Trad. Ana Bustelo. Ediciones del Viento, La Coruña, 2010. 120 pp. 15 €
Alba González Sanz
Cuando viajar no era cosa de vuelos baratos ni el surf un deporte para rubiales de las dos costas de Estados Unidos, el geógrafo francés Charles de Varigny (1829-1899) llegó a las llamadas Islas Sándwich –actual Hawai– y vivió en ellas durante casi década y media. Corría el año 1855 y Varigny era un joven que tenía conocimientos y dinero para una nueva aventura. Lo mismo que la británica Gertrude Bell hizo en la corte iraquí durante los años veinte de este siglo, Varigny trabajó como asesor para el gobierno del rey hawaiano Kamehameha I y luchó durante toda su vida por los intereses de Hawai en Europa. En tiempos de colonias, este francés prototipo de su siglo, escribió ampliamente sobre el viaje, Europa y sus políticas para con esos territorios sometidos a Occidente.
El libro Mi vida en las Islas Sándwich es entonces el recuento de esos catorce años de estancia en las islas, desde que puso un pie en ellas por primera vez hasta que las tiene que abandonar, sin saber que su regreso a Francia va a ser definitivo. Las costumbres de los nativos de la zona, la importancia de algunos puertos para el tráfico ballenero, las relaciones entre paganismo y catolicismo, la erupción mortífera de un volcán, el elogio del rey Kamehameha y sus políticas, así como sus propias impresiones de todo ello conforman los temas principales de este libro.
La narración es amena, como corresponde a la aventura que se esconde bajo todo relato de viaje y de nuevo nos pone ante la visión del mundo que el hombre occidental tenía de sus muchas colonias a lo largo del siglo XIX: esa tensión entre el desprecio, el temor y la curiosidad insaciable de quien opone su sociedad “modelo” a las siempre fascinantes otredades que las conquistas militares y los descubrimientos científicos –siempre hermanados– iban poniendo sobre el tapete del mundo.
Alba González Sanz
Cuando viajar no era cosa de vuelos baratos ni el surf un deporte para rubiales de las dos costas de Estados Unidos, el geógrafo francés Charles de Varigny (1829-1899) llegó a las llamadas Islas Sándwich –actual Hawai– y vivió en ellas durante casi década y media. Corría el año 1855 y Varigny era un joven que tenía conocimientos y dinero para una nueva aventura. Lo mismo que la británica Gertrude Bell hizo en la corte iraquí durante los años veinte de este siglo, Varigny trabajó como asesor para el gobierno del rey hawaiano Kamehameha I y luchó durante toda su vida por los intereses de Hawai en Europa. En tiempos de colonias, este francés prototipo de su siglo, escribió ampliamente sobre el viaje, Europa y sus políticas para con esos territorios sometidos a Occidente.
El libro Mi vida en las Islas Sándwich es entonces el recuento de esos catorce años de estancia en las islas, desde que puso un pie en ellas por primera vez hasta que las tiene que abandonar, sin saber que su regreso a Francia va a ser definitivo. Las costumbres de los nativos de la zona, la importancia de algunos puertos para el tráfico ballenero, las relaciones entre paganismo y catolicismo, la erupción mortífera de un volcán, el elogio del rey Kamehameha y sus políticas, así como sus propias impresiones de todo ello conforman los temas principales de este libro.
La narración es amena, como corresponde a la aventura que se esconde bajo todo relato de viaje y de nuevo nos pone ante la visión del mundo que el hombre occidental tenía de sus muchas colonias a lo largo del siglo XIX: esa tensión entre el desprecio, el temor y la curiosidad insaciable de quien opone su sociedad “modelo” a las siempre fascinantes otredades que las conquistas militares y los descubrimientos científicos –siempre hermanados– iban poniendo sobre el tapete del mundo.
3 comentarios:
y sospecho que era una época en la que, quizás, aún se podía mirar con ingenuidad el ser humano...
tiene buena pinta.
Ahora bien: qué ridícula la foto donde claramente es un lugar tropical, siendo que las islas Sandwich se encuentran entre los puntos más al Sur del planeta. Impresionante la ignorancia de los editores.
Uy... eso me pasa por escribir apurado... perdón!!!
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