Seix Barral, Barcelona, 2010. 185 pp. 17,50 €
Fernando Sánchez Calvo
Últimamente Juan José Millás tenía abandonado a su público literario. Sus habituales colaboraciones con La ventana (Cadena Ser) y su cada vez más acentuada querencia a la columna o el reportaje periodístico han desplazado en estos años al autor que, sobre todo en los años ochenta y noventa, deslumbró, emocionó o por lo menos inquietó a los lectores con títulos como La soledad era esto, Visión del ahogado o Dos mujeres en Praga. A pesar de que su última novela, El mundo, recibió el Premio Planeta y el Nacional de Narrativa entre otros no hace más de tres años, lo cierto es que muchos de los que al menos hemos devorado dos o tres de sus obras (por no decir sus famosos articuentos o puras recopilaciones de relatos como Cuentos de adúlteros desesperados) no acabábamos de sentir El mundo como un título suyo por mucho que estuviera inspirado o cogiera como materia prima la infancia del autor. Lejos quedaba la melancolía contenida superada a base de humor o el cuestionamiento de ciertos dogmas que la propia izquierda había querido implantar en todos sus intelectuales. Todo eso parecía haberse perdido. Sin embargo, Lo que sé de los hombrecillos, publicado por Seix Barral, vuelve a recuperar dichos valores y obsesiones. No se puede decir evidentemente que esto sea bueno o malo, aceptando más si cabe que a un artista se le pide evolución narrativa y vital. Lo que no se le pide, y entre ellos muchos de los lectores, es que abandone su mundo propio.
El argumento de la nueva novela: un maduro profesor universitario ve interrumpida su vida cotidiana con la aparición de seres diminutos que colman y ocupan todos los rincones de su casa. Uno de ellos es idéntico a él. Como no hay nada mejor que hacer, el profesor universitario toma al hombrecillo como particular Virgilio para que le guíe por todos los círculos posibles del deseo y el sueño. El proyecto es arriesgado dado que el deseo a veces tiene dos caras. El objetivo o meta: el reencuentro con la vitalidad de los años jóvenes y la introspección en uno mismo. El resultado final: una nueva novela que si bien es original en cuanto a la temática tratada por Millás (por lo común y por tradición, realista) sí que vuelve a rescatar el “mundo” verdadero del autor: el de los extraños, el de las excepciones, el de la gozadas melancolías y el del deseo irrefrenable y a la vez repudiado.
Fernando Sánchez Calvo
Últimamente Juan José Millás tenía abandonado a su público literario. Sus habituales colaboraciones con La ventana (Cadena Ser) y su cada vez más acentuada querencia a la columna o el reportaje periodístico han desplazado en estos años al autor que, sobre todo en los años ochenta y noventa, deslumbró, emocionó o por lo menos inquietó a los lectores con títulos como La soledad era esto, Visión del ahogado o Dos mujeres en Praga. A pesar de que su última novela, El mundo, recibió el Premio Planeta y el Nacional de Narrativa entre otros no hace más de tres años, lo cierto es que muchos de los que al menos hemos devorado dos o tres de sus obras (por no decir sus famosos articuentos o puras recopilaciones de relatos como Cuentos de adúlteros desesperados) no acabábamos de sentir El mundo como un título suyo por mucho que estuviera inspirado o cogiera como materia prima la infancia del autor. Lejos quedaba la melancolía contenida superada a base de humor o el cuestionamiento de ciertos dogmas que la propia izquierda había querido implantar en todos sus intelectuales. Todo eso parecía haberse perdido. Sin embargo, Lo que sé de los hombrecillos, publicado por Seix Barral, vuelve a recuperar dichos valores y obsesiones. No se puede decir evidentemente que esto sea bueno o malo, aceptando más si cabe que a un artista se le pide evolución narrativa y vital. Lo que no se le pide, y entre ellos muchos de los lectores, es que abandone su mundo propio.
El argumento de la nueva novela: un maduro profesor universitario ve interrumpida su vida cotidiana con la aparición de seres diminutos que colman y ocupan todos los rincones de su casa. Uno de ellos es idéntico a él. Como no hay nada mejor que hacer, el profesor universitario toma al hombrecillo como particular Virgilio para que le guíe por todos los círculos posibles del deseo y el sueño. El proyecto es arriesgado dado que el deseo a veces tiene dos caras. El objetivo o meta: el reencuentro con la vitalidad de los años jóvenes y la introspección en uno mismo. El resultado final: una nueva novela que si bien es original en cuanto a la temática tratada por Millás (por lo común y por tradición, realista) sí que vuelve a rescatar el “mundo” verdadero del autor: el de los extraños, el de las excepciones, el de la gozadas melancolías y el del deseo irrefrenable y a la vez repudiado.
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