Miguel Baquero
Sabido es el dicho de que, a veces, «los árboles nos impiden ver el bosque». Tan cerca solemos estar de los objetos, tan encima de nosotros los tenemos que no somos capaces por lo general de apreciar el conjunto. Es necesario alejarse un poco, tomar distancia para no ver el cuadro tan de cerca y poder apreciarlo, entonces sí, como un todo.
En cierta manera, eso es lo que La espada de Damocles puede suponer para el lector español. No hace mucho, conversando con un amigo lector, éste me contaba que a través de las novelas policiacas ambientadas en la actualidad del griego Petros Márkaris (Estambul, 1937) uno podía hacerse una idea clara de las razones por las que Grecia se halla colocada al borde de la quiebra. Unas razones que no estriban, como es lo fácil pensar, en una conjura de los mercados o en una gran confabulación capitalista e internacional. Quizás, sí, esto sea la mecha, el detonante que va a hacer reventar al país, pero la pólvora, el material inflamable y propicio al estallido, llevaba mucho tiempo gestándose en su interior, por diversas razones.
Razones que, y he aquí lo estremecedor y lo inquietante de este libro, se parecen (en ocasiones son un calco) a las que rodean la apurada situación española. De ahí lo muy recomendable de este libro para, como dije al principio, tomar distancia, ver las cosas desde fuera de nosotros mismos y advertir entonces, con una claridad sorprendente, como muchos elementos de esta Grecia en derribo con compartidos por nosotros.
En La espada de Damocles, colección de artículos publicados en diversos medios por Márkaris desde 2009 hasta junio de este mismo año, y que incluye una entrevista final con el autor, no se descarga de culpabilidad (sería imposible, por otra parte, tal es su obviedad) a los entramados financieros y a las salvajes políticas neoliberales en la eclosión de esta crisis que con especial violencia se está cebando hoy en el país heleno y mañana en nosotros. Pero Márkaris (también por descontado) no es tan ingenuo, ni considera a sus lectores tan incautos, como para reducirlo todo a este agente externo. Muy al contrario, Márkaris hace surgir silenciosamente la crisis en los tiempos de mayor bonanza económica (que allí y aquí también vino a coincidir con la entrada en el euro), cuando se instauró entre los partidos llamados a gobernar por turnos unos sistemas de subvenciones, ergo de clientelismo, que constituyeron la autovía directa hacia la corrupción. Se instauró, así:
«Una política demagógica cuyo único objetivo era la reelección (…) Cada uno de los gobiernos griegos acogió a su propia gente en la Administración estatal, que se convirtió en un enorme monstruo incapaz de funcionar».
La alternancia en el poder no se convirtió en una posibilidad de llevar un camino más o menos sosegado y conforme a todos, sino que los gobiernos se iban turnando con esta frase que en el libro se dice así y que causa pánico por cuanto de esta forma exacta, absolutamente exacta, se ha empleado también en España. Según figura en el libro, un dirigente del Pasok dijo públicamente lo que sigue: «Durante años, las derechas se han aprovechado del Estado. Ahora nos toca a nosotros», y aquí, como digo, se oyó en su día la misma frase.
Significativo es también el hecho de cómo en Grecia se recurrió en numerosas ocasiones a la memoria de un conflicto o al eterno enfrentamiento con los turcos para polarizar a la sociedad hacia un lado u otro (siempre en pos de la «reelección», palabra clave) y distraerla de quedar aunque sólo fuera un momento en un punto fijo desde el que poder plantearse con claridad un equilibrio y un futuro.
Pero por supuesto, y aquí va más lejos Márkaris, toda esta instrumentalización, al final estafa descarada, robo, y ya por último saqueo, de que los políticos han hecho víctima a Grecia, no hubiera sido posible sin la colaboración del ciudadano medio. Los griegos, como los españoles, como los italianos, como seguramente muchos de los europeos, cuanto más cuanto recién llegados, se han estado preparando durante mucho tiempo para el papel de víctimas propiciatorias, se han labrado su autodestrucción. Cuando asistían (asistíamos) al creciente clientelismo y a ese mar de subvenciones sin protestar demasiado por si acaso un día nos pudieran beneficiar a nosotros, cuando silbábamos distraídos, e incluso sonreíamos, a la vista de cómo nos estaban esquilmando, sólo por la esperanza de que un día nos fuera a caer una migaja, cuando prácticamente nadábamos en la abundancia y el bienestar que nos daban unos fondos europeos que sabíamos engordados, tramposos, fraudulentos, pero y qué si nos aprovechan de algo, cuando salíamos de un crédito sencillamente pidiendo otro, era así de sencillo…
«Entonces llegó el año 1981 y un flujo de dinero comenzó a circular por el país. Los griegos ya no necesitaban una “cultura de la pobreza” pero tampoco habían desarrollado ninguna “cultura de la riqueza”. El consumo se convirtió en la fuerza motriz de la sociedad (…) Los griegos se construyen casas de verano y residencias rurales y no se rompen mucho la cabeza pensando en cómo van a devolver el dinero.»
«La mayoría eran muy felices y pensaban que esta situación iba a durar siempre. Fue el primero de los errores. Pero el mayor error vino del sistema político que se empeñó en promocionar el conjunto».
La espada de Damocles, acertada alusión a esa figura que también sentimos ya sobre nosotros, es un libro claro, conciso y utilísimo como espejo en el que mirarnos si acaso nos diera pudor plantarnos frente a nosotros en el espejo y reconocer todos nuestros errores.
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