Comares, Granada, 2009. 64 pp. 9 €.
Sofía Castañón
Usted espera que le recomendemos un libro aunque yo más bien le aconsejaría buscar un buen quitamanchas. Porque igual que está claro que el libro caerá en sus manos, tenga también presente que el mero hecho de pasar por sus hojas le dejará restos en el cuerpo, en la ropa, quizás por entre el pelo. Eso sí, no se equivoque, este es un libro limpio, aunque manche.
Si está intrigado (y no tanto por la poesía —que ya sabemos que no mueve masas, una pena— como por la atracción hacia hechos irresolubles) debe saber que en Un tiempo libre la luz lo inunda todo. Al abrir las páginas, entre tímidas canciones o coplas, entre dosis de verdades esenciales y honestas o escenas sencillas y eternas, se siente ese abrazo reconfortante que nos dan los días de sol, que mientras paseamos o dejamos que la vida se mueva desde un banco o la antojana de casa nos hace sentir queridos, con el mismo rubor en las mejillas que queda cuando alguien nos sonríe. Podría decirles que no hay más que eso, y no despeinarme.
Pero este es el trabajo de un poeta joven, y los jóvenes lo son, en gran medida, porque viven, buscan y entienden que es necesario el exceso. Que para paliar la gripe de la juventud hay que decir que se ha vivido, que se ha estado en el mundo y en los bares más que nadie. Que se ha llorado mucho, bebido mucho, odiado mucho, amado muchísimo. Puede decirse que es energía, pero acaba por mutar en una potencia que «sin control no sirve de nada». Este no es el anuncio para el poemario de Juan Marqués. Como apunta el también escritor zaragozano Julio José Ordovás, no se trara de un libro sucio: no hay vómitos, no hay ceniza ni restos desprovistos de cualquier belleza. Eso no quita para que Marqués se emborrache. Lo que ocurre es que su borrachera es de luz, de vida. Y no piensen que esta es más aséptica. Al contrario, la resaca que deja es mucho más duradera y difícil de llevar.
Así que no se sorprenda si al leer estos poemas les quedan las huellas de «los perros del jardín atravesando/ los dientes de la luz», el olor del laurel en septiembre, los raíles de los trenes o la mina de los lápices. No se sorprenda al encontrar que un libro tan limpio, tan provisto de pureza, le deja un borrón o una mancha. Hay cosas que, de tan buenas, también se quedan sobre la piel o la ropa.
Como solución, y sin tener este quitamanchas aún patentado, uno puede salir a la calle y pasar esta resaca, la que deja Un tiempo libre, a pelo: sin el combinado de neobrufén y zumos, sin gafas de sol. Dicen que es bueno beber al día siguiente lo que provocó la borrachera. Es probable que con la luz, las manchas se vayan quedando en nosotros. Eso que al final acaba por hacer la buena poesía.
Sofía Castañón
Usted espera que le recomendemos un libro aunque yo más bien le aconsejaría buscar un buen quitamanchas. Porque igual que está claro que el libro caerá en sus manos, tenga también presente que el mero hecho de pasar por sus hojas le dejará restos en el cuerpo, en la ropa, quizás por entre el pelo. Eso sí, no se equivoque, este es un libro limpio, aunque manche.
Si está intrigado (y no tanto por la poesía —que ya sabemos que no mueve masas, una pena— como por la atracción hacia hechos irresolubles) debe saber que en Un tiempo libre la luz lo inunda todo. Al abrir las páginas, entre tímidas canciones o coplas, entre dosis de verdades esenciales y honestas o escenas sencillas y eternas, se siente ese abrazo reconfortante que nos dan los días de sol, que mientras paseamos o dejamos que la vida se mueva desde un banco o la antojana de casa nos hace sentir queridos, con el mismo rubor en las mejillas que queda cuando alguien nos sonríe. Podría decirles que no hay más que eso, y no despeinarme.
Pero este es el trabajo de un poeta joven, y los jóvenes lo son, en gran medida, porque viven, buscan y entienden que es necesario el exceso. Que para paliar la gripe de la juventud hay que decir que se ha vivido, que se ha estado en el mundo y en los bares más que nadie. Que se ha llorado mucho, bebido mucho, odiado mucho, amado muchísimo. Puede decirse que es energía, pero acaba por mutar en una potencia que «sin control no sirve de nada». Este no es el anuncio para el poemario de Juan Marqués. Como apunta el también escritor zaragozano Julio José Ordovás, no se trara de un libro sucio: no hay vómitos, no hay ceniza ni restos desprovistos de cualquier belleza. Eso no quita para que Marqués se emborrache. Lo que ocurre es que su borrachera es de luz, de vida. Y no piensen que esta es más aséptica. Al contrario, la resaca que deja es mucho más duradera y difícil de llevar.
Así que no se sorprenda si al leer estos poemas les quedan las huellas de «los perros del jardín atravesando/ los dientes de la luz», el olor del laurel en septiembre, los raíles de los trenes o la mina de los lápices. No se sorprenda al encontrar que un libro tan limpio, tan provisto de pureza, le deja un borrón o una mancha. Hay cosas que, de tan buenas, también se quedan sobre la piel o la ropa.
Como solución, y sin tener este quitamanchas aún patentado, uno puede salir a la calle y pasar esta resaca, la que deja Un tiempo libre, a pelo: sin el combinado de neobrufén y zumos, sin gafas de sol. Dicen que es bueno beber al día siguiente lo que provocó la borrachera. Es probable que con la luz, las manchas se vayan quedando en nosotros. Eso que al final acaba por hacer la buena poesía.
2 comentarios:
Adjudicado. Muy buena reseña. Ya he leído algún poema de este libro y me sorprendió bastante. (Por cierto, bonita portada, como suele esta editorial)
Excelente crítica!!!
Exquisito espacio para los libros encuentro aquí..un placer enorme!!!
Seguro que alguna manchita me queda...
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