lunes, noviembre 01, 2010

Dimos vueltas en la noche y fuimos consumidos por el fuego, María Ruisánchez Ortega

Ediciones Baladí, Alcalá de Henares, 2010. 212 pp. 18 €

Victoria R. Gil

El palíndromo latino In girum imus nocte et consumimur igni, que alude para algunos al vuelo de las polillas en la oscuridad y para otros, a la actividad nocturna de los demonios, inspiró a María Ruisánchez Ortega la historia de su primera novela, que al igual que ese palíndromo, no sólo es reversible como los prácticos impermeables de antaño, sino que acoge a unos personajes perdidos en la búsqueda de un luz en la que no son capaces más que de quemarse.
Dimos vueltas en la noche y fuimos consumidos por el fuego tiene, como toda obra primeriza, algunos olvidos, entre ellos, que demasiadas veces el desgarro es inversamente proporcional a la grandilocuencia. Pero tiene también aciertos nada desdeñables y no es el menor la valentía de su propuesta: una novela especular que puede leerse de izquierda a derecha o, con sólo girar el libro, de derecha a izquierda; aunque bien podría tratarse de dos novelas unidas, como algunos hermanos siameses, por un corazón demasiado grande para que lo habite una sola historia.
María Ruisánchez, aunque da voz en primera persona a sus personajes, les otorga una forma propia de comunicarse con el mundo. Así, hay quien se confiesa en un diario de fechas recientes y quien sólo sabe ser sincero frente al objetivo de una cámara, antes de fundir a negro. Porque las mentiras, las que se cuenta uno mismo y las que se inventan para los demás, son parte fundamental de esta crónica de amores y engaños en la que quizás sea posible la redención. Al final. O al principio. Porque algunas novelas ni comienzan ni terminan, solamente se transforman.
¿Qué nos espera en Dimos vueltas en la noche y fuimos consumidos por el fuego? Un puñado de vidas atrapado en el fulgor que irradia Sara; un grupo de amigos con muchas máscaras y demasiadas cuentas pendientes que saldar, y una Sara que, tal vez por reflejar toda la luz, se ha quedado únicamente con las tinieblas. No alcanzamos a apreciar su intensidad porque llegamos a ella cuando la hoguera se está extinguiendo y todo cuanto revoloteaba a su alrededor se ha quemado hasta agotar el mismo corazón del fuego. Pero es que cuando los demonios campan a sus anchas el resultado sólo puede ser devastador.
De lectura fácil y rápida a pesar de los variados estilos que adopta y de los súbitos cambios de piel, este libro se desvela a través de las sucesivas capas que lo cubren, en cada una de las cuales creemos encontrar una verdad que no estará completa hasta alcanzar la veta madre. Ésa que parece contenerlo todo, hasta la misma muerte. «Habíamos hablado tantas veces de la muerte. ¡Qué equivocados estábamos, no era para tanto! No era para nada».
Y al terminar su lectura nos asalta una pregunta, tanto más insidiosa por cuanto estamos seguros de no conocer nunca la respuesta. ¿Qué habría ocurrido de empezar el libro al revés? De haber elegido consumirnos en el fuego antes de dar vueltas en la noche, ¿sería otra la narración, distintos los personajes, amable el final? ¿Son mutables las novelas, como ese río en el que nunca podemos bañarnos dos veces? ¿Encuentra, acaso, la misma historia cada unos de sus lectores?
Merece la pena seguirle la pista a María Ruisánchez Ortega; es de esperar que la pasión que rebosa su debut literario nos alcance de nuevo en un futuro no muy lejano.

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