Trad. Luis Ingelmo. Bartleby, Madrid, 2010. 212 pp. 16 €
José Luis Gómez Toré
Recientemente, la editorial Veintisieteletras publicaba el Diario de Petter Moen, prisionero de los ocupantes nazis por sus actividades en la prensa clandestina de la Resistencia noruega. El diario, escrito mediante perforaciones con un clavo en trozos de papel de periódico, que Moen arrojaba luego por una rejilla de ventilación, es un testimonio de cómo la palabra se convierte en un gesto de afirmación frente a quien quiere negarnos no sólo la libertad, sino la propia dignidad personal. El poemario Lanzadera en una cripta del premio Nobel de Literatura Wole Soyinka (Abeokuta, Nigeria, 1934) fue escrito también en prisión, durante la guerra civil nigeriana, y, como en el caso de Moen, el poeta tuvo que recurrir a los soportes más peregrinos (paquetes de cigarrilos, papel higiénico, páginas impresas de libros...) para dejar constancia de sus versos. Más allá del hecho más o menos anecdótico de la ausencia del papel, llama la atención la coincidencia en una misma necesidad de expresar y expresarse ante un silencio impuesto, si bien en el caso de Moen nos encontramos ante la experiencia de quien se ve transformado en escritor por las extraordinarias circunstancias en que se vio envuelto, mientras que Soyinka nos muestra a un escritor cuya pasión literaria corre el riesgo de verse truncada por la prisión y que, sin embargo, se niega a abandonar la necesidad de la escritura.
El sorprendente título Lanzadera en una cripta parece aludir a la propia situación del poeta, tejiendo en la oscuridad sin saber si lo que está creando va a ser algo más que una pregunta sin respuesta, pero con la insistencia, con la tenacidad de quien no quiere aceptar la derrota: «Me unjo la voz/ y en lo sucesivo dejo que suene/ o se disuelva en su transcurrir solitario/ por tu vacío. Nuevas voces/ despertarán los ecos cuando/ el mal se vuelva a alzar». Soyinka recurre al verso y a la prosa, al tono directo y a la imagen irracional, al lirismo elusivo y al desgarro grotesco, a los mitos de la literatura occidental (en especial, Ulises) y a los de su tierra africana, para componer un friso en que se enfrentan como dos fuerzas la libertad y el cautiverio (una libertad que va más allá de la circunstancia concreta del poeta y un cautiverio que no es únicamente el de quien se encuentra en prisión). La lanzadera de su telar va desde su desazón personal hasta la visión colectiva, para volver de nuevo a su sufrimiento, que no es sólo individual sino de todos aquellos que comparten alguna forma de privación de libertad. Por ello, hay lugar también para la crítica social y para una mirada hacia un futuro demasiado incierto, que precisa de unos ojos valientes: "Ojos/ que crecen como los estambres buscan/ una levadura de polen. Rehúye/ las visiones/ de lo ácimo, mejor mira al sol».
José Luis Gómez Toré
Recientemente, la editorial Veintisieteletras publicaba el Diario de Petter Moen, prisionero de los ocupantes nazis por sus actividades en la prensa clandestina de la Resistencia noruega. El diario, escrito mediante perforaciones con un clavo en trozos de papel de periódico, que Moen arrojaba luego por una rejilla de ventilación, es un testimonio de cómo la palabra se convierte en un gesto de afirmación frente a quien quiere negarnos no sólo la libertad, sino la propia dignidad personal. El poemario Lanzadera en una cripta del premio Nobel de Literatura Wole Soyinka (Abeokuta, Nigeria, 1934) fue escrito también en prisión, durante la guerra civil nigeriana, y, como en el caso de Moen, el poeta tuvo que recurrir a los soportes más peregrinos (paquetes de cigarrilos, papel higiénico, páginas impresas de libros...) para dejar constancia de sus versos. Más allá del hecho más o menos anecdótico de la ausencia del papel, llama la atención la coincidencia en una misma necesidad de expresar y expresarse ante un silencio impuesto, si bien en el caso de Moen nos encontramos ante la experiencia de quien se ve transformado en escritor por las extraordinarias circunstancias en que se vio envuelto, mientras que Soyinka nos muestra a un escritor cuya pasión literaria corre el riesgo de verse truncada por la prisión y que, sin embargo, se niega a abandonar la necesidad de la escritura.
El sorprendente título Lanzadera en una cripta parece aludir a la propia situación del poeta, tejiendo en la oscuridad sin saber si lo que está creando va a ser algo más que una pregunta sin respuesta, pero con la insistencia, con la tenacidad de quien no quiere aceptar la derrota: «Me unjo la voz/ y en lo sucesivo dejo que suene/ o se disuelva en su transcurrir solitario/ por tu vacío. Nuevas voces/ despertarán los ecos cuando/ el mal se vuelva a alzar». Soyinka recurre al verso y a la prosa, al tono directo y a la imagen irracional, al lirismo elusivo y al desgarro grotesco, a los mitos de la literatura occidental (en especial, Ulises) y a los de su tierra africana, para componer un friso en que se enfrentan como dos fuerzas la libertad y el cautiverio (una libertad que va más allá de la circunstancia concreta del poeta y un cautiverio que no es únicamente el de quien se encuentra en prisión). La lanzadera de su telar va desde su desazón personal hasta la visión colectiva, para volver de nuevo a su sufrimiento, que no es sólo individual sino de todos aquellos que comparten alguna forma de privación de libertad. Por ello, hay lugar también para la crítica social y para una mirada hacia un futuro demasiado incierto, que precisa de unos ojos valientes: "Ojos/ que crecen como los estambres buscan/ una levadura de polen. Rehúye/ las visiones/ de lo ácimo, mejor mira al sol».
1 comentario:
Enhorabuena poe el blog
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