Victoria R. Gil
Escribe Salvador Gutiérrez Solís porque necesita «contar este mundo con sus mil defectos, rescates y naufragios, este mundo que nos toca vivir, y que ahora, más que nunca, como advertencia, radiografía, terapia, anestesia o antídoto, es necesario seguir contándolo». No es de extrañar, pues, que en su última novela, escéptica y desencantada, abunden los naufragios y escaseen los rescates, y que sus protagonistas se asemejen a escaladores atrapados en medio del Himalaya, incapaces de culminar la ascensión.
Adentrarse en El escalador congelado nos permite asistir al pase privado de una crónica generacional, la de ese grupo de españoles que creció en plena transición política y para quien el futuro pintaba esperanzado. «Cuando no existían tantas cadenas de televisión ni anunciaban tantos productos en los intermedios de los programas». Sólo que ahora, asomado ya a esa década de los cuarenta en la que a uno le ataca el virus de los balances y de las cuentas saldadas, descubre que han pasado «muy rápidos estos años, no te puedes imaginar, muy rápidos». Y la esperanza no se ha cumplido.
Todos, de un modo u otro, malviven en esta novela. Ana, con la soledad; Susana, con la falta de hijos; Mario, con el paso del tiempo; Luna, con su propia identidad; Jesús, con los deseos insatisfechos; Amadeo, con el dolor de la ausencia. Y con este catálogo de frustraciones e infelicidades (también de infidelidades, cómo no), Salvador Gutiérrez Solís compone unos personajes detenidos, congelados en ese punto no retorno de la vida en que aún cabe el regreso o el giro inesperado antes del tiempo de descuento. Descubrir si el deshielo llegará por la vía de aceptar el pasado –elegido, al fin y al cabo, aunque haya resultado una opción equivocada— o por la de reescribir el futuro es la tarea que les aguarda a todos ellos. Pero quizás, como plantea el autor, no existan las soluciones, sino únicamente las elecciones con las que se debe vivir.
Sobre un armazón de capítulos cortos, vidas cruzadas y lenguaje directo, y con un evidente estilo cinematográfico, Gutiérrez Solís articula un juego de masas y vacíos en el que combina hábilmente lo que cuenta con lo que calla. No siempre lo que más duele es lo que más nos hace gritar.
Como morbosos espectadores en la oscuridad del cine, conocemos lo que la esposa esconde al marido y lo que éste oculta a su mujer. Sabremos de mentiras y renuncias con el silencio cómplice de quien alguna vez ha formado parte, como Jesús o Susana, Mario o Carolina, de una pareja que se bifurca. Nada en El escalador congelado nos deja indiferentes porque es muy fácil seguir un rastro que identificamos como propio. «En realidad, somos como uno de esos espejos formado por miles de cristalitos. Los cristalitos son todas las personas con las que nos cruzamos a lo largo de la vida. Siempre nos quedamos con algo del otro».
Hija de su tiempo, esta novela se descompone en las múltiples piezas que la forman a través de un blog que su autor ha creado en internet para desvelar esas intimidades que tanto nos gusta conocer a los lectores. Desde vídeos de Donna Summer, Joy Division y Bon Dylan, inequívocas referencias musicales de sus protagonistas, a extractos de la película Descalzos por el parque (Barefoot in the Park, 1967) y un ejemplar de Rojo y Negro, de Stendhal, pasando por vinos, pizzas, el sambódromo de Rio de Janeiro, un traje de Papá Noel, una playa, una cumbre nevada, tratamientos de fertilidad y montañas rusas desde las que todo, hasta la realidad, parece más limpio. El propio Solís advierte de que este striptease conceptual «puede entenderse como un acto de exhibicionismo, pero también tiene mucho de sinceridad, créame. Son muchos y muy diversos, dispersos, inconexos tal vez piense —pero no—. No. Materiales de construcción».
El peso de nuestro presente tecnológico y conectado también se hace notar, y mucho, en este libro, donde las redes sociales, internet, los teléfonos móviles y los ordenadores llegan a ser una presencia esencial, a veces refugio, a veces excusa, para tantos intentos de huida.
El escalador congelado es, según su editor, «una novela sobre la insatisfacción, el amor, los celos, la impotencia, la indignación, la frustración y la melancolía que cada día pueden desembarcar en nuestras vidas. Un retrato generacional de aquellos que no se resignan a despedir definitivamente la juventud y a asistir, en la primera bancada, al entierro de Peter Pan». Y es la existencia más cotidiana, la nuestra, la de quienes se nos cruzan en la acera o en el supermercado, a la que Salvador Gutiérrez Solís ha dado forma para enfrentarnos a un espejo que, lejos de encontrarnos hermosos, nos revela tan congelados como ese escalador anónimo que da título a esta obra. Que nadie, sin embargo, busque certezas en sus páginas, si encontramos alguna, es la de que no hay certezas. Si acaso, con suerte, una esperanza: «Todavía hay sitio para el amor».
1 comentario:
No he leído nada de Gutiérrez Solís, quizás me anime con ésta. Tiene buena pinta.
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