Trad. Lluís Maria Todó. Impedimenta, Madrid, 2010. 216 pp. 18,95 €
Luis García
En el peculiar e histriónico mundo de la literatura, surgen a veces iniciativas más o menos novedosas que no por inverosímiles llegan a materializarse de muy diversas maneras. Todos deberíamos recordar aquí la ingente labor de un insigne escritor, músico e inventor que, llamado a revolucionar con sus artes los entresijos culturales del París de la posguerra, habría de pasar a la leyenda de los inmortales merced a sus obras, su música o a las fehacientes labores en las que se encontraba inmerso en aquel entonces. Todos deberíamos recordar, y por qué no, reivindicar con fuerza el buen quehacer literario de Boris Vian y una de sus obras más preciadas, La espuma de los días, auténtico manifiesto revolucionario en el que ya se apuntaban los principios programáticos de un selecto «club cultural» denominado «El Instituto de la Patafísica», del cual el propio Vian llegaría a ser junto a tantos nombres ilustres de nuestro siglo, caso de Raymond Queneau, Joan Miró, Marcel Duchamp o René Clair, sátrapa mayor para mayor gloria y honor del resto de los mortales. Boris Vian no fue sólo un escritor-músico-ingeniero y ocasional traductor. Fue la esencia misma de que el surrealismo, tal y como lo habríamos de estudiar en nuestras escuelas, era posible mucho más allá del manifiesto de Bretón, de las imágenes de Buñuel o de la memoria de Dalí. Boris Vian fue el inventor o creador, según se mire, de los «surprise-parties», rebautizados posteriormente como «tarte-parties», especie de fiestas o «alter ego» de las tertulias literarias del momento, en una de las cuales, por ejemplo, habría de tener lugar la ya famosa ruptura entre Camus y Merleau-Ponty, a la par que Sartre intentaba calmar los ánimos de los susodichos ajeno totalmente a los quehaceres culinarios que el propio Vian practicaba con Simone de Beauvoir. Ahora, Impedimenta reedita una de sus primeras obras, Vercoquin y el plancton, obra que según sus palabras “no fue concebida para ver la luz sino para entretener a sus amigos”, y que tiene un marcado carácter autobiográfico (la trama se desarrolla precisamente en el trascurso de una de las “surprise-parties” a las que aludo). Como no podía ser de otra manera, Boris Vian aprovecha la ocasión para ridiculizar aquellos organismos internacionales en los que trabaja, caso del AFNOR, cambiándoles de nombre, eso sí, algo que también será una constante en toda su obra. Lo cierto es que es de agradecer el reconocimiento tardío de la figura de Boris Vian en nuestro país, y sólo cabe esperar que las diferentes editoriales continúen reeditando el resto de su obra, tanto la que escribió y edito con su verdadero nombre como aquellas novelas en las que utilizó diferentes seudónimos.
Luis García
En el peculiar e histriónico mundo de la literatura, surgen a veces iniciativas más o menos novedosas que no por inverosímiles llegan a materializarse de muy diversas maneras. Todos deberíamos recordar aquí la ingente labor de un insigne escritor, músico e inventor que, llamado a revolucionar con sus artes los entresijos culturales del París de la posguerra, habría de pasar a la leyenda de los inmortales merced a sus obras, su música o a las fehacientes labores en las que se encontraba inmerso en aquel entonces. Todos deberíamos recordar, y por qué no, reivindicar con fuerza el buen quehacer literario de Boris Vian y una de sus obras más preciadas, La espuma de los días, auténtico manifiesto revolucionario en el que ya se apuntaban los principios programáticos de un selecto «club cultural» denominado «El Instituto de la Patafísica», del cual el propio Vian llegaría a ser junto a tantos nombres ilustres de nuestro siglo, caso de Raymond Queneau, Joan Miró, Marcel Duchamp o René Clair, sátrapa mayor para mayor gloria y honor del resto de los mortales. Boris Vian no fue sólo un escritor-músico-ingeniero y ocasional traductor. Fue la esencia misma de que el surrealismo, tal y como lo habríamos de estudiar en nuestras escuelas, era posible mucho más allá del manifiesto de Bretón, de las imágenes de Buñuel o de la memoria de Dalí. Boris Vian fue el inventor o creador, según se mire, de los «surprise-parties», rebautizados posteriormente como «tarte-parties», especie de fiestas o «alter ego» de las tertulias literarias del momento, en una de las cuales, por ejemplo, habría de tener lugar la ya famosa ruptura entre Camus y Merleau-Ponty, a la par que Sartre intentaba calmar los ánimos de los susodichos ajeno totalmente a los quehaceres culinarios que el propio Vian practicaba con Simone de Beauvoir. Ahora, Impedimenta reedita una de sus primeras obras, Vercoquin y el plancton, obra que según sus palabras “no fue concebida para ver la luz sino para entretener a sus amigos”, y que tiene un marcado carácter autobiográfico (la trama se desarrolla precisamente en el trascurso de una de las “surprise-parties” a las que aludo). Como no podía ser de otra manera, Boris Vian aprovecha la ocasión para ridiculizar aquellos organismos internacionales en los que trabaja, caso del AFNOR, cambiándoles de nombre, eso sí, algo que también será una constante en toda su obra. Lo cierto es que es de agradecer el reconocimiento tardío de la figura de Boris Vian en nuestro país, y sólo cabe esperar que las diferentes editoriales continúen reeditando el resto de su obra, tanto la que escribió y edito con su verdadero nombre como aquellas novelas en las que utilizó diferentes seudónimos.
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