Páginas de Espuma, Madrid, 2010. 204 pp. 15 €
Julián Díez
No se me ocurre logros más significativo para un escritor de 40 años que el de haber consolidado una voz propia. Es bueno que Félix J. Palma parezca haber dejado atrás su etapa de concursante en premios de relatos, puesto que estoy seguro de que cualquier jurado mínimamente atento a lo que pasa de interesante en la literatura española ya podría detectar el peculiar regusto de sus historias a distancia. Ese empleo de la ironía como arma para la ternura en el tono, en particular, así como sus construcciones siempre al borde del abismo —a una palabra de la sobreadjetivación, a una subordinada del exceso— construyen párrafos bellos y reconocibles, extrañamente precisos en su barroquismo.
También sus temáticas son —siempre en injusta generalización— coherentes, con personajes dolidos en su mediocridad a los que la súbita llegada del elemento fantástico hace cambiar sus perspectivas vitales. En el caso del volumen que nos ocupa, es recurrente el tema del amor, «el menor espectáculo del mundo, porque sólo puede ser visto por dos espectadores al mismo tiempo». Lo que hace a varios de los relatos presentes en este libro memorables es precisamente la combinación sabia de estos factores, aderezados con un condimento adicional según el guiso que iremos conociendo a lo largo de su degustación: la pesadumbre cotidiana de “El país de las muñecas”, la experimentación con ucronías mínimas en “Las siete vidas (o así) de Sebastián Mingorance”, el humor sobrenatural de “Margabarismos”, unas gotas ambiguas del cuento tradicional de fantasmas en “Bibelot”.
Los citados son, a mi juicio, los sobresalientes del volumen, con especial mención para “El país de las muñecas” y “Bibelot”, potenciales clásicos en su extensión perfecta y su sabiduría en la dosificación argumental. Como es natural, a cambio también hay alguna pieza de fondo de armario, como el bienintencionado y predecible “Un ascenso a los infiernos”, pero incluso en esos argumentos más trillados es capaz Palma de aportar satisfacciones al lector en forma de punteos ingeniosos, de saber hacer.
Tras la decepción que para mí supuso la exitosa novela El mapa del tiempo —sé que estoy sólo al respecto, quizá sea una tara de viejo aficionado a la ciencia ficción—, El menor espectáculo del mundo viene a reafirmar las emociones que me ha producido la carrera de Palma desde sus inicios. Estamos ante un cuentista mayúsculo, de talentos únicos, que además lleva más de una década ofreciendo un camino viable de mixtura entre las exigencias de la literatura española tradicional y la innovación procedente del campo de la literatura fantástica. Un escritor necesario, pero también, y sobre todo, disfrutable.
Julián Díez
No se me ocurre logros más significativo para un escritor de 40 años que el de haber consolidado una voz propia. Es bueno que Félix J. Palma parezca haber dejado atrás su etapa de concursante en premios de relatos, puesto que estoy seguro de que cualquier jurado mínimamente atento a lo que pasa de interesante en la literatura española ya podría detectar el peculiar regusto de sus historias a distancia. Ese empleo de la ironía como arma para la ternura en el tono, en particular, así como sus construcciones siempre al borde del abismo —a una palabra de la sobreadjetivación, a una subordinada del exceso— construyen párrafos bellos y reconocibles, extrañamente precisos en su barroquismo.
También sus temáticas son —siempre en injusta generalización— coherentes, con personajes dolidos en su mediocridad a los que la súbita llegada del elemento fantástico hace cambiar sus perspectivas vitales. En el caso del volumen que nos ocupa, es recurrente el tema del amor, «el menor espectáculo del mundo, porque sólo puede ser visto por dos espectadores al mismo tiempo». Lo que hace a varios de los relatos presentes en este libro memorables es precisamente la combinación sabia de estos factores, aderezados con un condimento adicional según el guiso que iremos conociendo a lo largo de su degustación: la pesadumbre cotidiana de “El país de las muñecas”, la experimentación con ucronías mínimas en “Las siete vidas (o así) de Sebastián Mingorance”, el humor sobrenatural de “Margabarismos”, unas gotas ambiguas del cuento tradicional de fantasmas en “Bibelot”.
Los citados son, a mi juicio, los sobresalientes del volumen, con especial mención para “El país de las muñecas” y “Bibelot”, potenciales clásicos en su extensión perfecta y su sabiduría en la dosificación argumental. Como es natural, a cambio también hay alguna pieza de fondo de armario, como el bienintencionado y predecible “Un ascenso a los infiernos”, pero incluso en esos argumentos más trillados es capaz Palma de aportar satisfacciones al lector en forma de punteos ingeniosos, de saber hacer.
Tras la decepción que para mí supuso la exitosa novela El mapa del tiempo —sé que estoy sólo al respecto, quizá sea una tara de viejo aficionado a la ciencia ficción—, El menor espectáculo del mundo viene a reafirmar las emociones que me ha producido la carrera de Palma desde sus inicios. Estamos ante un cuentista mayúsculo, de talentos únicos, que además lleva más de una década ofreciendo un camino viable de mixtura entre las exigencias de la literatura española tradicional y la innovación procedente del campo de la literatura fantástica. Un escritor necesario, pero también, y sobre todo, disfrutable.
1 comentario:
Una pena que el libro sea tan rematadamente feo. Félix J. Palma se merece una edición mejor y más bonita. En fin, es lo que pienso.
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