Ricardo Triviño Sánchez
Con El marqués y el sodomita: Oscar Wilde ante la justicia, conocí la colección Papel de liar, nombre, ante todo, fruto de una genialidad absoluta. Este libro de Merlin Holland, único nieto del escritor, reúne las transcripciones de los juicios que llevaron a su abuelo a prisión por sodomía, su caída en desgracia. La introducción explicativa de los hechos que rodean los documentos, que aparecieron inesperadamente para el centenario de su muerte, y esta edición cómoda de leer hicieron que, en contra de lo esperado, no resultara pesado en absoluto. Es más, sus páginas se convirtieron en heroína.
Pero debo confesar que lo que llamó mi atención fue el título y, antes de él, su portada rosa, descaradamente pink, toda una gamberrada. Con La muerte de Bunny Munro volvió a suceder lo mismo. Portada sobria y negra, título rojo en mayúscula, curiosamente encapsulado entre el nombre y el apellido del autor en letras blancas gigantes e impositivas, y en el centro, sin technicolor, aunque sin perder la fuerza que todavía hace que censuren ediciones, El origen del mundo de Courbet. “¡Poséeme!” gritaba pero, como todo el mundo sabe, los libros no deben juzgarse por su portada, por muy acertada que sea desde un punto de vista publicitario.
Su autor, el cantante y compositor de la banda Nick Cave and The Bad Seeds, ya había escrito otra novela Y el asno vio al ángel (Pre-textos) que poco tiene que ver con la historia de Bunny Munro. Sus primeras páginas son tan extrañas como incomprensibles. El principio de su segunda novela, en cambio, te pone en situación y te deja bien claro quién es su protagonista, un tipo que en la playa llevaría una cadena de oro y un slip de leopardo con el móvil colgado, un hortera ligón que chulea a las mujeres y se las lleva al huerto a pesar de la cutrez de su apariencia y de sus pensamientos. Bunny “Conejito” Munro es padre y, por supuesto, engaña a su mujer, sea con camareras, sea con prostitutas. Es un perdedor que se pasa el día fuera de casa, vendiendo cosméticos a domicilio.
Su hijo es una delicia. No sólo es superdotado sino que soporta un hogar desestructurado. Historia triste, pero no en manos de Nick Cave. Hay humor, humor negro y malsano. Lo peor viene cuando ese inútil de padre debe hacerse responsable de una criatura que tiene unas capacidades impresionantes pero cuya breve experiencia en la vida lo mantiene ingenuo. Su padre es un héroe, es el mejor. Podría, repito ser triste; podría, también, ser una atrocidad descerebrada repleta de humor superficial; pero no en manos de Nick Cave. Con una prosa ligera, con unos personajes definidos cuyos diálogos no son para enmarcar, el autor de origen australiano levanta un edificio inteligente, que tiene un cometido, una misión más que loable.
No es maniqueo. Bunny Munro no es el malo ni su hijo el bueno. Ambos están indefensos, en diferentes grados. Bunny no sabe cómo dejar de ser quién es. No puede evitar sentirse obsesionados por la entrepierna de todas las mujeres del mundo, no puede someter las erecciones priápicas que le abultan el pantalón. Su hijo no sabe cómo ayudar a su padre, no sabe cómo evitar la nostalgia de su madre ni que su recuerdo se borre, no alcanza a entender cómo el mundo, tan bien explicado y ordenado en su enciclopedia para niños, no es capaz de ajustarse a eso sencillos y armónicos patrones.
La segunda novela del cantante de The Bad Seeds se ajusta perfectamente al cuadro de Courbet que le sirve de presentación. No es una mera pancarta publicitaria que viene a ofrecer un producto que nada tiene que ver. No es la relación entre la fotografía de un anuncio de McDonald's y una de sus jibarizadas hamburguesas. Al contrario, la obra de Courbet y de Nick Cave poseen un mismo efecto. Hay algo provocador pero, desde luego, no es la postura de su protagonista. Lo realmente provocador va por dentro de nosotros, lo que realmente no aceptamos o nos asusta; lo que implícitamente sabemos pero no queremos desvelar.
Pero debo confesar que lo que llamó mi atención fue el título y, antes de él, su portada rosa, descaradamente pink, toda una gamberrada. Con La muerte de Bunny Munro volvió a suceder lo mismo. Portada sobria y negra, título rojo en mayúscula, curiosamente encapsulado entre el nombre y el apellido del autor en letras blancas gigantes e impositivas, y en el centro, sin technicolor, aunque sin perder la fuerza que todavía hace que censuren ediciones, El origen del mundo de Courbet. “¡Poséeme!” gritaba pero, como todo el mundo sabe, los libros no deben juzgarse por su portada, por muy acertada que sea desde un punto de vista publicitario.
Su autor, el cantante y compositor de la banda Nick Cave and The Bad Seeds, ya había escrito otra novela Y el asno vio al ángel (Pre-textos) que poco tiene que ver con la historia de Bunny Munro. Sus primeras páginas son tan extrañas como incomprensibles. El principio de su segunda novela, en cambio, te pone en situación y te deja bien claro quién es su protagonista, un tipo que en la playa llevaría una cadena de oro y un slip de leopardo con el móvil colgado, un hortera ligón que chulea a las mujeres y se las lleva al huerto a pesar de la cutrez de su apariencia y de sus pensamientos. Bunny “Conejito” Munro es padre y, por supuesto, engaña a su mujer, sea con camareras, sea con prostitutas. Es un perdedor que se pasa el día fuera de casa, vendiendo cosméticos a domicilio.
Su hijo es una delicia. No sólo es superdotado sino que soporta un hogar desestructurado. Historia triste, pero no en manos de Nick Cave. Hay humor, humor negro y malsano. Lo peor viene cuando ese inútil de padre debe hacerse responsable de una criatura que tiene unas capacidades impresionantes pero cuya breve experiencia en la vida lo mantiene ingenuo. Su padre es un héroe, es el mejor. Podría, repito ser triste; podría, también, ser una atrocidad descerebrada repleta de humor superficial; pero no en manos de Nick Cave. Con una prosa ligera, con unos personajes definidos cuyos diálogos no son para enmarcar, el autor de origen australiano levanta un edificio inteligente, que tiene un cometido, una misión más que loable.
No es maniqueo. Bunny Munro no es el malo ni su hijo el bueno. Ambos están indefensos, en diferentes grados. Bunny no sabe cómo dejar de ser quién es. No puede evitar sentirse obsesionados por la entrepierna de todas las mujeres del mundo, no puede someter las erecciones priápicas que le abultan el pantalón. Su hijo no sabe cómo ayudar a su padre, no sabe cómo evitar la nostalgia de su madre ni que su recuerdo se borre, no alcanza a entender cómo el mundo, tan bien explicado y ordenado en su enciclopedia para niños, no es capaz de ajustarse a eso sencillos y armónicos patrones.
La segunda novela del cantante de The Bad Seeds se ajusta perfectamente al cuadro de Courbet que le sirve de presentación. No es una mera pancarta publicitaria que viene a ofrecer un producto que nada tiene que ver. No es la relación entre la fotografía de un anuncio de McDonald's y una de sus jibarizadas hamburguesas. Al contrario, la obra de Courbet y de Nick Cave poseen un mismo efecto. Hay algo provocador pero, desde luego, no es la postura de su protagonista. Lo realmente provocador va por dentro de nosotros, lo que realmente no aceptamos o nos asusta; lo que implícitamente sabemos pero no queremos desvelar.
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