XIII Premio Ateneo Joven de Sevilla. Algaida, Sevilla, 2008. 480 pp. 22 €
Inés Matute
No podría yo estar más de acuerdo con el escritor David Torres, quien, en la presentación madrileña de Eres bella y brutal, dijo que se trata de «la novela más impolíticamente correcta del año», ya que, entre otras cosas, penetra en el tortuoso y oscuro mundo de dos hermanos, una monja y un fraile, que a su manera se creen capaces de cambiar el estado de las cosas; una desde el interior de la Iglesia, y el otro metido de lleno en la guerra de Ruanda. En la charla de presentación se emparentó esta primera novela de Rebeca Tabales, una joven psicológa especializada en neurolingüística, con El Corazón de las Tinieblas, de Conrad, no ya sólo por los escenarios africanos, magníficamente descritos y documentados, sino por tratarse de una incursión en el horror del alma humana. Emparentada o no, considero que la verdadera protagonista de esta historia, galardonada con el premio Ateneo Joven 2008, es una niña de trece años que asiste a un colegio de monjas y que sufre la violencia de las compañeras simplemente por ser fea. Aquí podría yo decir «poco agraciada físicamente», pero no me gustan los eufemismos. Crecí en un colegio de monjas, como nuestra pequeña protagonista, y sé que en ese mundo hermético, católico y por lo tanto regido por sus propias normas, absolutamente polarizado, donde las cosas son blancas o son negras, hay alumnas guapas y alumnas feas, listas y tontas, hábiles y torpes, concentrándose toda la “Gracia” en la figura de María, cuyo “mes” por excelencia, trufado de celebraciones y patosas coreografías en el patio, era mayo. Esa niña fea considera que el mundo es el enemigo a batir y, a pesar de su enorme inteligencia sufre por su aspecto, convirtiéndose de un día para otro en torturadora de la beldad oficial del curso, a la que no dudará en secuestrar y esconder en el cuarto de calderas. Hasta aquí, podríamos pensar que nos encontramos ante una novela de rabietas infantiles e inquinas previsibles, cosa que no ocurre por diversos motivos, siendo el más importante la originalidad y la extraordinaria madurez narrativa de la que la autora hace gala. Pero, ¿qué relación guarda esta niña con la monja y el sacerdote que está en Ruanda? ¿Cómo consigue Rebeca Tabales convertir esta historia en apariencia simple en un sugerente argumento triangular? La sinopsis que nos ofrece Algaida no deja lugar a dudas:
«Una estudiante de trece años que se considera a sí misma genial y maltratada por el azar, envía a su profesora de literatura, única a quien considera digna de leerlo, el esbozo de su gran proyecto: una enciclopedia en primera persona. Así, la hermana Teo, monja estricta, sufrida, demonofóbica y con reprimidas inclinaciones detectivescas, será testigo de la particular experiencia que su alumna anónima tiene de las palabras: agua, belleza, caballo, padre, revelación… y de la confesión de un falso crimen que oculta otro verdadero. Al mismo tiempo, en Ruanda, la próspera y pequeña misión de unos frailes en Kigali es sorprendida por la guerra. Para Mateo, el lugar que ama y el proyecto al que ha dedicado su vida dejan de ser un sueño donde refugiarse del pasado. Ahora debe escoger entre poner en riesgo su vida o regresar a España, donde le esperan su hermana Teo y el fantasma de su infancia, más aterrador que la propia muerte. Eres bella y brutal cuenta la historia de tres personajes grises y heridos, que no se pierden en un descenso a los infiernos, sino en el empeño de escalar hacia a luz».
«Un descenso a los infiernos» es una expresión que nos seduce, que aparece frecuentemente en las carátulas de los DVD y también en las contraportadas de los libros. Un descenso a los infiernos no es otra cosa que el encuentro con un personaje que es afortunado, feliz o simplemente “normal” y que, a poco que rasquemos, nos mostrará un alma envenenada, un abanico de miserias que van conquistando su voluntad y dominando sus actos. No nos engañemos: las historias con demonios privados suelen ser historias que, si se cuentan bien, nos entusiasman. En el caso de esta novela, el descenso a los infiernos se da a la inversa, pues tanto la monja como el cura o la niña, sienten la corrupción —lo brutal— tremendamente cerca, y quieren huir de ella buscando bien la redención, bien la belleza. Con todo, no es esta una novela moral, pues aunque los protagonistas se planteen cuestiones éticas, chocan contra un muro de debilidades y contradicciones. Eso sí: su vida espiritual les permite hacerse preguntas que la mayoría de nosotros evitamos.
Sin desvelar qué ocurre con la niña que es arrastrada al cuarto de las calderas, y sin explicar cómo cada uno de los personajes refleja y a la vez deforma a los otros, sí me gustaría destacar algunas definiciones del diccionario que la protagonista elabora a partir de sus propias vivencias. La palabra “belleza”, en su micromundo pedante y egocéntrico, da lugar a profundas reflexiones sobre todos los tipos de belleza posible, regalándonos imágenes tan sutiles como enigmáticas:
«La belleza A es una belleza limpia, rosa, decente. Su hora del día es la mañana, su sabor el dulce, que gusta a los recién nacidos. La primera belleza que se puede reconocer, apta para menores, franca. Puede empalagar, pero nunca miente; ya avisaba desde el principio de su dulzor aburrido. Es la belleza de los cachorros, las flores abiertas, los campos a la luz del mediodía, el olor de la colonia, la bailarina dando vueltas en su cajita de música» (...) «La belleza E es la belleza que sólo algunos ojos pueden detectar. Pasada de moda o futurista. Demasiado cotidiana o demasiado exótica para ser reconocida en un primer golpe de vista. Es una belleza que se infiltra en la voluntad secretamente» (...) «La belleza I es la belleza de lo llamativo. Pavos reales, monos albinos, tartas de boda y adornos tribales. Su sabor es el picante. Es una belleza difícil de ignorar por los sentidos, pero el corazón previene contra ella» (...) «La belleza O es la que guarda un misterio. Hay que mirarla con unos ojos que están en las tripas. Hay que hacer un pacto con los sentidos. Es la belleza de la contradicción. El murciélago, animal del aire y de lo subterráneo, ciego, como Plutón. La serpiente, unas veces el mal, otras, la sabiduría; símbolo de la medicina y la curación» (...) «La belleza U es la que por hábito o piedad se encuentra en lo mediocre o en lo sencillamente feo. Todo objeto compite por el amor de los ojos del mundo, y cada uno tiene su recurso. Los objetos con belleza A, su luz, los objetos con belleza E, su sombra. Los I, su estrépito. Los O, su resistencia. Hay otros objetos que no luchan, sino que piden auxilio. Los perros salchicha, con sus grandes ojos. Los niños pobres, con sus grandes ojos, el tío feo a quien no quiere nadie, con sus grandes ojos. Las causas perdidas».
Las causas perdidas. Demasiadas, sin discusión posible. Pero no por ello renunciamos a luchar, a reivindicar, a esperar un milagro. Eso, al menos, es que lo buscan los personajes de Rebeca Tabales, unos seres grises y heridos: que las cosas cambien, que no sean lo que parecen. Un lujo de novela a la que apetece volver una y otra vez.
Inés Matute
No podría yo estar más de acuerdo con el escritor David Torres, quien, en la presentación madrileña de Eres bella y brutal, dijo que se trata de «la novela más impolíticamente correcta del año», ya que, entre otras cosas, penetra en el tortuoso y oscuro mundo de dos hermanos, una monja y un fraile, que a su manera se creen capaces de cambiar el estado de las cosas; una desde el interior de la Iglesia, y el otro metido de lleno en la guerra de Ruanda. En la charla de presentación se emparentó esta primera novela de Rebeca Tabales, una joven psicológa especializada en neurolingüística, con El Corazón de las Tinieblas, de Conrad, no ya sólo por los escenarios africanos, magníficamente descritos y documentados, sino por tratarse de una incursión en el horror del alma humana. Emparentada o no, considero que la verdadera protagonista de esta historia, galardonada con el premio Ateneo Joven 2008, es una niña de trece años que asiste a un colegio de monjas y que sufre la violencia de las compañeras simplemente por ser fea. Aquí podría yo decir «poco agraciada físicamente», pero no me gustan los eufemismos. Crecí en un colegio de monjas, como nuestra pequeña protagonista, y sé que en ese mundo hermético, católico y por lo tanto regido por sus propias normas, absolutamente polarizado, donde las cosas son blancas o son negras, hay alumnas guapas y alumnas feas, listas y tontas, hábiles y torpes, concentrándose toda la “Gracia” en la figura de María, cuyo “mes” por excelencia, trufado de celebraciones y patosas coreografías en el patio, era mayo. Esa niña fea considera que el mundo es el enemigo a batir y, a pesar de su enorme inteligencia sufre por su aspecto, convirtiéndose de un día para otro en torturadora de la beldad oficial del curso, a la que no dudará en secuestrar y esconder en el cuarto de calderas. Hasta aquí, podríamos pensar que nos encontramos ante una novela de rabietas infantiles e inquinas previsibles, cosa que no ocurre por diversos motivos, siendo el más importante la originalidad y la extraordinaria madurez narrativa de la que la autora hace gala. Pero, ¿qué relación guarda esta niña con la monja y el sacerdote que está en Ruanda? ¿Cómo consigue Rebeca Tabales convertir esta historia en apariencia simple en un sugerente argumento triangular? La sinopsis que nos ofrece Algaida no deja lugar a dudas:
«Una estudiante de trece años que se considera a sí misma genial y maltratada por el azar, envía a su profesora de literatura, única a quien considera digna de leerlo, el esbozo de su gran proyecto: una enciclopedia en primera persona. Así, la hermana Teo, monja estricta, sufrida, demonofóbica y con reprimidas inclinaciones detectivescas, será testigo de la particular experiencia que su alumna anónima tiene de las palabras: agua, belleza, caballo, padre, revelación… y de la confesión de un falso crimen que oculta otro verdadero. Al mismo tiempo, en Ruanda, la próspera y pequeña misión de unos frailes en Kigali es sorprendida por la guerra. Para Mateo, el lugar que ama y el proyecto al que ha dedicado su vida dejan de ser un sueño donde refugiarse del pasado. Ahora debe escoger entre poner en riesgo su vida o regresar a España, donde le esperan su hermana Teo y el fantasma de su infancia, más aterrador que la propia muerte. Eres bella y brutal cuenta la historia de tres personajes grises y heridos, que no se pierden en un descenso a los infiernos, sino en el empeño de escalar hacia a luz».
«Un descenso a los infiernos» es una expresión que nos seduce, que aparece frecuentemente en las carátulas de los DVD y también en las contraportadas de los libros. Un descenso a los infiernos no es otra cosa que el encuentro con un personaje que es afortunado, feliz o simplemente “normal” y que, a poco que rasquemos, nos mostrará un alma envenenada, un abanico de miserias que van conquistando su voluntad y dominando sus actos. No nos engañemos: las historias con demonios privados suelen ser historias que, si se cuentan bien, nos entusiasman. En el caso de esta novela, el descenso a los infiernos se da a la inversa, pues tanto la monja como el cura o la niña, sienten la corrupción —lo brutal— tremendamente cerca, y quieren huir de ella buscando bien la redención, bien la belleza. Con todo, no es esta una novela moral, pues aunque los protagonistas se planteen cuestiones éticas, chocan contra un muro de debilidades y contradicciones. Eso sí: su vida espiritual les permite hacerse preguntas que la mayoría de nosotros evitamos.
Sin desvelar qué ocurre con la niña que es arrastrada al cuarto de las calderas, y sin explicar cómo cada uno de los personajes refleja y a la vez deforma a los otros, sí me gustaría destacar algunas definiciones del diccionario que la protagonista elabora a partir de sus propias vivencias. La palabra “belleza”, en su micromundo pedante y egocéntrico, da lugar a profundas reflexiones sobre todos los tipos de belleza posible, regalándonos imágenes tan sutiles como enigmáticas:
«La belleza A es una belleza limpia, rosa, decente. Su hora del día es la mañana, su sabor el dulce, que gusta a los recién nacidos. La primera belleza que se puede reconocer, apta para menores, franca. Puede empalagar, pero nunca miente; ya avisaba desde el principio de su dulzor aburrido. Es la belleza de los cachorros, las flores abiertas, los campos a la luz del mediodía, el olor de la colonia, la bailarina dando vueltas en su cajita de música» (...) «La belleza E es la belleza que sólo algunos ojos pueden detectar. Pasada de moda o futurista. Demasiado cotidiana o demasiado exótica para ser reconocida en un primer golpe de vista. Es una belleza que se infiltra en la voluntad secretamente» (...) «La belleza I es la belleza de lo llamativo. Pavos reales, monos albinos, tartas de boda y adornos tribales. Su sabor es el picante. Es una belleza difícil de ignorar por los sentidos, pero el corazón previene contra ella» (...) «La belleza O es la que guarda un misterio. Hay que mirarla con unos ojos que están en las tripas. Hay que hacer un pacto con los sentidos. Es la belleza de la contradicción. El murciélago, animal del aire y de lo subterráneo, ciego, como Plutón. La serpiente, unas veces el mal, otras, la sabiduría; símbolo de la medicina y la curación» (...) «La belleza U es la que por hábito o piedad se encuentra en lo mediocre o en lo sencillamente feo. Todo objeto compite por el amor de los ojos del mundo, y cada uno tiene su recurso. Los objetos con belleza A, su luz, los objetos con belleza E, su sombra. Los I, su estrépito. Los O, su resistencia. Hay otros objetos que no luchan, sino que piden auxilio. Los perros salchicha, con sus grandes ojos. Los niños pobres, con sus grandes ojos, el tío feo a quien no quiere nadie, con sus grandes ojos. Las causas perdidas».
Las causas perdidas. Demasiadas, sin discusión posible. Pero no por ello renunciamos a luchar, a reivindicar, a esperar un milagro. Eso, al menos, es que lo buscan los personajes de Rebeca Tabales, unos seres grises y heridos: que las cosas cambien, que no sean lo que parecen. Un lujo de novela a la que apetece volver una y otra vez.
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