Ed. y Trad. Antonio Rivero Taravillo. Pre-Textos, Valencia, 2010. 828 pp. 42 €
José Luis Gómez Toré
En su ejemplar estudio La ciudad consciente, Jordi Doce afronta, al hilo de la obra de Eliot y Auden, la encrucijada, todavía no superada, a la que nos aboca la herencia simbolista. La obra de Yeats (1865-1939) constituye uno de los hitos fundamentales de esa tradición, una tradición que ya desde sus inicios se cuestiona a sí misma y ese cuestionamiento no falta en un poeta que comparte con los más grandes (y Yeats está entre ellos) esa mezcla de fe y desconfianza en la palabra poética, y en el lenguaje en general. Resulta difícil de comprender que una obra tan singular como la del irlandés no contara hasta ahora con una edición completa de su poesía en nuestra lengua (a pesar del interés que mostraron por él figuras centrales como Luis Cernuda y Juan Ramón Jiménez). Por ello, es de agradecer la ambiciosa tarea que se ha impuesto aquí Rivero Taravillo de asomarse a una obra tan plural como compleja. La diversidad de esta poesía, que recoge una amplia variedad de registros y temas, tiene que ver con la tradición céltica del bardo, con la figura romántica del vate que se proyecta en una colectividad, y sin embargo, su grandeza estriba asimismo en la relación problemática que establece con el mito bárdico del poeta, mito que la propia lírica mina desde dentro al multiplicar las escisiones entre la comunidad a la que pertenece o cree pertenecer el escritor y un yo no ajeno a su vez a tensiones y escisiones internas. De hecho, me atrevería a decir que el alcance de esta escritura tiene que ver con los riesgos que asume y en cómo la mayor parte de las veces sortea los peligros a los que le abocan sus múltiples búsquedas. Yeats pudo haberse limitado a ser un vocero de viejas mitologías célticas o haberse convertido en el poeta nacional de Irlanda, con todos los riesgos y todas las limitaciones que implicala asunción de un papel semejante. En cambio, la obra de Yeats, en continua metamorfosis, se resiste a cualquier etiqueta. Estamos ante una escritura que parece reclamar para la poesía todos los tonos y tonos los lenguajes: la sátira y la elegía, el poema narrativo y el poema dramático, la mirada individual y la colectiva… Algunos rasgos de su personalidad recuerdan a nuestros modernistas como su interés por las ciencias ocultas o lo que, con cierta inexactitud terminológica, podríamos denominar su indigenismo, su interés, de amplia significación política, por rastrear las imágenes y las voces del pasado irlandés. Con todo, ese cierto aire de familia tiene que ver con la común herencia simbolista, que antes señalábamos, y con una sensibilidad finisecular de la que beben buena parte de los autores del período, por lo que no conviene forzar las analogías.
El mejor Yeats está sin duda en su poesía madura, en especial en esa obra maestra que es La torre, que se abre con el magistral “Rumbo a Bizancio” y que, al unir los motivos de la vejez y de la pasión amorosa, da lugar a una de las visiones más desoladas y perturbadoras del paso del tiempo y de la inevitable pérdida de la juventud que encontramos en la poesía contemporánea. Sin embargo, la madurez representada por el citado libro o por Los salvajes cisnes de Coole (de ambos teníamos ya excelentes versiones de Carlos Jiménez Arribas) no es sino el resultado de un largo camino recorrido, de una trayectoria a la vez vital y literaria que no oculta sus desengaños ni sus perplejidades. Gracias a este volumen, podemos comprender mejor ese itinerario repleto de joyas como “Un aviador irlandés prevé su muerte”, “Leda y el cisne” o “Los cisnes salvajes de Coole”, poemas que forman parte de ese constante diálogo de una obra consigo misma, con su creador, con su tiempo. Un diálogo que se perpetúa y se renueva ahora con este Yeats completo, por primera vez en castellano.
José Luis Gómez Toré
En su ejemplar estudio La ciudad consciente, Jordi Doce afronta, al hilo de la obra de Eliot y Auden, la encrucijada, todavía no superada, a la que nos aboca la herencia simbolista. La obra de Yeats (1865-1939) constituye uno de los hitos fundamentales de esa tradición, una tradición que ya desde sus inicios se cuestiona a sí misma y ese cuestionamiento no falta en un poeta que comparte con los más grandes (y Yeats está entre ellos) esa mezcla de fe y desconfianza en la palabra poética, y en el lenguaje en general. Resulta difícil de comprender que una obra tan singular como la del irlandés no contara hasta ahora con una edición completa de su poesía en nuestra lengua (a pesar del interés que mostraron por él figuras centrales como Luis Cernuda y Juan Ramón Jiménez). Por ello, es de agradecer la ambiciosa tarea que se ha impuesto aquí Rivero Taravillo de asomarse a una obra tan plural como compleja. La diversidad de esta poesía, que recoge una amplia variedad de registros y temas, tiene que ver con la tradición céltica del bardo, con la figura romántica del vate que se proyecta en una colectividad, y sin embargo, su grandeza estriba asimismo en la relación problemática que establece con el mito bárdico del poeta, mito que la propia lírica mina desde dentro al multiplicar las escisiones entre la comunidad a la que pertenece o cree pertenecer el escritor y un yo no ajeno a su vez a tensiones y escisiones internas. De hecho, me atrevería a decir que el alcance de esta escritura tiene que ver con los riesgos que asume y en cómo la mayor parte de las veces sortea los peligros a los que le abocan sus múltiples búsquedas. Yeats pudo haberse limitado a ser un vocero de viejas mitologías célticas o haberse convertido en el poeta nacional de Irlanda, con todos los riesgos y todas las limitaciones que implicala asunción de un papel semejante. En cambio, la obra de Yeats, en continua metamorfosis, se resiste a cualquier etiqueta. Estamos ante una escritura que parece reclamar para la poesía todos los tonos y tonos los lenguajes: la sátira y la elegía, el poema narrativo y el poema dramático, la mirada individual y la colectiva… Algunos rasgos de su personalidad recuerdan a nuestros modernistas como su interés por las ciencias ocultas o lo que, con cierta inexactitud terminológica, podríamos denominar su indigenismo, su interés, de amplia significación política, por rastrear las imágenes y las voces del pasado irlandés. Con todo, ese cierto aire de familia tiene que ver con la común herencia simbolista, que antes señalábamos, y con una sensibilidad finisecular de la que beben buena parte de los autores del período, por lo que no conviene forzar las analogías.
El mejor Yeats está sin duda en su poesía madura, en especial en esa obra maestra que es La torre, que se abre con el magistral “Rumbo a Bizancio” y que, al unir los motivos de la vejez y de la pasión amorosa, da lugar a una de las visiones más desoladas y perturbadoras del paso del tiempo y de la inevitable pérdida de la juventud que encontramos en la poesía contemporánea. Sin embargo, la madurez representada por el citado libro o por Los salvajes cisnes de Coole (de ambos teníamos ya excelentes versiones de Carlos Jiménez Arribas) no es sino el resultado de un largo camino recorrido, de una trayectoria a la vez vital y literaria que no oculta sus desengaños ni sus perplejidades. Gracias a este volumen, podemos comprender mejor ese itinerario repleto de joyas como “Un aviador irlandés prevé su muerte”, “Leda y el cisne” o “Los cisnes salvajes de Coole”, poemas que forman parte de ese constante diálogo de una obra consigo misma, con su creador, con su tiempo. Un diálogo que se perpetúa y se renueva ahora con este Yeats completo, por primera vez en castellano.
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