martes, noviembre 13, 2012

El país imaginado, Eduardo Berti

Impedimenta, Madrid, 2012. 235 pp. 19,95 €

Carmen Moreno

Hace mucho que soy fiel seguidora de la literatura japonesa, no así de la china, y, a modo de muñeca rusa, puedo decir que soy fiel, sobre todo, de la de la primera mitad del siglo XX; pero, sobre todo, de la de Yasunari Kawabata, que fue el primer japonés en ganar el Nobel de literatura, y de Yukio Mishima, aunque en los últimos años me ha interesado Natsuo Kirino y mucho antes Murasaki Shikibu. Por lo tanto debo reconocer que no he leído jamás al Nobel de este año, Mo Yan, ni me ha interesado en exceso la ambientación en China.
Lo que más me llama de la literatura japonesa es la belleza que encierran sus páginas, o el escozor psicológico que provocan sus tramas siempre encaminadas al desenlace menos hollywodiense posible. De dicha belleza escapa Natsuo Kirino que invierte sus fuerzas en construir thrillers psicológicos que acongojan a cualquiera. Pero en la estela de las historias magníficamente construidas, lentas y hermosas está la novela de Eduardo Berti, El país imaginado.
Una novela que no es apta para lectores en busca de acción, y es muy recomendable para aquellos que buscan recrearse en las palabras porque Berti apuesta por contar una intensa historia de amor desde la serenidad de una adolescente china.
El argentino crea un mundo dual en el que la vida y la muerte son complementarias, no solo coexisten, sino que no se entienden la una sin la otra; la belleza y la inteligencia, no se niegan, como tampoco lo hacen el pragmatismo y los sueños. Y, de una manera inteligentísima, el novelista se lleva la historia a Pekín en los años 30, porque solo en un país como China, puede hacerse creíble que unas historias tan intensas no tengan más deslizamiento que el de la tranquilidad, el sosiego, la obediencia sin amargura.
Dice Alberto Manguel en el prólogo a la novela: «… la novela de Berti no quiere separar la narración psicológica de la fantástica ni al lector escéptico del crédulo.» Y yo, a medida que la voz de la abuela aparecía e iba dirigiendo los pasos de la nieta, no podía dejar de pensar en Sandman, la novela gráfica de Nail Gaiman.
«El soñado es el que ve. El que sueña cree que ha visto alguna cosa, pero tan solo lo cree a partir de imágenes que construye su mente al despertar.», dice la abuela en una de sus apariciones. Y a eso juega Berti, a confundirnos para que solo nosotros coloreemos la historia, porque las siluetas ya están dadas, pero falta saber qué colores le otorga nuestra mente.
Desde que el lector coge la novela puede intuir que va a ser, no una gran historia, no un inquietante thriller, no una convulsa revuelta de los personajes, sino algo bello. Y esto es palpable desde que tomamos por primera vez el libro, porque Impedimenta apuesta por hacer hermosa incluso la portada.
Una novela, la de Berti, que conmueve desde el interior, que planea no el desmoronamiento de nuestro mundo, sino la construcción de algo nuevo. Una novela que nos propone una mirada plácida y lenta sobre un tema que parece tan manido: el amor.

1 comentario:

Cristina dijo...

Me gustan las novelas lentas y hermosas, me gusta la ambientación en China y me gusta la voz de esa adolescente. Ya me había fijado en el libro, pero tras leer tu reseña no me queda ninguna duda: tengo que leerlo.

Saludos.