Trad. Benito Gómez Ibáñez. Anagrama, Barcelona, 2009. 320 pp. 18 €
Julián Díez
La influencia de las series de televisión —en ocasiones, incluso para bien— en la literatura es un tema que comienza a ser más que digno de estudio. En todas sus vertientes: como fenómeno de consumo, como productor de la imaginería contemporánea... y ahora, también, como influencia narrativa.
Burlando a la Parca es, según se admite en uno de los blurbs incluidos en su contraportada, una obra directamente heredera de House y de Los Soprano. En tiempos, decir algo así de una obra literaria —que tiene como modelos evidentes dos series de televisión— hubiera sido una forma de descalificación sutil pero contundente. Hoy es en cambio un atractivo para público sofisticado, no menos que lo sería citar influencias literarias que pueden detectarse sobre este libro como las de Roald Dahl o Donald Westlake.
La narración en primera persona corre a cargo de Peter Brown, antes Pietro Brnwa, y sigue dos acciones simultáneas, como cada una de esas personalidades sucesivas. La primera es médico residente en un hospital público de Nueva York; la segunda es la del asesino de la Mafia que tendrá que acogerse al programa de protección de testigos y optará por convertirse en médico, demostrando el mismo entusiasmo perfeccionista en sanar del que tuvo previamente en matar. Y quizá el poso más brillante del libro es que Brown vive en un entorno más aterrador en su condición de matasanos que en la de matapersonas.
El autor, que debuta con esta novela, de hecho trabaja en un hospital, lo que hace inevitablemente preguntarse por cuántos de los espantos que nos relata con un fustigante humor negro —en particular, a través de notas al pie de página empleadas como martillazos— son reales.
La acción comienza cuando un paciente mafioso del hospital reconoce en el médico al antiguo asesino, y le amenaza con revelarlo a sus jefes si fallece en una más que arriesgada operación quirúrgica. Peter rememora sus andanzas como criminal, como máquina de matar insuperable; de hecho, el final de la novela cae un poco en el territorio de lo que podríamos denominar “novela de fantasmas”, y no me refiero a la protagonizada por muertos que se aparecen sino a la de héroes a machotes a lo Ian Fleming o Tom Clancy. Sin embargo, su voz narrativa en primera persona es fresca y original, y resulta comprensible que Bazell proyecte utilizar al personaje en sucesivas novelas.
Entre algunos sucedidos relatados un poco con trazo grueso y varios personajes tópicos, también hay algún secundario memorable como el inútil aprendiz de mafioso Skinflick, el misterioso profesor Marmoset o el tronado doctor Friendly. Todos contribuyen a un relato que se devora ávidamente, con una sonrisa algo nerviosa en los labios.
Julián Díez
La influencia de las series de televisión —en ocasiones, incluso para bien— en la literatura es un tema que comienza a ser más que digno de estudio. En todas sus vertientes: como fenómeno de consumo, como productor de la imaginería contemporánea... y ahora, también, como influencia narrativa.
Burlando a la Parca es, según se admite en uno de los blurbs incluidos en su contraportada, una obra directamente heredera de House y de Los Soprano. En tiempos, decir algo así de una obra literaria —que tiene como modelos evidentes dos series de televisión— hubiera sido una forma de descalificación sutil pero contundente. Hoy es en cambio un atractivo para público sofisticado, no menos que lo sería citar influencias literarias que pueden detectarse sobre este libro como las de Roald Dahl o Donald Westlake.
La narración en primera persona corre a cargo de Peter Brown, antes Pietro Brnwa, y sigue dos acciones simultáneas, como cada una de esas personalidades sucesivas. La primera es médico residente en un hospital público de Nueva York; la segunda es la del asesino de la Mafia que tendrá que acogerse al programa de protección de testigos y optará por convertirse en médico, demostrando el mismo entusiasmo perfeccionista en sanar del que tuvo previamente en matar. Y quizá el poso más brillante del libro es que Brown vive en un entorno más aterrador en su condición de matasanos que en la de matapersonas.
El autor, que debuta con esta novela, de hecho trabaja en un hospital, lo que hace inevitablemente preguntarse por cuántos de los espantos que nos relata con un fustigante humor negro —en particular, a través de notas al pie de página empleadas como martillazos— son reales.
La acción comienza cuando un paciente mafioso del hospital reconoce en el médico al antiguo asesino, y le amenaza con revelarlo a sus jefes si fallece en una más que arriesgada operación quirúrgica. Peter rememora sus andanzas como criminal, como máquina de matar insuperable; de hecho, el final de la novela cae un poco en el territorio de lo que podríamos denominar “novela de fantasmas”, y no me refiero a la protagonizada por muertos que se aparecen sino a la de héroes a machotes a lo Ian Fleming o Tom Clancy. Sin embargo, su voz narrativa en primera persona es fresca y original, y resulta comprensible que Bazell proyecte utilizar al personaje en sucesivas novelas.
Entre algunos sucedidos relatados un poco con trazo grueso y varios personajes tópicos, también hay algún secundario memorable como el inútil aprendiz de mafioso Skinflick, el misterioso profesor Marmoset o el tronado doctor Friendly. Todos contribuyen a un relato que se devora ávidamente, con una sonrisa algo nerviosa en los labios.
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