Trad. Gema Moral Bartolomé. El Cobre Ediciones, Barcelona, 2009. 152 pp. 18 €
Juan Gómez Espinosa
No hay nada mejor para un libro que dejar al lector con ganas de más. El presente, editado por El Cobre, lo consigue de varias maneras. Así, un forofo de Romain Gary se encontrará con pequeñas joyas inéditas en español; por otro lado, a quien desconozca la obra del polaco-francés le abrirá las puertas a un mundo en el que merece la pena adentrarse. En estos breves relatos no sólo se apunta lo mejor del escritor, sino que también se exponen claramente las materias que debe elegir manejar cualquier creador. Entramos así en el eterno debate sobre entretener o expresar, sobre lecturas para el autobús o lecturas para la alcoba. El primero dirigirá su atención a un público para el cual trenzará situaciones, tramas y personajes que lo conduzcan a un bucle dramático; el peligro, obviamente, serán la posible vacuidad emocional de sus personajes, condicionados por la acción, y la ausencia de riesgos en el propio lenguaje, que se mantiene “conservador” a fin de conectar con un público amplio. En la otra orilla, sin embargo, un autor cuya perspectiva sea la de su propio ombligo mostrará sin pudor sus inquietudes, su pulso de entrañas, pero con el riesgo de crear un auténtico tostón a fuerza de onanismo; su lenguaje, sus personajes (si los hubiera), sus acciones (si las hubiera)… estarán marcados siempre por su enfrentamiento individual con el exterior. En Romain Gary la fusión entre ambos tipos de escritor es perfecta, y eso es algo que nunca le podremos agradecer lo suficiente. Sabe crear una trama de pura intriga, ir avisando elegantemente sobre la posibilidad de acción, atraer con la expectación… pero también ir más allá, dar una oportunidad a héroes (por llamarlos de alguna manera) que están gritando en silencio para expresarse de manera autónoma; Gary no se conformaba con los clichés, ni con las argumentaciones de andar por casa. Las menciones a las contiendas del siglo XX no se enmarcan ni en defensas viriles ni en denuncias edulcoradas; la guerra y la violencia aparecen, simplemente, como una siega fría de vidas, tanto las de las víctimas inocentes como las de los ejecutores; estos últimos están condenados a sobrevivir y a ser sepultados en cualquier rincón mínimo y sórdido de la Historia. Gary escribía con brillantez, con maestría, tampoco se conformaba con los recursos lingüísticos y estructurales consensuados. Repasando un relato como La tormenta (el que da título al libro) uno se percata de que su “padre” era una brillante rara avis: sólo él podría hacer que la combinación de un paraje aislado, una mujer hastiada, un marido plomo, un enigmático desconocido y un clima salvaje no se convirtiera en un relatito tópico de amoríos bajo el monzón. Eso por no hablar del frío aislamiento (físico y emocional) en que se mueven los personajes de “Geografía humana”, “Sargento Gnama” o “Diez años después o la historia más vieja del mundo”, en los que la falta de acción evidente deja un vacío desasosegador. “Sin aliento”, “El griego” y “Una mujercita”, tal vez las mejores piezas, estremecen hasta la médula: las dos primeras, por su condición de brillantísimos comienzos (o esbozos) de novelas que nunca llegaron a realizarse (nos queda soñar con sus posibilidades); la tercera… simplemente hay que leerla; luego ya me dirán.
Juan Gómez Espinosa
No hay nada mejor para un libro que dejar al lector con ganas de más. El presente, editado por El Cobre, lo consigue de varias maneras. Así, un forofo de Romain Gary se encontrará con pequeñas joyas inéditas en español; por otro lado, a quien desconozca la obra del polaco-francés le abrirá las puertas a un mundo en el que merece la pena adentrarse. En estos breves relatos no sólo se apunta lo mejor del escritor, sino que también se exponen claramente las materias que debe elegir manejar cualquier creador. Entramos así en el eterno debate sobre entretener o expresar, sobre lecturas para el autobús o lecturas para la alcoba. El primero dirigirá su atención a un público para el cual trenzará situaciones, tramas y personajes que lo conduzcan a un bucle dramático; el peligro, obviamente, serán la posible vacuidad emocional de sus personajes, condicionados por la acción, y la ausencia de riesgos en el propio lenguaje, que se mantiene “conservador” a fin de conectar con un público amplio. En la otra orilla, sin embargo, un autor cuya perspectiva sea la de su propio ombligo mostrará sin pudor sus inquietudes, su pulso de entrañas, pero con el riesgo de crear un auténtico tostón a fuerza de onanismo; su lenguaje, sus personajes (si los hubiera), sus acciones (si las hubiera)… estarán marcados siempre por su enfrentamiento individual con el exterior. En Romain Gary la fusión entre ambos tipos de escritor es perfecta, y eso es algo que nunca le podremos agradecer lo suficiente. Sabe crear una trama de pura intriga, ir avisando elegantemente sobre la posibilidad de acción, atraer con la expectación… pero también ir más allá, dar una oportunidad a héroes (por llamarlos de alguna manera) que están gritando en silencio para expresarse de manera autónoma; Gary no se conformaba con los clichés, ni con las argumentaciones de andar por casa. Las menciones a las contiendas del siglo XX no se enmarcan ni en defensas viriles ni en denuncias edulcoradas; la guerra y la violencia aparecen, simplemente, como una siega fría de vidas, tanto las de las víctimas inocentes como las de los ejecutores; estos últimos están condenados a sobrevivir y a ser sepultados en cualquier rincón mínimo y sórdido de la Historia. Gary escribía con brillantez, con maestría, tampoco se conformaba con los recursos lingüísticos y estructurales consensuados. Repasando un relato como La tormenta (el que da título al libro) uno se percata de que su “padre” era una brillante rara avis: sólo él podría hacer que la combinación de un paraje aislado, una mujer hastiada, un marido plomo, un enigmático desconocido y un clima salvaje no se convirtiera en un relatito tópico de amoríos bajo el monzón. Eso por no hablar del frío aislamiento (físico y emocional) en que se mueven los personajes de “Geografía humana”, “Sargento Gnama” o “Diez años después o la historia más vieja del mundo”, en los que la falta de acción evidente deja un vacío desasosegador. “Sin aliento”, “El griego” y “Una mujercita”, tal vez las mejores piezas, estremecen hasta la médula: las dos primeras, por su condición de brillantísimos comienzos (o esbozos) de novelas que nunca llegaron a realizarse (nos queda soñar con sus posibilidades); la tercera… simplemente hay que leerla; luego ya me dirán.
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