Trad. José Aníbal Campos. Acantilado, Barcelona, 2010. 176 pp. 16 €
Guillermo Busutil
Hace tiempo que los escritores interpretan el lenguaje como un escarpelo. Esa herramienta que utilizan los carpinteros para limpiar y raspar las piezas de labor. También podríamos hablar de la palabra bisturí, que hace referencia a ese instrumento quirúrgico con el que se hacen incisiones en tejidos blandos. Los dos términos funcionan como sinónimos. Pero si los aplicamos a gran parte de la literatura actual resulta que el escarpelo sirve para pulir el lenguaje, para construir los rasgos de la psicología de los personajes, y que el bisturí permite, en cambio, diseccionar las vidas que se narran y a las que se les practica una autopsia. Da igual que sea una vida viva, en presente, o que se trate de una vida muerta, en pasado y a veces también en presente. La cuestión es que ambos instrumentos, el escarpelo y el bisturí, requieren de quién los usa que esté dotado para la precisión, la capacidad de construir un adjetivo invisible mediante el corte higiénico, letal a veces, de una palabra que no tiene correspondencia, que ha de ser exacta. Es necesario abrir la historia sin anestesia, sin que sangre, sin que huela a cadáver maquillado.
Uno de los maestros en utilizar el escarpelo y el bisturí con magia literaria fue Peter Handke. Otro escritor, al que se le nota el pulso firme y delicado de Handke, al igual que el minimalismo de Richard Ford, es Peter Stamm (Winterthur, 1963). Un hábil narrador en la novela y en el cuento que ya sorprendió con excelentes libros como Lluvia de Hielo, Paisaje aproximado y En jardines ajenos. Ahora lo hace con los doce nuevos relatos de Los voladores, publicados por Acantilado. Un libro exquisito, de un lenguaje de tiralíneas, escueto, frío, como un escarpelo, con el que Peter Stamm moldea la madera nudosa de sus personajes imperfectos (una educadora de guardería que íntima con un joven vecino al que convierte en objeto de su deseo; una madre que ama el dibujo y que trata de escapar de una matrimonio condenado a un probable y futuro fracaso y de una vida para la que no está hecha; dos chicas unidas por la dependencia emocional de una iniciación sexual...). Ese lenguaje con el que disecciona cada uno de estos espléndidos relatos es cortante, igual que un bisturí. Stamm lo utiliza para separar la piel de los huesos y mostrar al lector la indiferencia, la falta de objetivos, la soledad, la infidelidad, las vidas ordinarias de los héroes grises, en inmóvil fuga, en pensativo desencanto que aparecen en las habitaciones y en los paisajes, de cuentos como "La expectativa", "Cuerpos extraños", "Tres Hermanas", "Los voladores", "La carta" o "A los campos hay que acudir, que se parecen mucho, bastante, a los paisajes de Hoper".
Peter Stam escribe en uno de ellos «la frialdad de la mirada es una premisa. Si pretendes ver con claridad no puedes vibrar con lo que ves. De otro modo no es posible meterse en un paisaje o en una persona». En su caso es cierto y también un acierto. Stamm consigue mostrar las vidas sin aditivos, una realidad sin maquillaje y unas emociones desnutridas que conmueven al lector, que le hacen pensar que también el vacío es un espacio vital. Puede que el lector encuentre estas cualidades algo desoladoras. Nada más lejos de la realidad. Del aire interior que desprenden estas historias. Porque cada una de ellas, porque todas, rezuman una poesía existencialista, una pincelada de seda que consigue restarle drama a las pequeñas tragedias, a las mentiras aceptadas por inercia. Uno termina la lectura y piensa en lo que ha sentido. Siente en lo que ha pensado. Tal vez regrese más adelante a una nueva lectura de lo que ha dejado atrás. De lo que le ha provocado dentro. Estas son las cualidades de Peter Stamm. Además del regalo de ese lenguaje suyo. Un bisturí que nos desnuda; un escarpelo que pule la soledad, la extrañeza, el fracaso de las relaciones humanas.
Guillermo Busutil
Hace tiempo que los escritores interpretan el lenguaje como un escarpelo. Esa herramienta que utilizan los carpinteros para limpiar y raspar las piezas de labor. También podríamos hablar de la palabra bisturí, que hace referencia a ese instrumento quirúrgico con el que se hacen incisiones en tejidos blandos. Los dos términos funcionan como sinónimos. Pero si los aplicamos a gran parte de la literatura actual resulta que el escarpelo sirve para pulir el lenguaje, para construir los rasgos de la psicología de los personajes, y que el bisturí permite, en cambio, diseccionar las vidas que se narran y a las que se les practica una autopsia. Da igual que sea una vida viva, en presente, o que se trate de una vida muerta, en pasado y a veces también en presente. La cuestión es que ambos instrumentos, el escarpelo y el bisturí, requieren de quién los usa que esté dotado para la precisión, la capacidad de construir un adjetivo invisible mediante el corte higiénico, letal a veces, de una palabra que no tiene correspondencia, que ha de ser exacta. Es necesario abrir la historia sin anestesia, sin que sangre, sin que huela a cadáver maquillado.
Uno de los maestros en utilizar el escarpelo y el bisturí con magia literaria fue Peter Handke. Otro escritor, al que se le nota el pulso firme y delicado de Handke, al igual que el minimalismo de Richard Ford, es Peter Stamm (Winterthur, 1963). Un hábil narrador en la novela y en el cuento que ya sorprendió con excelentes libros como Lluvia de Hielo, Paisaje aproximado y En jardines ajenos. Ahora lo hace con los doce nuevos relatos de Los voladores, publicados por Acantilado. Un libro exquisito, de un lenguaje de tiralíneas, escueto, frío, como un escarpelo, con el que Peter Stamm moldea la madera nudosa de sus personajes imperfectos (una educadora de guardería que íntima con un joven vecino al que convierte en objeto de su deseo; una madre que ama el dibujo y que trata de escapar de una matrimonio condenado a un probable y futuro fracaso y de una vida para la que no está hecha; dos chicas unidas por la dependencia emocional de una iniciación sexual...). Ese lenguaje con el que disecciona cada uno de estos espléndidos relatos es cortante, igual que un bisturí. Stamm lo utiliza para separar la piel de los huesos y mostrar al lector la indiferencia, la falta de objetivos, la soledad, la infidelidad, las vidas ordinarias de los héroes grises, en inmóvil fuga, en pensativo desencanto que aparecen en las habitaciones y en los paisajes, de cuentos como "La expectativa", "Cuerpos extraños", "Tres Hermanas", "Los voladores", "La carta" o "A los campos hay que acudir, que se parecen mucho, bastante, a los paisajes de Hoper".
Peter Stam escribe en uno de ellos «la frialdad de la mirada es una premisa. Si pretendes ver con claridad no puedes vibrar con lo que ves. De otro modo no es posible meterse en un paisaje o en una persona». En su caso es cierto y también un acierto. Stamm consigue mostrar las vidas sin aditivos, una realidad sin maquillaje y unas emociones desnutridas que conmueven al lector, que le hacen pensar que también el vacío es un espacio vital. Puede que el lector encuentre estas cualidades algo desoladoras. Nada más lejos de la realidad. Del aire interior que desprenden estas historias. Porque cada una de ellas, porque todas, rezuman una poesía existencialista, una pincelada de seda que consigue restarle drama a las pequeñas tragedias, a las mentiras aceptadas por inercia. Uno termina la lectura y piensa en lo que ha sentido. Siente en lo que ha pensado. Tal vez regrese más adelante a una nueva lectura de lo que ha dejado atrás. De lo que le ha provocado dentro. Estas son las cualidades de Peter Stamm. Además del regalo de ese lenguaje suyo. Un bisturí que nos desnuda; un escarpelo que pule la soledad, la extrañeza, el fracaso de las relaciones humanas.
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