Trad. Jaime Silva. Nórdica, Madrid, 2010. 333 pp. 20,95 €
José Manuel de la Huerga
Quienes hayan leído y releído El festín de Babette (también en una preciosa edición de Nórdica con ilustraciones de Noemí Villamuza), como le ha ocurrido al que escribe estas líneas, tendrán alimento para unos pocos días con esta nueva entrega. Si leen a la velocidad crucero de relato por día, tendrán para once.
Con El festín de Babette me ocurre una cosa curiosa, apasionante. Vuelvo a él como el aprendiz de mago que observa en primer plano los trucos de manos del maestro. Quiero sorprender las costuras, los saltos de un relato a todas luces disparatado en sus ideas, pero magistralmente tejido en la justificación de unos personajes extraordinarios. Mientras lo leo, creo tenerlo dominado, entendido, asumido. Pero cuando cierro la última página y en el paladar me queda ese sabor extraño e intenso de los vinos dormidos en barrica de roble, pero no terminados, abiertos, vuelvo a la zozobra del novato. Algo se me escapa. La fórmula magistral es marca de la casa y aunque la mismísima Isak Dinesen en persona se me pareciera y me dictara ese modo suyo irrepetible de unir lo dispar, lo estrafalario, lo imposible en una misma página y darle cuerpo y categoría de nobleza natural, estaría una vez más ronroneando mis desdichas de exiliado del secreto mejor guardado.
Carnaval y otros cuentos reúne once relatos estupendos, geniales, vibrantes, locos. Esta vez he intentado disfrutarlos, más adelante vendrá en segundas lecturas el análisis del pardillo que sigo siendo. Sólo esa elegante dama del frío escandinavo que sentó sus reales al pie de las colinas de Gnong es capaz de plantearnos historias tan disparatadas como La familia Cats. En ella, para que la desgracia y la inmoralidad no se ceben con una familia de probada reputación, un consejo familiar decide proponer a uno de sus miembros cargar, como chivo expiatorio, con los pecados de toda la saga. El miembro, como no puede ser de otra manera, exige una paga. O el Tío Theodore, cuento entre la falsedad y la verdad, territorio de burla donde la Dinesen se mueve como la verdadera trucha literaria que es. El tío de América al final existe, viene cargado de riquezas. La vieja hermana reaparece para que su primogénito no caiga en desgracia y sea juzgado como falsario: yo tengo un tío en América… O Carnaval, más que cuento novela corta. En ella todo se trasvierte. Hombres se visten de mujeres, mujeres de varones. Los empleados matan a sus señores y son acogidos por los ricos, para convertirse en su humilde sombra por un año. Por si las normas travestidas no fueran bastante, se somete la vida de los ocho participantes al puro azar: el que saque el papelito con la equis dispondrá de la fortuna y la vida de los otros siete jugadores. ¿No es maravilloso? La novelita tiene un aire de comedia intelectual, con brillantes diálogos y un control de la maquinaria de precisión que al lector le dejará sin aliento, siempre esperando una vuelta de tuerca más.
En El último día la autora nos vuelve a sorprender con preguntas delicadas. Su respuesta es un cuento trunco, roto voluntariamente. El seminarista que lleva el día de Pentecostés un perrito herido a la prostituta que le ha hecho hombre, a su regreso se encuentra con un amigo de la infancia que se lo lleva a su barco para contarle una rara historia, parte que nos quedaremos sin saber, parte la de un viejo rijoso que está al borde de la sabiduría. Sí, si, sorpréndase el lector con este carnaval de los humanos y de las moralidades de los humanos. En este relato encontré unas de esas líneas que marco con lapicero y luego pincho en mi corchera una temporada, para saborear antes y después de abrir y cerrar el ordenador. No me resisto a dedicársela. Tomen nota: «Morir no es difícil, es extrañamente esclarecedor, es como subirse al mástil de la existencia. Sobreviene la sabiduría y cuando uno no es un sabio, ni nunca antes lo ha sido, esto resulta muy sorprendente. Creo que la gente lo llama experiencia.»
No seguiré cuento por cuento, no por ganas, sino por decoro crítico. Pero el que quiera encontrarse con una nueva versión de un desamparado Jack el destripador, un Lord Byron a quien le vienen a pedir cuentas tras una segunda oportunidad en su vida, un delicioso cuento como El oso y el beso donde brujas y gigantes parecen salidos de Las mil y una noches, no debe dejar de recorrer estos territorios de la pura fábula y el puro azar. Dejo un cuento como una verdadera joyita para el final. Se titula Caballos fantasmas. Su personaje protagonista es una niña cansada de vivir, su tío el pintor se propone sacarla del trance de dejarse ir a buscar a su mejor amigo muerto. Y el lector estará con ellos, para descubrir el tesoro de las historias, de los cuentos que sirven para sanar y de los cuentos que nos meten de cabeza en el corazón de la oscuridad.
José Manuel de la Huerga
Quienes hayan leído y releído El festín de Babette (también en una preciosa edición de Nórdica con ilustraciones de Noemí Villamuza), como le ha ocurrido al que escribe estas líneas, tendrán alimento para unos pocos días con esta nueva entrega. Si leen a la velocidad crucero de relato por día, tendrán para once.
Con El festín de Babette me ocurre una cosa curiosa, apasionante. Vuelvo a él como el aprendiz de mago que observa en primer plano los trucos de manos del maestro. Quiero sorprender las costuras, los saltos de un relato a todas luces disparatado en sus ideas, pero magistralmente tejido en la justificación de unos personajes extraordinarios. Mientras lo leo, creo tenerlo dominado, entendido, asumido. Pero cuando cierro la última página y en el paladar me queda ese sabor extraño e intenso de los vinos dormidos en barrica de roble, pero no terminados, abiertos, vuelvo a la zozobra del novato. Algo se me escapa. La fórmula magistral es marca de la casa y aunque la mismísima Isak Dinesen en persona se me pareciera y me dictara ese modo suyo irrepetible de unir lo dispar, lo estrafalario, lo imposible en una misma página y darle cuerpo y categoría de nobleza natural, estaría una vez más ronroneando mis desdichas de exiliado del secreto mejor guardado.
Carnaval y otros cuentos reúne once relatos estupendos, geniales, vibrantes, locos. Esta vez he intentado disfrutarlos, más adelante vendrá en segundas lecturas el análisis del pardillo que sigo siendo. Sólo esa elegante dama del frío escandinavo que sentó sus reales al pie de las colinas de Gnong es capaz de plantearnos historias tan disparatadas como La familia Cats. En ella, para que la desgracia y la inmoralidad no se ceben con una familia de probada reputación, un consejo familiar decide proponer a uno de sus miembros cargar, como chivo expiatorio, con los pecados de toda la saga. El miembro, como no puede ser de otra manera, exige una paga. O el Tío Theodore, cuento entre la falsedad y la verdad, territorio de burla donde la Dinesen se mueve como la verdadera trucha literaria que es. El tío de América al final existe, viene cargado de riquezas. La vieja hermana reaparece para que su primogénito no caiga en desgracia y sea juzgado como falsario: yo tengo un tío en América… O Carnaval, más que cuento novela corta. En ella todo se trasvierte. Hombres se visten de mujeres, mujeres de varones. Los empleados matan a sus señores y son acogidos por los ricos, para convertirse en su humilde sombra por un año. Por si las normas travestidas no fueran bastante, se somete la vida de los ocho participantes al puro azar: el que saque el papelito con la equis dispondrá de la fortuna y la vida de los otros siete jugadores. ¿No es maravilloso? La novelita tiene un aire de comedia intelectual, con brillantes diálogos y un control de la maquinaria de precisión que al lector le dejará sin aliento, siempre esperando una vuelta de tuerca más.
En El último día la autora nos vuelve a sorprender con preguntas delicadas. Su respuesta es un cuento trunco, roto voluntariamente. El seminarista que lleva el día de Pentecostés un perrito herido a la prostituta que le ha hecho hombre, a su regreso se encuentra con un amigo de la infancia que se lo lleva a su barco para contarle una rara historia, parte que nos quedaremos sin saber, parte la de un viejo rijoso que está al borde de la sabiduría. Sí, si, sorpréndase el lector con este carnaval de los humanos y de las moralidades de los humanos. En este relato encontré unas de esas líneas que marco con lapicero y luego pincho en mi corchera una temporada, para saborear antes y después de abrir y cerrar el ordenador. No me resisto a dedicársela. Tomen nota: «Morir no es difícil, es extrañamente esclarecedor, es como subirse al mástil de la existencia. Sobreviene la sabiduría y cuando uno no es un sabio, ni nunca antes lo ha sido, esto resulta muy sorprendente. Creo que la gente lo llama experiencia.»
No seguiré cuento por cuento, no por ganas, sino por decoro crítico. Pero el que quiera encontrarse con una nueva versión de un desamparado Jack el destripador, un Lord Byron a quien le vienen a pedir cuentas tras una segunda oportunidad en su vida, un delicioso cuento como El oso y el beso donde brujas y gigantes parecen salidos de Las mil y una noches, no debe dejar de recorrer estos territorios de la pura fábula y el puro azar. Dejo un cuento como una verdadera joyita para el final. Se titula Caballos fantasmas. Su personaje protagonista es una niña cansada de vivir, su tío el pintor se propone sacarla del trance de dejarse ir a buscar a su mejor amigo muerto. Y el lector estará con ellos, para descubrir el tesoro de las historias, de los cuentos que sirven para sanar y de los cuentos que nos meten de cabeza en el corazón de la oscuridad.
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