la filosofía zen o contracultural, que aspira a remodelar el mundo desde dentro, desde nuestro propio ser. Una sátira social que a través de la ciencia ficción nos coloca frente al doloroso espejo de la realidad.
La prosa de la parte menos narrativa goza de mejor suerte, siendo la construcción de la historia la que adolezca en algunos tramos, sobre todo en la primera mitad, de una mejor dicción. El autor ha descuidado algunas construcciones gramaticales, y una más detenida revisión hubiese beneficiado al conjunto de la obra. No obstante, nos hallamos ante una primera novela peculiar, interesante y que nos anuncia a un escritor con algo distinto que contar.
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