Trad. Miguel Temprano García. Acantilado, Barcelona, 2010. 352 pp. 19,50 €
Victoria R. Gil
Victoria R. Gil
La tía Mame empezó siendo un conjunto de relatos, se transmutó en novela y llegó a ser obra de teatro, película y musical con las actrices Rosalind Russell, Angela Lansbury, Lucille Ball y Silvia Pinal, entre otras, dando vida a la inefable Mame Dennis, una suerte de Susan Vance más madura pero igual de excesiva e impetuosa que el personaje que inmortalizara Katharine Hepburn en La fiera de mi niña (Bringing up Baby, 1938).
Mame, rica soltera en un Nueva York que está a punto de cambiar los felices años veinte por los duros años treinta, recibe la inesperada herencia de un sobrino en edad escolar, poseedor de un lúcido escepticismo que lo mantiene a salvo (casi siempre) de los disparatados acontecimientos que se sucederán a partir de entonces en su vida. Ese cándido pequeño que buscaba en el diccionario el significado de palabras como lesbiana, daiquiri, psicoanálisis, relatividad y Schoenberg no tarda mucho en descubrir que, aun siendo excéntrica y caprichosa, su tía es también fascinante, leal y apasionada. Y que su inagotable entusiasmo atrae a todos cuantos la rodean «como una flautista de Hamelín».
Es difícil leer las aventuras de La tía Mame, a cada cual más absurda y extravagante, sin soltar una carcajada. Hasta el lector menos jovial se descubrirá sonriendo ante sus esfuerzos por convertirse en eficiente empleada de unos grandes almacenes, actriz polifacética o escritora de éxito, entre otros muchos oficios por los que pasa a la misma velocidad con la que conduce su Rolls-Royce. Porque éste es, sin duda, un libro cargado de humor, pero de un humor que esconde, emboscada entre pieles de zorro blanco y cócteles en el Cotton Club, una mirada crítica que cae sobre todo cuanto se pone a su alcance, ya sean los intelectuales liberales o los financieros conservadores, la bohemia neoyorquina o la sureña vida rural.
«Los parientes siguieron llegando. Todos tenían dos nombres de pila y algunos incluso dos apellidos. Había unos seis hombres llamados Moultrie, cuatro que respondían al nombre de Calhoun, ocho Randolph, y casi todos tenía algún Lee incrustado entre sus nombres. Para que todo fuese aún más confuso, la mitad de las mujeres tenían nombres de hombre. Había señoras llamadas Sarah Jones, Liza William, Susie Carter, Lizzie Beaufort, Mary Arnold, Annie Bryan y Lois Dwight». Así describe Dennis una reunión familiar en una plantación de Georgia, cuya dueña tenía por costumbre mostrar su venerable desaprobación «con una fanfarria de flatulencias».
Paul Rudnick, dramaturgo, novelista y autor, entre otros, de los guiones de In & Out y La familia Addams: la tradición continúa, diría del personaje creado por Patrick Dennis que fue la “diabólica respuesta norteamericana a Mary Poppins”, porque nada más alejado de esa contenida institutriz inglesa que enseña a recoger el dormitorio o a hacer visitas de cortesía que la tía Mame. Una mujer que cree en los sistemas de educación mas avanzados y por ello elige para su sobrino un colegio sin libros ni pupitres, donde los alumnos van desnudos y se les permite pintar con los dedos y ser tan antisociales como deseen; una noctámbula empedernida que terminará la fiesta con demasiado champán, incluso en plena Ley Seca, y para quien las nueve de la mañana todavía es plena noche.
«Pasé aquel primer verano en Nueva York trotando detrás de la tía Mame con mi cuaderno de vocabulario, teniendo breves conversaciones matutinas todas las tardes, y siendo visto pero no oído en sus tés literarios, tertulias de salón y cócteles», cuenta el joven Patrick mientras aprende nuevas palabras, desde curda a psiconeurótico.
La tía Mame es, en definitiva, como el famoso título de Antón Makarenko, un auténtico poema pedagógico capaz de transmitir alegría de vivir a todo el que se acerque a sus páginas. Y el rastro que ha dejado es tal que aún hoy, 55 años después de la publicación de la novela en Estados Unidos, Nueva York exhibe orgulloso una ruta diseñada a medida de sus exquisitos gustos, con visitas obligadas a los hoteles Plaza, Algonquin y St. Regis, los grandes almacenes Macy's, la Quinta Avenida y Washington Square.
Mame, rica soltera en un Nueva York que está a punto de cambiar los felices años veinte por los duros años treinta, recibe la inesperada herencia de un sobrino en edad escolar, poseedor de un lúcido escepticismo que lo mantiene a salvo (casi siempre) de los disparatados acontecimientos que se sucederán a partir de entonces en su vida. Ese cándido pequeño que buscaba en el diccionario el significado de palabras como lesbiana, daiquiri, psicoanálisis, relatividad y Schoenberg no tarda mucho en descubrir que, aun siendo excéntrica y caprichosa, su tía es también fascinante, leal y apasionada. Y que su inagotable entusiasmo atrae a todos cuantos la rodean «como una flautista de Hamelín».
Es difícil leer las aventuras de La tía Mame, a cada cual más absurda y extravagante, sin soltar una carcajada. Hasta el lector menos jovial se descubrirá sonriendo ante sus esfuerzos por convertirse en eficiente empleada de unos grandes almacenes, actriz polifacética o escritora de éxito, entre otros muchos oficios por los que pasa a la misma velocidad con la que conduce su Rolls-Royce. Porque éste es, sin duda, un libro cargado de humor, pero de un humor que esconde, emboscada entre pieles de zorro blanco y cócteles en el Cotton Club, una mirada crítica que cae sobre todo cuanto se pone a su alcance, ya sean los intelectuales liberales o los financieros conservadores, la bohemia neoyorquina o la sureña vida rural.
«Los parientes siguieron llegando. Todos tenían dos nombres de pila y algunos incluso dos apellidos. Había unos seis hombres llamados Moultrie, cuatro que respondían al nombre de Calhoun, ocho Randolph, y casi todos tenía algún Lee incrustado entre sus nombres. Para que todo fuese aún más confuso, la mitad de las mujeres tenían nombres de hombre. Había señoras llamadas Sarah Jones, Liza William, Susie Carter, Lizzie Beaufort, Mary Arnold, Annie Bryan y Lois Dwight». Así describe Dennis una reunión familiar en una plantación de Georgia, cuya dueña tenía por costumbre mostrar su venerable desaprobación «con una fanfarria de flatulencias».
Paul Rudnick, dramaturgo, novelista y autor, entre otros, de los guiones de In & Out y La familia Addams: la tradición continúa, diría del personaje creado por Patrick Dennis que fue la “diabólica respuesta norteamericana a Mary Poppins”, porque nada más alejado de esa contenida institutriz inglesa que enseña a recoger el dormitorio o a hacer visitas de cortesía que la tía Mame. Una mujer que cree en los sistemas de educación mas avanzados y por ello elige para su sobrino un colegio sin libros ni pupitres, donde los alumnos van desnudos y se les permite pintar con los dedos y ser tan antisociales como deseen; una noctámbula empedernida que terminará la fiesta con demasiado champán, incluso en plena Ley Seca, y para quien las nueve de la mañana todavía es plena noche.
«Pasé aquel primer verano en Nueva York trotando detrás de la tía Mame con mi cuaderno de vocabulario, teniendo breves conversaciones matutinas todas las tardes, y siendo visto pero no oído en sus tés literarios, tertulias de salón y cócteles», cuenta el joven Patrick mientras aprende nuevas palabras, desde curda a psiconeurótico.
La tía Mame es, en definitiva, como el famoso título de Antón Makarenko, un auténtico poema pedagógico capaz de transmitir alegría de vivir a todo el que se acerque a sus páginas. Y el rastro que ha dejado es tal que aún hoy, 55 años después de la publicación de la novela en Estados Unidos, Nueva York exhibe orgulloso una ruta diseñada a medida de sus exquisitos gustos, con visitas obligadas a los hoteles Plaza, Algonquin y St. Regis, los grandes almacenes Macy's, la Quinta Avenida y Washington Square.
2 comentarios:
Recuerdo haber visto a Rosalind Russell en ese papel. Una dama encantadora.
Divertida,sencilla,amable...Un soplo de aire fresco.Una manera inteligente de hacer reír sin pretensiones.
¿Quién no querría a la Tía Mame?.
¿Algo más del autor publicado en España?.
Un saludo.
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