Trad. Francisca Jiménez Pozuelo. Tusquets, Barcelona, 2010. 384 pp. 19 €
Amadeo Cobas
Nos encontramos una novela que se desarrolla en dos planos: el que evoca el tiempo en Suecia de Hans Olofson y, como particularidad, la de su desafortunado amigo Sture, y el que narra sus avatares africanos. Aquello es la peripecia y esto es el asombro. Allá estaba el frío, aquí el calor. Aquello representaba la seguridad, esto la incertidumbre y el riesgo.
La vida misma, vamos.
Del presente angustiador que es punto de partida nos retrotraemos al pasado para conocer los motivos y los hechos sucedidos al protagonista desde que embarcó en un avión con destino África. África, el continente más dispar que pudo hallar respecto de la Suecia profunda de la que proviene nuestro héroe. África, en concreto Zambia, que recibe al bueno de Hans con su cochambre, su improvisación, su forma de “dejarse llevar al albur de los acontecimientos” sin oponer apenas resistencia. Ni aunque se hayan emancipado respecto a los otrora países colonialistas, los africanos parecen haber sabido (¿querido?) tomar las riendas de sus vidas y destinos. O esa es la conclusión que obtiene el protagonista a las pocas horas de aterrizar en el continente. ¿Aventurada opinión? Quizás no, porque casi 400 páginas más adelante da cabo la obra pensando de forma similar.
«Un viaje empieza siempre dentro de ti», dice en la novela la persona que enciende en Hans Olofson el deseo de ir a África. Por mucho que descubra aspectos muy poco gratos: sobornos, corrupción, políticos sin escrúpulos ni moralidad, quienes solucionan los papeles irregulares a un extranjero… por un precio módico, huelga decirlo. No le queda más remedio que plegarse frente a las circunstancias porque sabe que su situación legal en el país no es correcta, sino que está entrampado bajo la cobertura de documentos falsos, y que por eso «pueden expulsarme sin previo aviso». Ay, qué paralelismo tiene esta novela con la vida real.
El caso es que el que iba a ser para el protagonista un viaje de dos semanas de asueto a África se extiende hasta durar 18 años, casi 19. Demasiado tiempo para dejar de impregnarse de una cultura completamente nueva. Y conocer que hay hombres que desaparecen en el bosque, algunos opinan que debido a que van a buscar su destino, otros que el leopardo es un felino astuto, no se deja ver mientras acecha, y además es silencioso, por lo que las desapariciones pueden tener su motivo en esos ojos acechantes. Al fin, la leyenda cuenta que la lucha final por el poder, tras la desaparición de las personas de la faz de la tierra, será entre un leopardo y un cocodrilo…
Envuelve el escritor su viaje con una suerte de misterio que va presionando al sueco, refugiado en su granja, cada vez más aislado, los miedos crecientes, quebrados los puentes psíquicos que le unían a los demás blancos que residen en la cercanía, la amenaza cercana tras varios asesinatos, el revólver en la mano como aditamento y salvaguarda que vele el sueño y que ampare el despertar. Porque no es seguro que llegue. El despertar, digo.
En efecto, África es un enigma, una incógnita, un continente por explorar y descubrir… Ello a pesar de haber residido, repito, durante cerca de dos décadas allí, tal y como le vaticina un periodista al protagonista: «puedes vivir aquí veinte años más y seguirás sabiendo igual de poco»… La superstición domina las mentes más débiles, y por mucho que un occidental intente hacer ver a los africanos que la magia negra no existe, ellos jamás le creerán. Así es que un hechicero siempre dominará sus voluntades con fuerza superior a la que pueda ejercer el dueño del lugar donde trabajan, aunque éste amenace con el despido.
Tiene mala leche Mankell en algunos pasajes, muestra su rabia, como cuando un residente en Zambia le pregunta a Hans cuál es el país de África que recibe más ayuda de Europa… La respuesta es Suiza. Sí, sí. ¿Por qué? Porque “hay números de cuentas anónimas que se llenan con dinero de las ayudas que sólo hacen un viaje rápido a África y vuelven”…
Que entienda quien quiera.
Amadeo Cobas
Nos encontramos una novela que se desarrolla en dos planos: el que evoca el tiempo en Suecia de Hans Olofson y, como particularidad, la de su desafortunado amigo Sture, y el que narra sus avatares africanos. Aquello es la peripecia y esto es el asombro. Allá estaba el frío, aquí el calor. Aquello representaba la seguridad, esto la incertidumbre y el riesgo.
La vida misma, vamos.
Del presente angustiador que es punto de partida nos retrotraemos al pasado para conocer los motivos y los hechos sucedidos al protagonista desde que embarcó en un avión con destino África. África, el continente más dispar que pudo hallar respecto de la Suecia profunda de la que proviene nuestro héroe. África, en concreto Zambia, que recibe al bueno de Hans con su cochambre, su improvisación, su forma de “dejarse llevar al albur de los acontecimientos” sin oponer apenas resistencia. Ni aunque se hayan emancipado respecto a los otrora países colonialistas, los africanos parecen haber sabido (¿querido?) tomar las riendas de sus vidas y destinos. O esa es la conclusión que obtiene el protagonista a las pocas horas de aterrizar en el continente. ¿Aventurada opinión? Quizás no, porque casi 400 páginas más adelante da cabo la obra pensando de forma similar.
«Un viaje empieza siempre dentro de ti», dice en la novela la persona que enciende en Hans Olofson el deseo de ir a África. Por mucho que descubra aspectos muy poco gratos: sobornos, corrupción, políticos sin escrúpulos ni moralidad, quienes solucionan los papeles irregulares a un extranjero… por un precio módico, huelga decirlo. No le queda más remedio que plegarse frente a las circunstancias porque sabe que su situación legal en el país no es correcta, sino que está entrampado bajo la cobertura de documentos falsos, y que por eso «pueden expulsarme sin previo aviso». Ay, qué paralelismo tiene esta novela con la vida real.
El caso es que el que iba a ser para el protagonista un viaje de dos semanas de asueto a África se extiende hasta durar 18 años, casi 19. Demasiado tiempo para dejar de impregnarse de una cultura completamente nueva. Y conocer que hay hombres que desaparecen en el bosque, algunos opinan que debido a que van a buscar su destino, otros que el leopardo es un felino astuto, no se deja ver mientras acecha, y además es silencioso, por lo que las desapariciones pueden tener su motivo en esos ojos acechantes. Al fin, la leyenda cuenta que la lucha final por el poder, tras la desaparición de las personas de la faz de la tierra, será entre un leopardo y un cocodrilo…
Envuelve el escritor su viaje con una suerte de misterio que va presionando al sueco, refugiado en su granja, cada vez más aislado, los miedos crecientes, quebrados los puentes psíquicos que le unían a los demás blancos que residen en la cercanía, la amenaza cercana tras varios asesinatos, el revólver en la mano como aditamento y salvaguarda que vele el sueño y que ampare el despertar. Porque no es seguro que llegue. El despertar, digo.
En efecto, África es un enigma, una incógnita, un continente por explorar y descubrir… Ello a pesar de haber residido, repito, durante cerca de dos décadas allí, tal y como le vaticina un periodista al protagonista: «puedes vivir aquí veinte años más y seguirás sabiendo igual de poco»… La superstición domina las mentes más débiles, y por mucho que un occidental intente hacer ver a los africanos que la magia negra no existe, ellos jamás le creerán. Así es que un hechicero siempre dominará sus voluntades con fuerza superior a la que pueda ejercer el dueño del lugar donde trabajan, aunque éste amenace con el despido.
Tiene mala leche Mankell en algunos pasajes, muestra su rabia, como cuando un residente en Zambia le pregunta a Hans cuál es el país de África que recibe más ayuda de Europa… La respuesta es Suiza. Sí, sí. ¿Por qué? Porque “hay números de cuentas anónimas que se llenan con dinero de las ayudas que sólo hacen un viaje rápido a África y vuelven”…
Que entienda quien quiera.
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