Acantilado, Barcelona, 2008. 162 pp. 14.42 €.
José Luis Gómez Toré
Si todavía alguien cree que el lenguaje no es un arma de destrucción masiva, debería leer este libro. Con Guerra y lenguaje, Adan Kovacsics (Santiago de Chile, 1953) se sitúa en la estela de obras como LTI. Apuntes de un filólogo de Victor Klemperer (que significativamente Kovacsics tradujo al castellano) o Lenguaje y silencio de George Steiner, si bien, en Kovacsics, a diferencia de estos autores, el acontecimiento histórico que da pie a una reflexión sobre la relación entre el lenguaje y el poder no es el nazismo sino la Primera Guerra Mundial. No obstante (como también sucede en la primera parte del libro de Steiner ya citado y en buena medida también en el de Klemperer sobre la lengua del Tercer Reich), el autor nos lleva más allá de los hechos históricos concretos, entre los que cabe destacar la existencia, durante la Gran Guerra, de un Cuartel de Prensa en el que varios escritores trabajaron para crear textos propagandísticos en apoyo al ejército austro-húngaro. La Viena de principios del XX y la Gran Guerra son dos elementos constantes en el libro, pero el autor no se impone ningún límite espacio-temporal y así acaba conduciéndonos hasta la guerra de Irak, pasando por supuesto por el Holocausto y el nazismo. Hay en estas páginas una lucidez que no se conforma con interrogarnos sobre el papel que desempeña el lenguaje en cualquier guerra, sino que acaba preguntándose asimismo por esa tendencia, que parece imparable en nuestros días, consistente en reducir el lenguaje a instrumento, a periodismo y propaganda.
Precisamente esa renuencia a convertir la lengua en instrumento y la tentación del silencio la hallamos en buena parte de los nombres que se dan cita en estas páginas: Hofmannsthal, Benjamin, Celan, Rilke, Kraus, Wittgenstein, Kafka... Como ya en su día hiciera Adorno, Kovacsics encuentra constantes nexos de unión entre la instrumentalización constante del lenguaje (aun cuando dicha instrumentalización se haga en aras de objetivos loables o, en apariencia, inocuos) y la violencia latente que despierta ese intento de sumisión de la palabra: «En la primera guerra gran industrializada, la relación del lenguaje propagandístico con la contienda es la propia del lenguaje con la mercancía. También se puede formular a la inversa: la relación del lenguaje con la mercancía es la propia del lenguaje propagandístico con la guerra».
La posición de Kovacsics ante esta relación con la palabra, que «desprecia su plenitud y le asigna un papel secundario», se refleja en la compleja estructura de su libro, que se desarrolla en varios planos (lo general y lo particular, lo literario y lo filosófico, lo narrativo y lo ensayístico...) que se cruzan y se suporponen. Pareciera como si la inclusión de paisajes narrativos, que rompen en apariencia con la unidad del ensayo, respondiera a ese deseo de dejar a la palabra en libertad, de no enconsertarla en una tesis, en una intencionalidad que desprecia las posibilidades siempre inesperadas del lenguaje. Quizá uno de los elementos más interesantes de Guerra y lenguaje sea esta atención a la realidad ambivalente de la palabra. El lenguaje no sólo esconde un germen siempre latente de violencia, sino también un espacio posible de libertad y de conocimiento.
José Luis Gómez Toré
Si todavía alguien cree que el lenguaje no es un arma de destrucción masiva, debería leer este libro. Con Guerra y lenguaje, Adan Kovacsics (Santiago de Chile, 1953) se sitúa en la estela de obras como LTI. Apuntes de un filólogo de Victor Klemperer (que significativamente Kovacsics tradujo al castellano) o Lenguaje y silencio de George Steiner, si bien, en Kovacsics, a diferencia de estos autores, el acontecimiento histórico que da pie a una reflexión sobre la relación entre el lenguaje y el poder no es el nazismo sino la Primera Guerra Mundial. No obstante (como también sucede en la primera parte del libro de Steiner ya citado y en buena medida también en el de Klemperer sobre la lengua del Tercer Reich), el autor nos lleva más allá de los hechos históricos concretos, entre los que cabe destacar la existencia, durante la Gran Guerra, de un Cuartel de Prensa en el que varios escritores trabajaron para crear textos propagandísticos en apoyo al ejército austro-húngaro. La Viena de principios del XX y la Gran Guerra son dos elementos constantes en el libro, pero el autor no se impone ningún límite espacio-temporal y así acaba conduciéndonos hasta la guerra de Irak, pasando por supuesto por el Holocausto y el nazismo. Hay en estas páginas una lucidez que no se conforma con interrogarnos sobre el papel que desempeña el lenguaje en cualquier guerra, sino que acaba preguntándose asimismo por esa tendencia, que parece imparable en nuestros días, consistente en reducir el lenguaje a instrumento, a periodismo y propaganda.
Precisamente esa renuencia a convertir la lengua en instrumento y la tentación del silencio la hallamos en buena parte de los nombres que se dan cita en estas páginas: Hofmannsthal, Benjamin, Celan, Rilke, Kraus, Wittgenstein, Kafka... Como ya en su día hiciera Adorno, Kovacsics encuentra constantes nexos de unión entre la instrumentalización constante del lenguaje (aun cuando dicha instrumentalización se haga en aras de objetivos loables o, en apariencia, inocuos) y la violencia latente que despierta ese intento de sumisión de la palabra: «En la primera guerra gran industrializada, la relación del lenguaje propagandístico con la contienda es la propia del lenguaje con la mercancía. También se puede formular a la inversa: la relación del lenguaje con la mercancía es la propia del lenguaje propagandístico con la guerra».
La posición de Kovacsics ante esta relación con la palabra, que «desprecia su plenitud y le asigna un papel secundario», se refleja en la compleja estructura de su libro, que se desarrolla en varios planos (lo general y lo particular, lo literario y lo filosófico, lo narrativo y lo ensayístico...) que se cruzan y se suporponen. Pareciera como si la inclusión de paisajes narrativos, que rompen en apariencia con la unidad del ensayo, respondiera a ese deseo de dejar a la palabra en libertad, de no enconsertarla en una tesis, en una intencionalidad que desprecia las posibilidades siempre inesperadas del lenguaje. Quizá uno de los elementos más interesantes de Guerra y lenguaje sea esta atención a la realidad ambivalente de la palabra. El lenguaje no sólo esconde un germen siempre latente de violencia, sino también un espacio posible de libertad y de conocimiento.
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