Pedro M. Domene
Esta es la historia del Doctor, o mejor dicho la intrahistoria de Salvador Allende, presidente electo de Chile, que en la mañana del 11 de septiembre de 1973 se dirige al Palacio de la Moneda porque todo indica que puede haber un golpe de Estado en marcha; y, también, la de Rufino, un singular asistente del político, compañero en un taller anarquista en su juventud, extraordinario testigo de una tragedia de la que dejará constancia en un viejo cuaderno escolar y, además, un fervoroso amante del tango, afición que contagiará al mandatario. Esta es, en realidad, la crónica de El último tango de Salvador Allende (2012), contada con ese buen ritmo, popular y profundo, con que se mantiene aun viva la mejor expresión de la música argentina.
Roberto Ampuero (Valparaíso, 1953), autor de una amplia obra narrativa, ¿Quién mató a Cristián Kustermann? (1993), Nuestros años verde olivo (1999) o Pasiones griegas (2006), se acerca a la historia reciente de sus país desde diferentes perspectivas, contando la vida privada del presidente-protagonista, su relación con Rufino, el asistente personal y panadero de profesión, o la vida secreta de los jóvenes disidentes Victoria y Héctor, y aun añade para otorgarle la intriga suficiente las indagaciones que lleva a cabo, David Kurtz, ex-agente de la CIA, que orquestó la conspiración en contra del presidente socialista por aquellos años. Kurtz volverá al país por expreso deseo de su hija Victoria, que está hospitalizada y allí mismo le hace jurar al padre que, cuando muera, busque a un antiguo amigo en Chile para entregarle sus cenizas. Treinta y cinco años más tarde, el ex-agente se enfrenta al recuerdo de su pasado en la capital chilena, repasará los escenarios de su anterior estancia con la simple ayuda de una foto y de un diario escrito en español que deberá ir traduciendo para buscar la pista del joven retratado junto a su hija. A media que avanza el relato, Kurtz se dará cuenta de quién es realmente el autor de ese diario, Rufino, el amigo y asistente del presidente derrocado, y el lector asiste así a una reconstrucción histórica de los difíciles días de Allende, enfrentado a la derecha chilena que considera sus reformas las de un comunista y, también, a la izquierda guerrillera y combativa, que verá en el presidente actitudes de debilidad y ante los acontecimientos pretende armar al pueblo. Cuando el político chileno acude a la U.R.S.S. en ayuda, Brézhnev le niega cualquier intervención tras la experiencia cubana, y así provoca una auténtica crisis en el país socialista; los Estados Unidos, atentos y bajo la mirada del presidente Nixon y el Secretario de Estado Kissinger promueven la caída del presidente electo apoyando el golpe militar encabezado por Pinochet. Al hilo de la parte documental, incluso histórica, Ampuero retrata un joven Allende universitario, con inquietudes anarquistas que conocerá a un mítico agitador Demarchi, un zapatero, a quien Rufino y él retratan como el maestro que supo enseñarles cómo entender el mundo, una instrucción que forjaría al futuro político y que ambos recordarán, años después, siendo ya presidente Allende y su mejor asistente, cuando transcurrido un largo día pasaban juntos las veladas de Tomás Moro, núm. 200, poco antes del golpe militar. El narrador ofrece, paralelamente, dos puntos de vista para hablar sobre el Chile contemporáneo, los argumentos de la realidad que vivió la gente cotidiana y las angustias del panadero que no consigue harina para hacer su pan, o la utópica teoría socialista con que sueña el político que no logra implantar en el país, y como añadido a toda esa compleja visión, las conversaciones terminan o, mejor, salvan la noche discutiendo acerca de las letras de los tangos y de sus intérpretes. En un retrato más personal, el panadero anotará las relaciones del presidente con su esposa Doña Tencha y sus amantes, Payita y Gloria Gaitán y, con el amor como trasfondo, subrayará esas intimidades comparando la vida cotidiana con una larga lista de sus intérpretes favoritos, Santos Discépolo, Carlos Gardel, Alfredo Lepera y Homero Manzi, muestra, por otra parte, de una realidad humana que Ramiro aviva con su entusiasmo musical. Mientras, Kurtz comienza sus pesquisas en la capital chilena, y conoce a Casandra, una famosa echadora de cartas, con quien inicia un curioso romance, pero en su desesperada búsqueda de Héctor se enfrenta a los fantasmas del pasado y descubre que sabía muy poco acerca de su hija adolescente, y de sus actividades en el mundo universitario en los meses previos a la sublevación. Ahora su investigación le permite ir reconstruyendo el pasado atroz de Héctor, y por añadidura las actividades clandestinas de su hija, cuyas pistas iniciales lo llevarán a Alemania, y tras algunos incidentes poco afortunados, de vuelta a distintos lugares de Chile, hasta que descubre que Amanda, la esposa de Rufino, es el eslabón de un final para completar su historia.
Roberto Ampuero concibe su novela, El último tango de Salvador Allende, como una interpretación del pasado con mucho de ficción, aunque subraya que lo más importante cuando se trata de hablar de figuras históricas es hacerlo con el más absoluto decoro, con toda la seriedad posible y, sobre todo, a través de una fina sensibilidad para que los personajes se manifiesten en toda la amplitud de sus sentimientos.
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