Ángeles Prieto Barba
Adentrarnos en un personaje tan curioso como este autor alemán, conlleva no pocas sorpresas literarias agradables debidas a su agudeza, pero además, este diario nos va a proporcionar una disección del nazismo social impecable. Sin duda, de todas las obras que a mansalva se están traduciendo y publicando, del hasta ahora desconocido escritor por estos lares, como las novelas Pequeño hombre, ¿y ahora qué?, Sólo en Berlin y la autobiográfica El bebedor, este libro es el que más información histórica contiene. Porque el contenido del libro, en definitiva, es un juicio moral al nazismo, un grito de protesta, un ajuste de cuentas frente a una sociedad donde buena parte de sus individuos no es que estén enfermos, es que son abyectos.
Un libro coetáneo a los hechos que fue escrito en unas circunstancias muy especiales, pues Fallada, quien durante todo el III Reich estuvo dando tumbos (alcoholismo, deudas, depresiones, crisis matrimonial, frecuentes traslados, pleitos continuados) finalmente terminó, en el periodo que va de septiembre a diciembre de 1944, ingresado en una cárcel psiquiátrica, lugar donde conseguió redactar milagrosamente este texto, junto con El bebedor, en 92 folios redactados con letra pequeña, en apenas inteligibles microgramas, y lleno de abreviaturas. Todo un reto para la traductora irlandesa del mismo que necesitó, para poder realizarla, disponer de todo un año sabático.
Muy interesante nos resulta que Fallada pisó en esta ocasión la cárcel no por delitos políticos, sino por la sospecha de haberle pegado un tiro a su mujer, durante una fuerte discusión, tras haberse divorciado. Pero parece ser que no fue así y, aunque la propia exesposa pretendió exonerarlo, no fue posible librarlo de la cárcel dadas las inquinas y desconfianzas que este autor había ido acumulando por donde pasaba. Diferencias con sus vecinos, jefes y allegados que Fallada nos detalla con suma amargura, salvo honradas excepciones que terminan emigrando, proporcionándonos crueles retratos que van desde la rentista anciana SP, quien lo denuncia a la SA por diferencias económicas, hasta el hipócrita alcalde Stork, un apasionado militarista que se libraba del ingreso en el ejército cada vez que podía, en uno de los episodios del libro más irónicos y conseguidos.
Pero sin duda, el mayor interés del libro, desde el punto de vista historiográfico, reside en el impecable retrato que efectúa del ministro de Cultura y Propaganda, Joseph Goebbels, dado que a raíz del éxito de unas de sus novelas se pretendió llevar a cabo una película que finalmente no fue realizada, motivo por el cual este escritor primero fue encumbrado y luego no pudo encontrar sitio artístico en el III Reich, al ser víctima de la competencia por el control cultural entre Rosenberg y Goebbels. Una relación de hechos muy interesante que despeja toda duda sobre la absoluta honestidad de Fallada, sobre todo al confesar cómo, al ser un escritor con cierto prestigio, se libró, por una falsa disfunción del corazón, de participar en el frente ruso.
En definitiva, nos encontramos con un texto muy valioso e interesante que ilumina más, aún más si cabe, toda la degradación moral que supuso el nazismo, culpas que en modo alguno quedaron redimidas con los Juicios de Nuremberg, pues se extendieron a la sociedad entera, incluso al propio Fallada quien decidió quedarse, encontrándose más cerca del dominio cultural de Goebbels de lo que quisiera. El amor a ese pueblo que regaló al mundo sonidos imperecederos, según sus propias palabras, bien caro tuvo que pagarlo.
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