viernes, febrero 28, 2014

Solo con invitación: La curva del olvido, Victoria R. Gil

Septem Ediciones, Oviedo, 2013. 89 pp. 18 €

Ángeles Prieto Barba

Si tuviéramos que indicar un leit motiv o eje central de los diez cuentos sólidos que componen este libro, sin duda señalaríamos la extrañeza ante la vida, el temblor frente a una existencia cuyo camino nunca es recto, directo y simple, sino pleno de curvas complejas ante las que tan necesario es el recuerdo, como el olvido. Tema sin duda recurrente en el actual relato español, desde el ya clásico Velocidad en los jardines de Eloy Tizón, pero que no deja de depararnos gratas sorpresas con nuevas voces rotundas como esta, una voz incisiva, madura y penetrante que he tenido el placer de descubrir y sentido también el deber de compartir con todos vosotros.
Pues tras su lectura, una siente que el ritmo que nos impone nuestra vida actual, con tantas horas dedicadas a las múltiples obligaciones de conciliar estudios, trabajo, familia, amigos y hogar, no es sano y corre raudo. Apenas atisbamos a personas maravillosas para perderlas en seguida y vernos obligados a olvidarlas, como en la última historia de este volumen, “Se me olvidó olvidarte”. Por eso, para expresar este desasosiego, Victoria ha escogido para publicar su primer libro el género que mejor se adapta a contar nuestras vidas aceleradas, que no es otro que el relato corto o cuento. Con musas distintas a las de la novela, dado que no se trata de exhibir la elocuencia del autor, sino de buscar esa perfección de expresar con las palabras justas y exactas lo que dolorosamente sentimos. Género en el que Victoria se ha iniciado con pie seguro, firme y honesto.
Salvo el segundo relato, “Sin amor, sin gloria”, algo más largo, los otros son de tamaño similar, lo que nos indica también que la autora les tiene cogido el tamaño, la medida o la extensión, asunto técnico importante a la hora desarrollar un tema principal que otorga bastante unidad y coherencia a un libro no exento de humor socarrón, como constatamos en el cuarto cuento, “Y olvidar, aún más”, en el final del tercero, “Recordar perjudica gravemente la salud” y en “Así que morir era esto”, donde la guasa tiende al negro. Pese a su brevedad, son relatos muy densos, y esa profundidad de contenido se ha logrado mediante un lenguaje cuidado y preciso, sin ripios, cursilerías, frases hechas o lugares comunes, surcado de vez en cuando con metáforas ora rotundas, ora hermosas:  «el empleo le duró menos que un pitillo de picadura», «mujeres esquivas como gatos vagabundos», «pueblo del norte, lluvioso y aneblado, de esos que a las seis de la tarde te caen encima con un tedio del que deseas escapar a cualquier lugar, aunque sea al mismo infierno».
La autora también demuestra su soltura al utilizar tanto narradores omniscientes como protagonistas, primeras o terceras personas, a la hora de abordar las relaciones sentimentales, el otro gran tema del libro evitando caer en confesiones autobiográficas, tentación recurrente en una opera prima, felizmente esquivada. Relaciones que son las culpables principales de que necesitemos ese olvido, porque cuanto más intenso es el recuerdo, más permanece en el cerebro, como demuestra el último relato. Y porque la curva de la memoria se vuelve casi plana cuando rememoramos experiencias traumáticas, como en el primero. Y todo en un estudio que no sufre altibajos de calidad, algo tan común en los libros de cuentos donde estratégicamente se alternan, truco que no percibimos en este conjunto tan recio.
Con la mesa de novedades del nuevo año repleta de banalidades, esa misma que ha cambiado mercantilmente los sedientos vampiros por romances ardorosos buscando los bolsillos de lectores incautos y simples, es un placer encontrarse con este modesto y sencillo volumen que aborda con maestría y franqueza el complejo asunto del olvido que tanto nos importa y nos atañe. Aconsejo buscarlo, o en todo caso solicitarlo, si pretendemos que la curva de nuestra cultura ascienda.


Victoria R. Gil: «Los recuerdos son fundamentales para saber quiénes somos y de dónde venimos»


Tras más de veinte años de periodismo activo a sus espaldas, trabajando en revistas, radio y en la desaparecida “La Voz de Asturias”, Victoria nos presenta su primer libro de relatos, aunque ya había figurado como coautora en el libro de cuentos breves PervertiDos (Traspiés, 2012) y en la biografía de José Antonio Coto. Una vida dedicada a la empresa y a Asturias (Club Asturiano de la Innovación, Gijón, 2006). Por eso hemos querido entrevistarla para que nos cuente que supone publicar ahora este primer libro en solitario.

¿Por qué te inicias, profundizas y adentras en el complejo tema de la memoria con relatos breves?
Me interesa la memoria como elemento definidor de la identidad y quería preguntarme lo que ocurre con nosotros, con lo que creemos que somos, cuando esa memoria se altera por algún motivo. Es un interés muy personal, ya que tengo varios casos de Alzhéimer en la familia y muchas posibilidades de padecerlo en el futuro. Esa circunstancia, unida al descubrimiento de que, según los expertos, alteramos de modo inconsciente nuestros recuerdos con el paso del tiempo me hizo pensar que tal vez nuestra vida no sea más que un espejismo. Todo eso está en el porqué de este libro. Elegir un género como el cuento era inevitable porque buscaba plantear múltiples situaciones a partir de un único tema: la memoria y sus desvaríos. Un libro de cuentos te permite eso, que con los mismos materiales resulten conflictos diferentes, como un tangram es capaz de construir centenares de figuras con las mismas siete piezas. Esa libertad no me la daba una novela.


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jueves, febrero 27, 2014

Y las montañas hablaron, Khaled Hosseini

Trad. Patricia Antón de Vez y Rita da Costa. Salamandra, Barcelona, 2013. 382 pp. 20,00 €

María Dolores García Pastor

En el año 2003 Khaled Hosseini irrumpió en el panorama literario internacional con su novela Cometas en el cielo, todo un fenómeno editorial que se tradujo en grandes ventas e incluso en una versión cinematográfica. El libro nos llevaba hasta un país tan poco conocido para los occidentales como Afganistán, con una historia reciente tan apasionante como convulsa. La historia que narraba era a un tiempo descarnada y tierna, tanto que en algunos momentos sacudía al lector. Recuerdo una lectura llena de emociones. Para muchos lectores este se convirtió en uno de esos libros que se guardan en la memoria y se suelen recomendar.
Es tal vez por todo eso que Y las montañas hablaron no acaba de convencer al lector, demasiadas expectativas que no se llegan a cumplir. Esta vez Hosseini ha querido hacer un libro de personajes, su campo de visión es más amplio. La acción sucede por todo el mundo y en diferentes épocas históricas, desde los años cincuenta hasta nuestros días, con lo cual el movimiento es continuo tanto espacial como temporalmente. La trama no es lineal aunque tiene un hilo central, una historia a través de la que se articulan las demás. En ocasiones cuesta llegar al momento en que se vislumbra esa conexión, por lo que la lectura puede parecer inconexa. Se trata de personajes que se encuentran en un cruce de caminos, han de tomar decisiones que serán determinantes. A través de cómo se desarrollan los hechos posteriores el autor reflexiona sobre la importancia que tienen las decisiones que tomamos. También encontramos en el libro el que podría ser el alter ego del autor, que no es otro que Idris, el médico que emigra a los Estados Unidos. A través de él nos acerca a lo que Hosseini define como “la culpa del sobreviviente”.
El sentimiento de culpa y el arrepentimiento son algunos de los temas recurrentes del libro. Comienza el libro con un padre que cuenta a sus dos hijos, Pari y Abdulá, protagonistas de la trama principal, la leyenda de un div, criatura sobrenatural del folclore afgano. Se trata de una narración al más puro estilo de Las mil y una noches con una moraleja que nos prepara para lo que sucederá a continuación, para vivir la historia central alrededor de la que giran las otras. Son muchos los protagonistas y muchas las tramas, el autor las hace encajar pero bien podrían funcionar por separado. Todas ellas son interesantes aunque a veces el lector tiene la sensación de que quedan a medias, de que no se les ha sacado todo el jugo. Recuerda en cierta manera el vicio de algunos escritores noveles que quieren contarlo todo en su primera novela. En esta ocasión Khaled Hosseini abarca mucho pero aprieta poco. La intensidad de las historias queda muy lejos de aquellas Cometas en el cielo que le hicieron famoso. Aun así, no se le puede negar la gran capacidad como narrador que posee este escritor afgano afincado en California. Su prosa es fluida y atrapa al lector y le hará disfrutar del libro.

miércoles, febrero 26, 2014

Espíritu festivo. Cuentos de fantasmas, Robertson Davies

Trad. Concha Cardeñoso Sáenz de Miera. Libros del Asteroide, Madrid, 2013. 306 pp. 18,95 €

Care Santos

Un entretenimiento navideño. Una forma de divertir a sus amigos después de la cena anual universitaria de celebración de la Navidad. Esto son estos cuentos, en primera instancia. Un divertimento pensado para ser leído en voz alta año tras año ante un auditorio de personas queridas que a menudo aparecen como personajes secundarios de los relatos. Dieciocho cuentos, otros tantos años. Fantasmas, algunos más, porque hay historias en que se aparecen por parejas o incluso de tres en tres.
En el prólogo a la colección, el propio autor explica su adicción al género, que despertó la lectora, de niño, del Frankenstein de Mary Shelley. Se refiere con admirada devoción a algunos de los padres del género, a los que pretende rendir homenaje: Montague Rodes James, Henry James y su Otra vuelta de tuerca; Joseph Sheridan Le Fanu o Montague Summers. Consciente de que los relatos de fantasmas clásicos suelen tener un tono altisonante, circunspecto, Davies afirma: "Nada más lejos de mi intención que faltar al respecto aquí a los espectros serios". De modo que el sentido del humor hace ya su aparición en el mismo prólogo, cuando el autor afirma: "es evidente que el saludo apropiado para recibir a un fantasma no es un grito de terror, sino un amable '¿Puedo ayudarle en algo?".
Siguiendo esta premisa, los fantasmas de esta docena y media de historias necesitan y requieren ayuda y Davies, en su papel de protagonista de todos los relatos, se muestra muy dispuesto a prestársela. Se sigue a menudo la fórmula decimonónica de comenzar la historia remarcando el carácter práctico y descreído del narrador, así como el también clásico recurso del narrador que cuenta lo que le ocurrió en una ocasión pretérita. Están, asimismo, bien presentes los homenajes explícitos, algunos esperables, como el relato dedicado a Frankenstein y otros más sorprendentes, como aquel otro en que toma la palabra el pequeño lord Fauntleroy -protagonista de un cuento infantil célebre por diversas adaptaciones cinematográficas- acompañado al piano ni más ni menos que por Albert Einstein
Los fantasmas de Davies no son unos cualesquiera -no en vano el libro se llama en inglés "High Spirits", "Espíritus elevados"-: abundan los espectros de sangre azul. Hacen su aparición, por ejemplo, varios miembros de la realeza -Jorge IV, Jorge V, Jorge VI, la Reina Victoria...- y alguno de ellos incluso repite. También surge del más allá el primer ministro canadiense William Lyon Mackenzie King (1874-1950), el ectoplasma más veces citado de todos, por quien el autor parece sentir una gran admiración. Son divertidas estas apariciones de prohombres de su tiempo en que se reanudan rancias discusiones políticas o en que los reyes reclaman su papel de fundadores de la institución universitaria o lloran el olvido en que la modernidad les ha hecho caer. Mis relatos favoritos, sin embargo, son aquellos en que Davies ahonda en el mundo universitario, que tan bien conoce, y para cuyos exponentes fueron creados estos textos. Así, hay espectros de estudiantes muertos durante el examen de doctorado que comparecen en la sala del tribunal para examinarse desde el más allá. Hay rebaños de críticos literarios rondando la vieja biblioteca universitaria como si de un purgatorio se tratase. Y, entendiendo la palabra "fantasma" en un sentido más amplio, hay demonios con nostalgia navideña, pequeños sátiros disfrutando de su vida eterna o miríadas de santos católicos pidiendo asilo en la universidad, con sus dragones, sus armas y sus once mil vírgenes a cuestas.
Cinco cuentos destacan, a mi modo de ver, del excelente conjunto: "Revelación de una chimenea asfixiante", un duelo de espectros de decanos con sorpresa final; "Refugio para santos denostados", en que los santos católicos acuden al claustro universitario después de que el papa Pablo VI les condene al olvido; "Los peligros del signo doble", donde conocemos las aventuras nocturnas del diablo Asmodeus con guiño a la modernísima pasión por la moderna astrología; "La fotocopiadora de la habitación perdida", en que un espectro de segunda es acomodado también entre los ya muy encantados muros universitarios mientras se espera la llegada del fantasma del dramaturgo Henrik Ibsen y "Ofrecimiento de inmortalidad", en que un profesor invitado al que todos respetan termina en el congelador.
Decir que Davies tampoco es un cualquiera no es necesario. El autor de la Triología de Deptford, por citar sólo una de las varias que publicó, demuestra a cada línea su altura como narrador. En los brillantes diálogos, en las finísimas ironías que llenan de ocurrencias estas historias, en su retrato minucioso de los personajes secundarios, en su construcción de los textos, en los nada usuales finales de las historias. Lo de menos, podría decirse, es el asunto. Davies es de ese tipo de narradores en manos del cual cualquier tema cobra otra dimensión. Por supuesto, también éste. Pero dada la naturaleza peculiar del asunto, en este caso, este libro es una verdadera celebración, a la que hay que sumar la cuidada -como de costumbre- traducción de Concha Cardeñoso y la preciosa edición. El resultado es un verdadero festín literario.

Más Robertson Davies en La Tormenta en un Vaso:

-Levadura de malicia
-A merced de la tempestad
-Lo que arraiga en el hueso
-Trilogía de Deptford


martes, febrero 25, 2014

El mundo hasta ayer, Jared Diamond

Trad. Efrén del Valle. Debate, Barcelona, 2013. 592 pp. 24,90 €

Julián Díez

En este mismo vecindario ya di cuenta de mi admiración por las otras dos obras magnas de Jared Diamond, Armas, gérmenes y acero y Colapso. Desde entonces, el prestigio de Diamond ha ido creciendo como el del divulgador de temas antropológicos más importante de la actualidad. También, lógicamente, las críticas.
Diamond cierra con este volumen lo que podría ser la trilogía básica de su obra. Por esa popularidad en aumento, libro ha sido recibido con mayores expectativas, cuando se trata del menos atractivo —dentro de su amenidad— de los tres. También el que responde de forma más directa al trabajo personal de Diamond, en particular en Nueva Guinea.
Después de explicarnos en Armas... por qué las sociedades occidentales se impusieron al resto del planeta, y analizar en Colapso cómo decayeron distintas civilizaciones a lo largo de la historia para realizar análisis sobre la nuestra, Diamond ahora examina las sociedades actuales totalmente apartadas de la globalización, que denomina "sociedades tradicionales" evitando cuidadosamente calificarlas como "primitivas", para extraer enseñanzas acerca de nuestro mundo.
El libro ha generado polémica por la forma en que elude dos tentaciones paralelas: por un lado, la de convertir a los habitantes de esas tribus apartadas de Papúa o del Amazonas en "buenos salvajes" rousseanos; por otro, la de desdeñarlas por completo y culparles de su aislamiento. Y de esa forma ha conseguido enfurecer tanto a una organización como Survival Internacional, defensora de esos grupos humanos, como a los ultraconservadores estadounidenses, que no aceptan que haya nada que aprender de esas tribus ni culpa alguna que asumir por el exterminio de otros en el pasado.
Diamond responde con las mismas herramientas que ha utilizado en el pasado: su conocimiento directo, sobre el terreno, de buena parte de los pueblos de los que escribe, y una erudición multidisciplinar que le permite asociar sus observaciones con hechos históricos, y condicionantes geográficos o ecológicos. Todo lo cual expone con su conocida claridad.
En su argumentación, bien es cierto, pueden encontrarse algunos puntos discutibles. ¿Hasta qué punto es posible extraer conclusiones sobre los pueblos anteriores a la existencia de la agricultura observando a estos grupos actuales? Por supuesto que Diamond es casi todo el tiempo muy prudente para no llevar sus extrapolaciones hasta el extremo, pero esos mismos condicionantes ambientales abren una duda.
Por otra parte, su demanda de una intervención de los estados para detener los ciclos bélicos en que viven inmersas algunas de esas sociedades también tiene un gusto ambivalente, dadas las consecuencias tanto negativas como positivas que han tenido todas las injerencias del mundo "civilizado" en el menos avanzado a lo largo de la historia. Aunque es obvio que esa visión está buscando en realidadhacer un comentario, creo yo que perfectamente argumentado, sobre la abundancia de armas en Estados Unidos, y la necesidad de limitar la posibilidad del empleo de la violencia al ámbito gubernamental.
Al lector medio, El mundo hasta ayer le dará algunos momentos de sonrisa, unos cuantos de pura fascinación aventurera y muchos de reflexión. Entre las numerosas cosas que podemos aprender de las sociedad primitivas, hay una que me parece especialmente destacable: lo que Diamond denomina la "paranoia constructiva", la preocupación por lo verdaderamente preocupante en la práctica en contraste con nuestras cosillas de cada día. Puede que lo que hace Diamond sea antropología pop, pero contiene un fondo de relevancia; y cuando casi ningún científico —bien al contrario— se quejó en su momento de la astronomía pop ofrecida por Carl Sagan en Cosmos, las protestas sobre los trabajos de Diamond no sirven sino para demostrar que está pisando callos.

lunes, febrero 24, 2014

La frontera invisible, Kilian Jornet

Now Books, Barcelona, 2013. 216 pp. 18,90 €

Santiago Pajares

«Tú sabes que yo quería morir en la montaña, ¿verdad?»

¿Qué haces cuando tienes 25 años y ya has batido todos los records con los que soñabas siendo niño? ¿Cómo se afronta la vida cuando ganar es lo usual y no lo extraordinario? Kilian Jornet lo ha conseguido todo en el mundo de las carreras de montaña. Se crió en el refugio en los Pirineos donde su padre era guía y su madre profesora de deportes de montaña. Con cinco años coronó el Aneto y con seis su primer cuatromil. Tres medallas de oro seguidas en la copa del mundo, otras tres en el Utrarunning, record de subida y bajada al Klimanjaro... Podríamos seguir días. Para hacer una comparación tenística sería como si uniésemos en el mismo cuerpo a Nadal, Federer, Djokovic, McEnroe, Lendl y Borg. No hay nadie comparable a él, y él lo sabe. Y eso es su pequeña maldición.
Cansado de las carreras, las entrevistas, las sesiones de fotos y los patrocinadores, Kilian se refugia en el Mont Blanc con su amigo e ídolo de juventud, Stéphane Brosse. Pasan los días haciendo rutas, lejos de la presión mediática, dejando el que viento azote sus rostros. Hasta que la tragedia les alcanza, la cornisa que les sostiene se rompe y Stéphane se precipita al vacío. A apenas veinte centímetros de su compañero, Kilian sólo puede observar su caída. ¿Dónde se refugia uno cuando su refugio se ha roto? Kilian se queda solo en un albergue de montaña, pensando en lo que quiere que sea su vida mientras bebe té y habla con otros alpinistas. Allí, en una de sus salidas diarias, le pilla una tormenta cuyos rayos están a punto de acabar con él, salvándose en el último momento como se ha salvado siempre, corriendo. Al día siguiente, con fiebre y dolorido, regresa a casa.
Esta es la verdad contada por el propio Kilian en el libro. Porque aunque podríamos pensar que alguien que se pasa el día corriendo acaba convirtiéndose en un animal de kilómetros, Kilian es un hombre de inclinaciones artísticas. Escribe, dibuja y sobre todo, piensa. Piensa mucho. La segunda parte del libro es una ficción de su puño y letra basada en sus experiencias en la montaña.
Kilian coincide con un compañero alpinista, Thomas. Este le embarca en la aventura que lleva planeando toda su vida, una expedición a Nepal, cerca de la frontera china. Arrastrado por su entusiasmo, no puede resistirse. Se les suma en el camino Alexander, un ruso criado en un sistema radicalmente distinto al de Kilian, un lugar donde el individuo no existe y la única victoria es la colectiva. ¿Cómo se enfrentan dos polos tan opuestos? ¿Cuál es su punto en común? La montaña, ese lugar donde todo se pliega y los hombres sólo son hombres, allí donde no sirven los títulos y los records. El propio Jornet se pregunta qué hacen allí, jugándose su vida y gastando sus ahorros. Eso no es una competición, donde por dura que sea la carrera se come y duerme caliente. Como le dice el ruso, allí se va a pasar hambre y frío, a que te duela la espalda, a sufrir penurias. Allí se va a encontrarse a uno mismo. Pero en esa vida lo más importante no es llegar a la cima, sino saber dónde parar. Saber decirse ‘hasta aquí’ y dar la vuelta sin haber coronado, volviendo a casa con la sensación del deber cumplido. Porque siempre traes algo, porque siempre te traes tú.
La frontera invisible, aunque es un libro independiente, es la continuación natural de Correr o morir, los libros de Now Books donde Kilian nos deja entrar en su universo, en su montaña particular.

viernes, febrero 21, 2014

Historia de las tierras y los lugares legendarios, Umberto Eco

Trad. María Pons Irazazábal. Lumen, Barcelona, 2013. 478 pp. 44,90 €

Fernando Ángel Moreno

Con este cuidada Historia de las tierras y los lugares legendarios, Umberto Eco nos explica los orígenes y las construcciones culturales de lugares legendarios realizadas en Occidente. Sitios como Camelot, la Atlántida, el Dorado, el reino del preste Juan y tantos otros lugares maravillosos que han inspirado novelas, películas, cuadros y otras obras de arte.
Sin embargo, esta propuesta puede tomarse de dos maneras. Cabe planteárselo como otros libros de Umberto Eco; elevado, profundo, reflexivo. Al leerlo así podrá decepcionar, porque no está aquí el autor de Tratado de semiología, Lector in fabula y Los límites de la interpretación, entre tantos otros ensayos fundamentales. Por el contrario, no hay gran diferencia con la clásica recopilación de leyendas populares explicadas como curiosidades a un lector sin demasiadas ambiciones. Seguramente esta primera lectura defraudará o, quizás, nos dé la impresión de que nos supone un precio excesivo teniendo otras ofertas similares en casetas de saldos o en grandes almacenes.
Recomiendo más una segunda aproximación: acercarse a éste como a un libro de curiosidades sobre leyendas históricas que, al contrario de lo habitual, está escrito por una eminencia como Umberto Eco. Es decir, la puntualización certera y, suponemos, con rigor de tradiciones que han dado forma a nuestro imaginario cultural.
Visto de este modo, el libro supone dos ventajas, que vienen ante todo de una doble faceta académica del autor. Se aprecian la visión semiótica y los conocimientos sobre la cultura medieval, a menudo entrecruzados los unos con la otra. Esta erudición del académico nos aporta, además de la autoridad del catedrático de la Universidad de Bolonia, numerosas referencias directas de las que suelen carecer este tipo de textos. Se trata, en efecto, de pasajes literales de muchas de las obras citadas, como ratificaciones de cuanto explica, pero también de breves textos donde se afirma tal teoría o tal descubrimiento. Por ejemplo, ilustra la construcción imaginaria del Templo de Salomón con la fuente original del Antiguo Testamento y el viaje de Ulises a Ítaca con pasajes de varios especialistas.
Sin llevarnos a la cansina referencialidad académica (pero sin ignorarla por completo), se orienta más hacia la ilustración de lo que estos lugares han significado para nuestra cultura, sin perder un tono ligero y ameno en ningún momento. Con ello, Eco nos introduce un segundo tipo de texto, el histórico, que puede también servirnos de guía de lectura para obras del pasado que no solemos tener en nuestros horizontes de expectativas.
Por otra parte, desde su visión semiótica, se abstrae de las tradiciones actuales con certeras, ácidas y sutiles críticas acerca de las transformaciones de los significados mediante la invención de significantes. Es decir, nos encontramos con leyendas a las que se les ha dado un valor religioso o cultural enorme, pero que no son más que simples historietas del pasado. Un duro ejemplo es el ataque contra el Muro de las Lamentaciones israelí, desarmado y ridiculizado por la exposición de la tradición de la que viene. Con ello, a lo largo de todo el libro, se vislumbra un ataque indirecto, aunque inmisericorde, contra las trágicas frivolidades de las religiones o de las «sentencias» de los pseudo-científicos, los ocultistas y otras especies iluminadas por la ignorancia y la fantasía. Así, nos introducimos en las estrafalarias búsquedas místicas que llevaron a cabo los nazis en pos de la Última Thule y en expediciones enloquecidas hacia el centro de la Tierra que costaron la vida a sus perturbados protagonistas.
Su visión semiótica le permite además que se perciban de un modo diferente las numerosas ilustraciones de cuadros, dibujos y grabados que recogieron estas leyendas, colaborando siempre a estas retorcidas manipulaciones. Este es el tercer tipo de discurso del libro.
El editor ha explotado esta magnífica aportación, al no permitir que quede como una mera ilustración del texto. En casi todo momento, las reproducciones artísticas, muy cuidadas, destacan tanto como las palabras de Eco, y a menudo incluso más. Con ello, el lector dispone así también de un magnífico catálogo de cuadros sobre leyendas populares e incluso cultas. Solo por ello, ya vale la pena incorporar este libro a la biblioteca personal.
Por consiguiente, aporta suficientes ventajas como para servir de libro auxiliar, de esos complementos de acceso fugaz, uno de esos libros que dudas al comprar pero que adoras que te regalen. Ahora bien, como lectura completa, sosegada, a través de la comparación de los tres tipos de discursos, introduce ese factor del que he hablado y del que suelen carecer otras obras de este tipo: la crítica cultural.

jueves, febrero 20, 2014

Dos húsares, Lev Tolstoi

Trad. Olga Korobenko. Hermida Editores, Paracuellos del Jarama, 2014. 90 pp. 12,50 €

Sara Roma

No hay nada mejor como encontrarse con una obra poco conocida y casi olvidada de algún gran autor. Ese es el mérito de Hermida Editores, pues siempre encuentra una pequeña joya literaria con la que sorprender a los lectores más exigentes. He aquí una: Dos húsares del genial Lev Tolstói, de quien hace cuatro años se cumplieron el centenario de su muerte.
Se podría decir a grandes rasgos que Dos húsares es una novela breve que cuenta una misma historia en dos épocas distintas. La primera transcurre a principios del siglo XIX; la segunda arranca en 1848, pero ambas se localizan en el mismo lugar, la ciudad de K., y están protagonizadas por idénticos personajes. El conde Turbín es un oficial de húsares que llega a la ciudad de K. dispuesto a dar rienda suelta a sus vicios y pasiones. Su comportamiento dionisiaco es impropio de una persona de su categoría; sin embargo, gracias a su atractiva personalidad sabe granjearse la admiración de muchas personas. Acude a cuantas fiestas es invitado, dispuesto a disfrutar aun a costa de contraer deudas en el juego y verse obligado a retarse por honor. A mitad de la novela es cuando se produce el salto temporal (mayo de 1848) que sirve al autor para centrar la historia en el hijo del conde, un joven gallardo de veintitrés años y oficial de la guardia real que «no tenía sombra de las inclinaciones impetuosas, apasionadas y […] libertinas» de su padre. Por aquel entonces, el regimiento de húsares de S. pasa por la región de K. para pasar solo una noche, tiempo más que suficiente para que el heredero del conde Turbín conozca a algunas personas que se relacionaron con su padre. El pasado siempre vuelve como una fantasma y, como si de una constelación familiar se tratara, el amor, el juego y la seducción vuelven...
La organización temporal de la historia sigue un orden cronológico (con un intervalo de veinte años) aunque Tolstói decide concentrar la narración y los episodios en un par de días en la vida de sus personajes. La contención de los acontecimientos que sabiamente realiza el autor, le sirve para recrearse con un elegante estilo literario en las descripciones de sus escenarios y personajes con el objetivo de obnubilar al lector con el esplendor de una época marcada por el lujo de las apariencias e invitarle a la reflexión. Al final, llega un día en que la juventud llena de esperanzas, el honor, el respeto social, los sueños de amor y de amista, desaparecen para siempre.
Robert McKee asegura que «Un maestro se reconoce porque sabe seleccionar apenas algunos momentos que, sin embargo, nos presentan una vida entera». Así es Tolstói.

miércoles, febrero 19, 2014

Solo con invitación: La vida calcada, Fernando García Maroto

Editorial Paroxismo, Barcelona, 2013. 148 pp. 5,93 €

Fernando Sánchez Calvo

Prefiero reseñar primero el nuevo libro, primero de relatos, de Fernando García Maroto, antes de enfrentarme a él en la entrevista que ustedes mismos podrán leer también en este blog. Por evitar prejuicios, más que nada.
Fernando García Maroto, matemático y profesor (ahí es nada) también es escritor. Hasta ahora había publicado tres novelas, a saber: La geografía de los días, La distancia entre dos puntos y Los apartados, muchas de ellas de temática negra, de tono pesimista y forjadas en general con el fuego y rescoldos de los nihilistas más importantes de nuestro siglo y del pasado (Onetti, Juan Rulfo, Lobo Antúnes). De todo ello (horror) podríamos deducir que Fernando García Maroto es un triste más pero, a diferencia de muchos, cuya melancolía se queda en mera pose, trasciende el dolor ya no para superarlo, sino también para comprenderlo. Chapeau por él, que afronta e intelectualiza las penas en lugar de regodearse en ellas, mal y frecuente signo en la literatura actual.
Es el caso de estos siete relatos, los cuales mezclan sufrimiento y humor (hasta ahora ingredientes-base en Fernando) con ternura, el nuevo elemento que a mi juicio suaviza y humaniza la prosa del madrileño.
El libro podría dividirse en dos partes según la temática afrontada. Por un lado, los tres primeros relatos, donde el mundo cultural y literario es el protagonista. Así, Indefensión recupera el mito de Circe para un lunático que prepara un asesinato por celos y Palabras mayores parodia el mundo de los concursos literarios desde el punto de vista de un escritor segundón que de repente se interesa por un compañero desconocido que, por dignidad, rechaza los premios cuando éstos quedan por debajo del primer puesto. El ruidito, seguramente el más borgiano y complejo de todos ellos, representa un juego literario de triple espejo donde un bibliotecario lee el testamento libresco de un tal Román Díaz, quien, a su vez, conoció a Horacio Oliveira, quién sabe si el mismo que protagonizó las páginas de Rayuela de Cortázar; el juego metaliterario (frío e intelectual en apariencia) no impide, no obstante, que se llegue a unas breves páginas donde la personificación de un ruido sirven de metáfora para toda la soledad humana que puede caber en un libro, que es mucha.
La segunda parte del compendio, o lo que es lo mismo, los cuatro relatos restantes, se antojan más mundanos, más pegados a la vida, al suelo y al infierno de la supervivencia. De este modo en La única felicidad un grupo de actores es contratado por un viejo con el fin de desahogarles en su propia cara las miserias más sonrojantes. En El blanco de los ojos, el más extenso de los relatos y quizás el mejor, el narrador rememora su relación con su hermano Pedro, quien, a partir de una experiencia dolorosa en su infancia, decidió no volver a llorar nunca más hasta el día de su muerte, firmada por el cáncer. La vida calcada nos presenta a una ama de casa de las de antes, doña Francisca, la cual, de manera inevitable, ha imitado e imitará el rol y la losa de la figura de la madre tradicional hasta límites insospechados para el lector.
El buscador infatigable (puro o impuro Cortázar) cierra de manera enigmática e híperbreve este compendio de relatos, perfectamente estructurados y pensados para que el lector más cerebral y el más sentimental se sientan igualmente atraídos por la prosa concisa, lacónica y dolorosamente sincera de Fernando García Maroto.

Fernando García Maroto: «La familia es un núcleo inabarcable de conflictos»

Hace menos de un año que se estrenó en este mismo blog con Los apartados, Premio Eutelequia de Novela. Ahora vuelve con su primer libro de relatos, La vida calcada, tras cruzar el charco para publicar con la editorial mexicana Paroxismo. Del cuento, la familia y otros nihilismos hablaremos a continuación.

Son sólo quince preguntas o flechas, no se preocupe. La vida calcada es su primer libro de cuentos. ¿Qué tal la experiencia y por qué siete?
El cuento es un terreno en el que, sin sentirme incómodo, me siento quizá un poco menos cómodo que en el de la novela, porque la exigencia del cuento es tremenda, casi más que la de la novela, y no admite distracciones ni fisuras; sin embargo, para mí es un placer enfrentarme a un cuento: cómo surge, cómo se va construyendo y cómo debe cerrarse, aunque pueda quedar abierto, que es otra forma de cierre. Por eso disfruto y espero poder seguir disfrutando escribiéndolos. En cuanto al número, ojalá pudiera argumentar algo más mágico, más imaginativo, menos prosaico que las imposiciones editoriales y decirle que tiene alguna otra justificación, pero mentiría.


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martes, febrero 18, 2014

Califas y Reyes, Roger Collins

Trad. Tomás Fernández Aúz y Beatriz Eguibar. Crítica, 2013, 503 pp. 32 €

Alberto Luque Cortina

Roger Collins (1949) es un historiador inglés especializado en la Alta Edad Media peninsular. Dentro de la colección “Historia de España” que, dirigida por John Lynch, edita Crítica, ha publicado dos obras: La España visigoda, 409-711 (2005); y La conquista árabe, 710-797 (1986).
Esta tercera, Califas y reyes, estudia el espacio cronológico comprendido entre 796 —la llegada al poder del emir omeya Al Hakam— y finales de 1031, momento en el que se oficializa la desintegración del califato instaurado por Abderramán III un siglo antes. Se trata de un periodo, si se pueden constreñir más de dos siglos de historia al espacio de dos líneas, caracterizado por la primacía en la península del poder árabe de Córdoba, primero bajo la forma de emirato independiente y después bajo el gobierno califal, y por la aparición en el norte de núcleos organizados de tradición romano-visigoda que darán lugar a los primeros condados y reinos cristianos.
Se trata de un periodo fascinante pero, por diversos motivos, muy complejo. Uno de ellos es la escasez relativa de fuentes documentales, no siempre contrastadas. Este hecho y la propia singularidad de la Edad Media hispánica, con la presencia secular de diferentes culturas en la órbita del Islam, y el vasto lapso de tiempo que comprende —diez siglos—, ha dado lugar a un buen número de mitos y tópicos: al fin y al cabo el estudio de la Historia es, además de una forma de justificar el pasado, un medio barato de legitimar el presente. La convivencia de las tres culturas, que Collins restringe a un periodo de unos cuarenta años y circunscrito a las élites de la ciudad de Córdoba, sería un buen ejemplo.
Collins, en la línea crítica y revisionista de la mayoría de medievalistas actuales, desmonta algunos de estos mitos, si bien algunas de sus conclusiones no tienen por qué ser pacíficamente aceptadas. Define Collins este periodo como un estado de guerra, interna y externa, permanente: en particular incide en la debilidad del poder omeya hasta la consolidación de Abderramán III en 929. Hasta entonces el poder omeya sería muy limitado y en algunos casos circunscrito a la ciudad de Córdoba: y esto debido a la difícil coexistencia entre los árabes y las distintas tribus bereberes, y también a la frágil estructura de poder del emirato, al que califica, prácticamente hasta la llegada de Abderramán III, de “régimen de bandidaje” (pág. 288) puesto que se sustentaba en campañas de saqueo, sin que existiera una decida intención de someter a los rebeldes locales. El propio califato omeya fue, comparado con las dinastías abasidas y fatimitas, localista y efímero: cuando Almanzor llegó al poder aún no habían pasado cincuenta años de su creación, y poco después de la muerte del visir se descompondría en numerosas taifas.
En el “lado cristiano”, Collins cuestiona, por ejemplo, el proceso de creación del reino de Asturias, más largo y complicado de lo que habitúan a describir los manuales de Historia, y pone en duda que el llamado arte mozárabe sea necesariamente un estilo importado por los cristianos de Al Andalus refugiados en las regiones fronterizas.
Siguiendo un criterio cronológico Collins intenta ofrecer una vista panorámica, preponderantemente política y en este sentido limitada, de los diferentes territorios: desde Al Andalus a los condados catalanes. Sin embargo, y a diferencia de sus dos obras anteriores publicadas en esta misma colección, el pulso narrativo es desigual: más bien se asemeja a una disertación erudita en la que el autor, apoyándose en fuentes documentales y arqueológicas, desarrolla con penetrante mirada algunos aspectos y momentos históricos que conoce muy bien, soslayando otros o refiriéndose a ellos de modo superficial a fin de ofrecer el fresco general que se presupone en una obra de estas características.
No se trata, pues, de un libro de divulgación generalista al uso. La sola lectura de Califas y reyes no facilitará al neófito una visión panorámica de la época, pero sí proporcionará al iniciado algunas claves y perspectivas diferentes, diversos motivos para la reflexión, y una interesante bibliografía.

lunes, febrero 17, 2014

Commando, the autobiography of Johnny Ramone, Edición de John Cafiero, Steve Miller y Henry Rollins

Trad. Carlos Feliu. Ediciones Malpaso, Barcelona, 2013. 176 pp. 22 € (12 € eBook)

Salvador Gutiérrez Solís

No me cabe duda de que sin los Ramones nos faltaría una pieza fundamental para completar el puzzle o mosaico de la historia reciente de la música contemporánea. Si en ellos, sin esta familia pelucona y eléctrica, tal vez un sinfín de bandas no habrían existido, o, como poco, habrían sonado de manera muy diferente a como lo han hecho. Pensemos en Smashing Pumkins, en Primitives, en Green Day o en nuestros Nikis, y así podríamos seguir enumerando bandas hasta rellenar un par de páginas.
Johnny, en su autobiografía, ejerce de lo que fue y por lo que todos los conocimos: un auténtico Ramone. Commando es su testamento literario y vital, su despedida, y como si se tratase de una canción de la propia banda, es breve pero intenso, directo, puro, sin edulcorantes ni conservantes, disparo a quemarropa, distorsión interminable, Gabba gabba hey!! Punk, de principio a fin.
Mi lectura de Commando puede entenderse como un virtual e inesperado ejercicio literario. Acababa de concluir la delirante La calle Great Jones de Don DeLillo, y si no me concentraba en lo contrario, muy difícil en determinados momentos, leyendo a Johnny creía que me encontraba ante una continuación de la novela citada, cuando no ante una milimétrica personificación de su protagonista.
Reservado, republicano –porque entendía que los demócratas pretendían ser demasiado simpáticos-, encanijado, observador, Johnny Ramone nos muestra sin ningún tipo de rubor o pudor la trastienda del rock. Las primeras noches en el legendario CBGD, los encuentros con Blondie, Warhol, Suicide, Televisión, Johnny Thunders o Lou Reed, sus visitas a Reino Unido, la admiración mutua por los Clash, el vigor del público español o italiano, la desazón que le suponía actuar en Francia, un país del que no le gustaba nada, los rincones más oscuros de los camerinos.
Más allá de la literatura, del estilo, de la técnica, el libro de Johnny Ramone es puro rock, punk total, sinceridad a flor de piel, un magnífico confesionario interior con ventana abiertas a nuestra curiosidad. La verdadera realidad de la estrella que no congenia con sus compañeros de banda, que entiende el ser un “ramone” como una inversión que le ha de procurar una cómoda jubilación. La cruda realidad de un tiempo devorado por la carretera, los decibelios y el punk.
Y con esa misma sinceridad y crudeza, Johnny Ramone analiza y califica la producción de su banda, disco a disco, y no es precisamente magnánimo o generoso en sus calificaciones; canciones maravillosas para muchos, para él no pasan de aceptables. Sinceridad, igualmente, a la hora de mostrar su propia enfermedad, que finalmente no pudo superar, con una naturalidad que te llega a escocer.
No hay que ser un “ramoniano” declarado para disfrutar Commando. En primer lugar, porque es una autobiografía –de una estrella del rock- que se distancia de buena parte de las que podamos encontrar, y que parecen seguir un mismo patrón: adicciones, turbulencias, chismes varios, -manual de instrucciones de- desintoxicaciones, nueva vida. Mérito de Johnny Ramone, que se aleja del personaje, o lo cuenta como si no fuera él, sin filtros ni censuras. En segundo, porque Commando es, desde un punto de vista formal, estético, me refiero al “objeto”, un libro deliciosamente editado, desde la portada a la contra. Cobija en su interior un espléndido álbum fotográfico de una calidad excepcional, tanto por su información como por su composición. Motivos más que suficientes para adentrarse en este Commando y descubrir las interioridades de una de las míticas bandas de la historia del rock: Ramones. Gabba gabba hey!!

viernes, febrero 14, 2014

La enferma, Elena Quiroga

Cátedra, Madrid, 2013. 332 pp. 12,30 €

Ariadna G. García

Ganó el Premio Nadal con su segunda novela, Viento del Norte (1951). A partir de ese instante, Elena Quiroga dominó la década de los 50 dando a la imprenta un título por año: La sangre (1952), Trayecto uno (1953), La otra ciudad (1953), Algo pasa en la calle (1954), La careta (1955), La enferma (1955), Plácida la joven y otras narraciones (1956) y La última corrida (1958). En los 60 publicó dos imprescindibles novelas de formación: Tristura (1960. Premio de la Crítica) y Escribo tu nombre (1965). Acabó su carrera narrativa con Presente futuro (1973). En 1984 se convirtió en la segunda mujer en ocupar un sillón de la Real Academia Española (tras Carmen Conde (1978), pese a que la institución contaba con 271 años de historia.
Y sin embargo, pese a tan copiosa trayectoria literaria, pocos de ustedes habrán leído su nombre en los libros de texto o lo habrán escuchado en las aulas de la universidad. Quiroga es un claro ejemplo de la discriminación que sufren la mayoría de las escritoras en este país. Su caso es semejante al de Ángela Figuera Aymerich en el género lírico.
Por suerte, la Biblioteca Castro editó en 2011 ocho de sus novelas recogidas en tres volúmenes, en un intento por colocar a la autora santanderina (gallega de espíritu) en el puesto que merece dentro del canon narrativo español.
Teniendo en cuenta este injusto olvido por parte de la crítica y del mundo docente, es de agradecer el riguroso análisis con que Gregorio Torres introduce a los lectores –en su reciente edición de La enferma– en el universo literario de Elena Quiroga.
Ésta representa (junto a Carmen Laforet, Miguel Delibes, Camilo José Cela, Ana María Matute o Gonzalo Torrente Ballester) la renovación novelística de mediados del siglo pasado. En sus textos se aprecia la influencia de Faulkner y de Joyce. Sus obras se caracterizan por el análisis pormenorizado de la psicología humana, por el tratamiento de temas sociales, por su contenido existencial, por la polifonía y el perspectivismo ideológico, por su crítica a la educación sentimental de las mujeres bajo la dictadura franquista, por su acercamiento al mundo rural mítico gallego, por la incorporación a sus obras de personajes femeninos de fuerte personalidad que luchan por el reconocimiento de sus derechos civiles y sociales.
La enferma es una novela en donde no sólo se traslucen todos esos rasgos, sino que incluso se distingue una sutil y delicada huella del lirismo dramático de Federico García Lorca.
El libro tiene dos partes. En la primera, una mujer emprende un viaje al pueblo donde su marido posee una tierra provista de playa. Se trata del pequeño paraíso que disfrutó su esposo de soltero, ajeno a las obligaciones de la vida adulta, feliz y en libertad. El pueblo se encuentra en la ría de Arosa, en Pontevedra. Poco a poco el ambiente la transforma. Así, el trayecto en barcaza le revela la belleza de la intemperie, a la que estaba ciega en la ciudad: «He tenido que venir hasta aquí para descubrir las estrellas y el frío y la humedad, aunque ya estaban antes que yo, y era yo la que andaba con prisas para guarecerse en el ascensor de casa» (p. 142). Las gentes del humilde pueblo pesquero «viven mirando al mar. Lo que sucede en sus vidas o no sucede o ni se enteran» (p.139). Durante su estancia en la ría realiza un ejercicio de introspección. Allí aprende a conocerse y a identificar la existencia a la que ha renunciado por su condición femenina y por su matrimonio. Mientras tanto, irá conociendo la intimidad de sus nuevos vecinos, tendrá acceso a sus frustraciones, a sus desvelos y a sus envidias. Entre estos personajes, destacan Alida y su marido Dámaso (con quienes se hospeda), Lucía (sobrina de ambos), el cura (un hombre liberal y trabajador –posee casa y huerta y no busca la limosna de nadie–, un religioso «que daba la cara por el pueblo pensaras lo que pensaras» p. 174), Liberata (una bellísima mujer enferma de amor, en cama desde la adolescencia, quien «tuvo su vida entre sus manos y la destrozó» p. 192) y Telmo (del que oye relatos, pues murió; un apuesto poeta, antiguo novio de Liberata).
En la segunda parte, los personajes presentados asumen la palabra y se convierten en para-narradores de la historia. Todos se dirigen a la misma interlocutora pasiva, la protagonista del texto, con el fin de confesarle su opinión sobre la enferma. Ésta, pues, se convierte en el personaje nuclear, que se va construyendo ante el lector por la suma de tantos testimonios. Esta focalización selectiva múltiple dota a la novela de riqueza discursiva, libera a los lectores de prejuicios, recupera el pasado, y saca de los distintos personajes –a través del monólogo interior– su verdadera personalidad. Sus miradas oscilan entre la idealización o el vituperio de Liberata y Telmo. Cada cual defiende una imagen. Este discurso coral convoca la memoria de quienes los amaron y odiaron, así como visibiliza las consecuencias individuales y sociales de su truncada relación amorosa.
La enferma es una de las mejores novelas españolas del siglo XX. Una delicia. Que nadie se la pierda.

jueves, febrero 13, 2014

La mala luz, Carlos Castán

Destino, Barcelona, 2013. 227 pp. 16,90 €

Nere Basabe

No hay en mis estanterías libros más subrayados que los de Carlos Castán. Sólo de lo perdido o Museo de la soledad nos confirmaron a Castán como uno de los mejores cuentistas de nuestro país, de esos por cuyos textos uno desarrolla verdadero apego, y nos situaron en la curiosidad impaciente ante su “estreno”, pasada la cincuentena, en el género de la novela.
Sólo había una certeza: volver a disfrutar de su prosa. Castán es maestro de la frase redonda que lees y relees en voz alta, que paladeas, que se queda contigo por su música. La oscuridad, la tristeza, el desaliento y la amargura de lo que se cuenta (porque de eso va La mala luz, del «esfuerzo que, de un tiempo a esta parte, me costaba estar vivo», p. 81) queda eclipsado por la belleza de cómo se cuenta, especialmente en lo que parece ser la constante que atraviesa su narrativa, la obsesión por el paso del tiempo y lo que quedó atrás: «como si en realidad pudiésemos ser algo más que lo que queda, siempre lo que queda, lo poco que queda, lo casi nada que queda después de haber recorrido los miles de caminos, después de haber amado, después de haber vivido entre paredes y espadas, acorralados contra el cielo y contra las piedras» (p. 88). Carlos Castán se atreve, desde luego, a remar contracorriente y contra el manido precepto de la prosa contenida, en largas oraciones que se desbordan de la página, incidiendo una y otra vez en la herida y arañando con ello la superficie epidérmica del lector. Porque apela a lo más íntimo de cada cual, tiene la capacidad virtuosa de conectar, a través de reflexiones poéticas e imágenes poderosas, con lo más hondo de nosotros mismos: «recuerdo el miedo que yo era» (p. 23); «lo verdaderamente terrible son los años perdidos por venir» (p. 40).
Posee La mala luz algunos pasajes, pequeñas historias dentro de la historia que son haces de luz, como la del minero chileno que se le aparece en sueños, la vida imaginada con la dependienta oriental de un bazar chino, el triángulo amoroso de Duras o los recuerdos de la madre sobre su amiga de juventud Gisia Paradís; su técnica brilla especialmente en el capítulo en el que, mientras habla con Nadia por teléfono, ve en el televisor un documental sobre la Segunda Guerra Mundial, superponiendo ambos planos: «Quiero verte, Nadia, quiero verte, ahora que los divisionarios españoles se preparan para cruzar el Oder y Stalin grita desde lo alto de un balcón (…) Ven porque Berlín es ahora mismo una enorme extensión de ruinas humeantes…» (pp. 171-173). Porque La mala luz es también, en medio del paisaje devastado, una novela de amor, aunque sea entendido como «una especie de desconcierto compartido» (p. 193), una tragedia, una imposibilidad: «por fuerte que la abrace, es un montón de nada lo que retengo, lo que temo perder, lo que me mata» (p. 89). No es sin embargo el contenido romántico lo que, personalmente, más me ha interesado, tal vez porque esas semblanzas de mujer fatal despiertan mis recelos; tengo la sensación de que, cuando Carlos Castán se asoma o roza el cliché de la otra sentimentalidad (los bares con humo, las habitaciones de hotel con las sábanas revueltas), pierde algo de lo que le es más propio. Emoción que sí me alcanza de lleno, en cambio, en las visitas al geriátrico donde está la madre o, el que es mi favorito, el capítulo “El niño de las palomas”, donde el protagonista se enfrenta a una foto de sí mismo en la infancia: «Dentro de una caja de cartón encuentro una foto en blanco y negro en la que camino feliz abriéndome paso entre las palomas de una plaza (...) Debo de tener unos cuatro o cinco años (...) la palabra 'yo' se me desdibuja por momentos, creo que no la entiendo. (...) Niño, perdóname por todo el daño que te he infringido, por lo que he acabado haciendo con tu vida. (...) Necesito hoy decirte (...) que me gusta que seas mi pasado y que estoy orgulloso de tus diplomas del colegio y de las cosas que dibujabas con cuatro pinturas (...) quiero que sepas que duele de puro frío el lugar de mis entrañas donde dormías abrazado a tu camión de plástico, con tu elefante de juguete, tu pijama heredado, tus ganas de conocerme tal como creías que yo iba a ser y al final no supe. (...) afortunadamente un niño no puede recordar lo que será. Por eso juegan y ríen, los niños, por eso no se tiran por los barrancos» (pp. 135-139).
Es otro tópico, de la crítica esta vez, dividir el comentario en forma y contenido. Cuál fue mi sorpresa, cuando ya llevaba leído casi la mitad del libro, al echar un vistazo a la sinopsis de la contraportada y encontrarme de que allí se hablaba de una novela que no parecía ser la que yo estaba leyendo. Para que este libro fuera el “vertiginoso thriller” que promete la contraportada habría necesitado de otros ingredientes. No es la historia del amigo Jacobo la que se narra aquí (es de hecho el personaje más débilmente trazado, porque la novela, de tan intimista, cae a ratos en el ensimismamiento), ni la de su asesinato ni la posterior investigación (me quedo con el momento del interrogatorio policial en el que, para explicar quién era el difunto, el protagonista sólo explica que «Samuel Beckett le gustaba mucho», p. 96, o las maledicencias en el velatorio, «dicen que ni plancha tenía», p. 111), ni el romance con Nadia; esa trama negra parece de hecho estorbar a ratos, no avanza, y se resuelve de manera precipitada en el último capítulo: la tensión no se logra con técnicas argumentales, sino con la cadencia de la prosa. Porque sí hay una indagación en este libro, no la del homicidio sino la que emprende el protagonista, en primera persona y que carece hasta de nombre, acerca de sí mismo; ahí reside la importancia de esos “investigadores” sin rostro, leitmotiv de la novela, casi un estribillo, pero que no son sino alegoría: «Vendrán un día los investigadores y averiguarán lo que yo nunca supe, las razones escondidas de mis miedos, la raíz de las tormentas, los motivos de la noche (…); pondrán patas arriba lo sagrado, lo delicado, lo medio roto, todo lo que se sostenía de puro milagro. Vendrán un día los investigadores y sabrán a quién amé» (p. 133).
Novela tremendamente literaria, trufada de versos de Celan, Kavafis, Vallejo, de libros de Bataille o Marguerite Duras, de fotos de escritoras suicidas o canciones de Moustaki y Johnny Cash, de París y Malasaña, La mala luz es todo un canto de amor a la literatura que sabe (invirtiendo el título de su anterior libro, Polvo en el neón) extraer luz de entre los escombros, hacerse cargo del zarpazo de lo bello y la ternura, y finalmente atreverse a abrazar «casi sin cautelas» (p. 204).

miércoles, febrero 12, 2014

Liquidación final, Petros Márkaris

Trad. Ersi Marina Samará Spiliotopulu. Tusquets, Barcelona, 2013. 344 pp. 8,95 €

Fernando Sánchez Calvo

El lunes 9 de diciembre del ya extinguido año comencé una historia por el final, es decir, reseñé Pan, educación y libertad, el último título con el que el escritor más “social” de la novela negra cerraba su Trilogía de la Crisis. Le toca el turno ahora a la segunda entrega, Liquidación final, donde el comisario Kostas Jaritos, en busca de pleno ascenso, se ve enfrentado a un peculiar asesino que, dificultades criminológicas aparte, incorpora la novedad de que además cae bien a la población griega, por lo menos a los parias.
¿Cómo es esto? Sencillo. Mientras los helenos más ricos, aquellos que hundieron el país, luchan por evadir impuestos y de esta manera sostener la precaria situación de la nación, una suerte de Robin Hood moderno, por supuesto anónimo, decide por iniciativa propia amenazar a los grandes defraudadores fiscales con la muerte si no saldan cuentas con Hacienda, o lo que es lo mismo, con el Estado, o en última instancia, con el pueblo griego. Dicho justiciero se hace llamar el “Recaudador Nacional”. Aunque parezca mentira, y habría que comparar qué ocurriría si esta tesitura tuviese su espejo en la vida real, los evasores, estafadores, defraudadores (ladrones) prefieren no pagar. Como era de esperar, el Recaudador Nacional es coherente y, sobre todo, cumple lo que promete: todas sus víctimas acaban atravesados por una flecha cuya punta va impregnada de la clásica cicuta que en su día se nos llevó a Sócrates.
Jaritos se enfrenta por lo tanto a un doble problema: primero, ¿quién es ese hombre que aplica la justicia milenaria por su cuenta y a diestro y siniestro?; segundo, ¿cómo detener a un asesino que se ha convertido en héroe, esperanza y solución de los problemas económicos que han llevado a Grecia a la ruina y que hasta ahora el Estado no ha sabido resolver?
En medio de esto, también los problemas del Jaritos padre de familia que sufre por su inteligente y desaprovechada hija, el Jaritos funcionario que ve una vez más recortado su sueldo, el Jaritos ciudadano que maldice y sufre protestas, enfrentamientos, suicidios y, en definitiva, el infierno en el que se ha convertido la cuna de la democracia.
Aquí lo dejo. Por su cuenta queda ya leer Con el agua al cuello y así cerrar este viaje a la semilla. Sólo una recomendación más: si pueden lean la Trilogía en la Colección Andanzas (mejor letra, mejor papel) y no en la edición de bolsillo que la editorial envió a un servidor como premio y hueso por acercarse y publicitar a Petros Márkaris.

martes, febrero 11, 2014

El último viaje de Omphalos, Willy Uribe

Los libros del Lince, Barcelona, 2013. 208 pp. 18,90 €

Daniel López García

El último viaje del Omphalos es la historia de un hombre común, Jaime Torres, enfrentado a su destino y al de los hombres que le rodean. El último libro de Willy Uribe publicado por Los libros del lince narra la aventura de un grupo de cuatro marineros españoles atrapados en un buque mercante varado frente a un archipiélago de las islas de Cabo Verde al principio de los años ochenta. Jaime Torres, personaje central y sobre el que pivota toda la acción, jefe de máquinas y operario que quedará al mando del barco, se enfrentará a la tarea de buscar una salida para él y el resto de sus compañeros, y escapar con vida de esa situación, siendo abandonados por el Gobierno de España y extorsionados por las autoridades portuarias de las islas. De la estrategia que desarrolle dependerá el éxito de su operación, basada en su profundo conocimiento del carácter humano y en la firmeza de sus principios éticos y morales que se deben al cumplimiento de su papel dentro de la embarcación para con él y sus semejantes. Y ahí es donde radicará su tragedia.
Uribe construye una historia donde emerge el espíritu de la épica clásica presente en las grandes obras de la literatura: un hombre que lucha en una palestra con todo lo que posee y con todo lo que pierde para siempre morir. De esta forma, la historia que presenta no se muestra como una simple cadena de sucesos, sino como una concatenación de acontecimientos que derivan de las acciones de Jaime Torres en relación a lo que espera y piensa de los que le rodean. Bajo esta estructura subyace el elemento trágico que en El último viaje del Omphalos se manifiesta en la incapacidad de Jaime Torres para reconocer lo correcto y alcanzar una orientación segura en relación a su contexto. El personaje de Torres que tuvo la posibilidad de salir del barco junto a otros marineros extranjeros que sí fueron auspiciados por sus gobiernos, decide mantenerse hasta el final con sus compatriotas movido por el impulso moral del deber y la obligación. No obstante, su fracaso no será su defecto moral, el no haber estado a la altura de las circunstancias y anteponer sus intereses personales a los colectivos («El puto deber acabará contigo y con todo aquel que se arrime a ti» pp. 133 —le reprenderá uno de los personajes—). Su tragedia se fragua en pasar por alto los límites de la naturaleza humana que se manifiestan en la falta de confianza de sus compañeros y en la consecuente deriva que estos toman movidos por el miedo y su falta de fortaleza («Aquellos hombres habían sido sometidos por un poder que muy pocas criaturas de este condenado planeta logran eludir: el miedo al hombre» pp. 21) que acabaran traicionándolo.
En cuanto a la forma, El último viaje del Omphalos está construido fundamentalmente por el diálogo en dos espacios concretos: el buque y la isla. De esta forma, la estructura de la novela vislumbra una pieza teatral debido al conflicto constante en el que se encuentran los personajes, expresado a través del diálogo, que sirve como motor de la acción; y la concreción en dos espacios de enorme valor simbólico que definen la angustia y la desesperanza de los mismos: un barco expoliado y la garita portuaria en una isla de un archipiélago africano. Estos elementos permiten a Uribe no solo contraponer las diferentes visiones de los personajes y la adversidad en la que se encuentran, sino que además logra profundizar en la psicología de estos a través de la confrontación dialéctica y el espacio. El diálogo sigue dominando incluso en las digresiones del narrador, cuya voz es Jaime Torres, que de forma referida toma la palabra del resto de personajes. Uribe, de esta forma, establece un mosaico de voces, siempre en una relación de conflicto, por las que el lector accede a las profundidades de lo humano en la medida en que el personaje central va descubriendo las bajezas de los que le rodean («Le llamé amigo porque necesitábamos esos pequeños gestos de vez en cuando (…) el lubricante necesario para que todo rodara como debía hasta que llegara el momento de escapar de allí» pp. 81) y la ausencia de moralidad que desembocará en la trágica resolución de su propio fin («La mente humana puede llegar a ordenar acciones sorprendentes cuando la razón abandona los mandos» pp. 105).
Willy Uribe construye una historia alrededor de un héroe trágico cuyas decisiones acaban por arrastrarlo a través de una serie de sucesos llenos de sufrimientos. Al igual que el Omphalos es empujado a la deriva mar adentro por el vasto y ajeno océano, Jaime Torres acabará siendo arrollado por la mezquindad del ser humano y la dificultad de sobreponerse a sus intereses particulares. El último viaje del Omphalos viene a plantear la esencia trágica de nuestra existencia que estriba en que no son nuestras decisiones o faltas las que arrasan y condicionan el destino de los hombres, sino la miseria ineludible que habita en cualquiera de nosotros ante una situación adversa.

lunes, febrero 10, 2014

Papel estrujado, Nadar

Astiberri, Bilbao, 2013. 400 pp. 19€

Jaime Valero

«¿Sabes qué? A veces me siento como si todo el mundo hiciera conmigo lo que le viniera en gana... Como si fuera un puto papel estrujado.» Javi, uno de los dos protagonistas de este cómic, nos cuenta con estas palabras en qué punto vital se encuentra. Y parece decidido a cambiar las tornas, aunque ya sabemos que el mundo no ve con buenos ojos que tratemos de volcarnos en su contra. Javi tiene 16 años y finge ante su madre que todavía sigue asistiendo al instituto, pero en realidad se saca un dinerillo ejerciendo como matón para algunos de sus antiguos compañeros. ¿Que hay que darle un escarmiento a alguien o recuperar un objeto que te han robado? Javi es tu hombre, siempre que puedas pagar su precio. En el otro extremo de la balanza encontramos a un cuarentón llamado Jorge que acaba de llegar a la ciudad, y allí alquila una habitación en una pensión y encuentra trabajo en una nave de carpintería industrial. Taciturno e introvertido, se convierte de inmediato en un enigma andante para el lector, que atisba en él los efectos de un pasado traumático que el autor nos va revelando progresivamente, en base a una estructura narrativa bien ensamblada que discurre a caballo entre el presente y el pasado.
Papel estrujado es la primera obra larga de Nadar, un joven autor nacido en Castellón de la Plana que, pese a no haber cumplido aún la treintena, demuestra con este cómic una inusitada madurez. Primero, por la refinada sensibilidad que muestra al contarnos la historia de estos dos personajes y de los secundarios que de una u otra forma toman parte en sus vidas. Conseguir tal grado de introspección y de complejidad emocional en ellos, al tiempo que se mantiene el carácter eminentemente visual y expresivo del cómic, no es tarea fácil en absoluto. A ello hay que sumar el sorprendente dominio que tiene Nadar de la narrativa secuencial, al manejar con maestría el ritmo, los silencios, la transición de los saltos temporales y la elección de los planos y encuadres en cada viñeta. Un dominio que muchos autores solo alcanzan tras años dedicados a la profesión, y que en el caso de Nadar es la prueba de que estamos ante un autor al que merecerá la pena seguir en los próximos años. También resulta destacable el encanto con el que recrea las situaciones más cotidianas de la vida de sus personajes, ya sea con la secuencia en la que la madre de Javi se prepara unas palomitas al microondas o cuando Jorge toma su primer contacto con la habitación que acaba de alquilar a su llegada a la ciudad. Pequeños instantes que el autor retrata con mimo y con detalle, que ayudan a enriquecer el trasfondo de la historia.
Este desarrollo lento e introspectivo no impide que la trama vaya creciendo en intensidad hasta el clímax final, que dejará poso en nuestras mentes cuando todas las piezas del puzzle terminen por encajar. Papel estrujado es una lectura emotiva, profunda, agridulce, que se ha ganado un puesto de honor entre los mejores cómics publicados en 2013.

viernes, febrero 07, 2014

Por qué escribo, Félix Romeo

Xordica Editorial, Zaragoza, 2013. 330 pp. 21,95 €

Amadeo Cobas

Una compilación de artículos es siempre un boceto biográfico, una radiografía de su autor. Aquí verterá opiniones y dará a conocer su punto de vista respecto de los diversos temas sobre los que tratarán sus columnas. Y si es del caso de existir conexiones y por ende reiteraciones en la sucesión de artículos, ello vendrá a convertir esas opiniones en posicionamientos rotundos que mostrarán cómo es el escritor. Si en una novela se cuelan, colamos, dejamos colar, llámenlo como quieran, esquirlas de nuestro pasado, ¿qué no ha de aparecer cuando una opinión se recaba? Lo que aquí: una vida entera.
Porque entre estas páginas Félix Romeo se descarna, se muestra impúdico como siempre lo es, sus opiniones expuestas al sol y prestas para ser refrendadas con razonamientos lógicos, obvios, personalísimos o cualesquiera otros que vinieran al rescate. Asoman esas filias suyas, como los hoteles, Lisboa, Perec, los viajes y sus vivencias en ellos…y (no entro a mentarlo más que en este breve apunte) su ardor, la pasión con la que ama libros y librerías, ora nuevos/as ora vetustas/os. O sus pesadillas, sobremanera el año y medio de vida que “perdió” mientras era recluso en la cárcel de Torrero, en su bien amada Zaragoza. Él, un insumiso frente a toda imposición, ni aún la encarnada por fusiles, militares, fundamentalismos, cegueras y cerebros huecos, valga la redundancia. Él compartiendo celda con presos comunes que encima lo motejaban de gilipollas al no entender su protesta muda. Muda, sí, por mucho que la prensa acudiese a acompañarlo el día de su ingreso en prisión: bonito gesto, sí, aunque el único que sufrirá el encierro va a ser él…
Y es que su opinión puede llegar a ser molesta, muy molesta. Nunca se esconde: «Somos basura si disfrutamos de la democracia y defendemos dictaduras, por muchos vínculos económicos que tengamos con ellas». Su cultura libresca, cimentada en los millares de libros que devora, y no sólo, porque literatura es todo para él, tebeos incluidos, le lleva a articular sobre sus viajes («Me gustan los hoteles. Cada hotel es distinto. Los hoteles están cuando tu vida está en otro lado»), algún concepto nuevo de la amistad («El amor a la aragonesa, que se caracteriza por demostrar lo menos posible que uno quiere al otro») o la coherencia y la revolución y la nostalgia y el amor y la universalidad y la tierra propia y ese contagioso gusto suyo por el polisíndeton…
Una aclaración: si he hablado en tiempo presente de Félix Romeo y algún purista tuerce el bigote, que me disculpe. Empero, aunque un maldito día de octubre de 2011 se le escapó la vida, postulo que un creador como él no desaparece jamás. Su legado está siempre al alcance. Cada vez que un lector se asome a sus escritos y a sus libros, este cuerpo reposará inerte, cierto, pero el alma vagará por los mercadillos y librerías de viejo del mundo entero «abriendo huecos para dejar pasar el aire que me limpia». Así, la chispa que irradia de cada mensaje brotado de su mente pervivirá. Un tintero lleno de valentía se ha quedado huérfano. Tanto como esas pilas de libros de su propiedad, que seguirán comprobando la carga que es capaz de soportar el suelo de las distintas viviendas en las que moró…
Leer este manual, este catálogo regala motivos para seguir leyendo. Por si alguien los necesita, claro…

jueves, febrero 06, 2014

Doctor Sueño, Stephen King

Trad. José Óscar Hernández Sendín. Plaza y Janés, Barcelona, 2013. 601 pp. 24,90 €

María Dolores García Pastor

El Resplandor (1977) es uno de los libros más conocidos de Stephen King desde que debutara con Carrie (1973). Considerado como una de sus mejores obras, tanto por la crítica como por los lectores, se trata de todo un clásico del género de terror que ha quedado impreso en el imaginario colectivo gracias en gran parte a la película del mismo título que basándose en él dirigió Stanley Kubrick en el año 1980. Muchos lectores estaban deseosos de saber qué había sido de Danny y Wendy Torrance y de Dick Halloran, los sufridos supervivientes del terrorífico hotel Overlook. Hasta el propio King confiesa que había seguido pensando en ellos. Tanto es así que treinta y seis años después de El Resplandor aparece Doctor Sueño, la muy esperada secuela.
Hacer segundas partes suele ser complicado porque siempre se tiende a la comparación más con una obra que casi desde su publicación se convirtió en un referente del género. Sin embargo, podemos decir que el autor supera el reto más que dignamente aunque no puede superar al primer título. Los fans del escritor no se sentirán en absoluto defraudados y quienes se acerquen por primera vez a él, disfrutarán sin necesidad de haber leído El Resplandor, aunque seguramente se quedarán con ganas de leerlo.
Doctor Sueño arranca en el punto en el que acabó su predecesora. A partir de ahí seguimos la evolución de Danny Torrance hasta convertirse en Dan, un adulto preso de sus demonios que cae en la bebida como parte de su herencia paterna y también para exorcizarlos. Mientras descubrimos qué fue de él desde que salió del hotel maldito o conocemos el paradero de su madre Wendy y el del cocinero del Overlook, el señor Halloran, empezamos a conocer también a los miembros del Nudo Verdadero. Al principio sólo sabemos que se trata de un grupo de gente que viaja en caravanas a través de todo el territorio estadounidense. Pronto sabremos más sobre sus peculiaridades, su forma de vida y sus apetitos. Y también iremos conociendo a la pequeña Abra Stone. Si al principio estas tres historias parecen inconexas gracias a la pericia narrativa de King iremos siguiendo la trama y entrando en ella hasta quedar atrapados.
Siguiendo el modus operandi que relata en su obra Mientras escribo (On Writing: A Memoir of the Craft), King planta la semilla de la historia y va dejando que crezca. A medida que conocemos más a los miembros del Nudo Verdadero vemos cómo Abra se hace mayor y vivimos de cerca los problemas de Dan con el alcohol hasta que se establece en un pueblo, encuentra un empleo y decide acudir a las reuniones de Alcohólicos Anónimos. Surgen otros personajes como Concetta, la abuela de Abra, sus padres, su médico de cabecera, Rose la chistera... Incluso regresa Tony, el amigo imaginario de infancia de Dan o la señora Massey, la ocupante de la habitación 217, que ya conocen los lectores de El Resplandor.
Pero pese a estar a la altura este no es ni mucho menos uno de los mejores libros del autor. No se esperen mucho miedo sus incondicionales, suspense que va in crescendo sí, pero el miedo moderado, concentrándose sobre todo al principio y al final. King vuelve a utilizar el tandem niño-adulto que ya usó en El Resplandor, pero mientras que en este el adulto quería acabar con el niño en su nueva obra forman equipo y el resultado no es el mismo, no funciona tan bien. Tal vez porque Abra no tiene ni de lejos el carisma del pequeño Danny al que aun recordamos paseando en su triciclo por los siniestros pasillos del Overlook. También es cierto que el lector se queda con ganas de saber más sobre Wendy y Halloran.
Pero con todo y con eso el libro convence. La eterna lucha del bien contra el mal es un valor seguro si se sabe manejar con la pericia que lo hace Stephen King. El autor parece haberse moderado un poco si nos remitimos a sus comienzos y a la dureza de sus tramas en los años 80 y 90. En este sentido algunos críticos apuntan a ese fenómeno que suele aquejar a muchos escritores en el otoño de sus vidas y que en el caso de King le hace buscar finales positivos en los que prevalece una lectura esperanzadora. Su estilo ágil, directo y sencillo, el uso de recursos propios de la narrativa policial, sus potentes personajes, que bien podrían ser el vecino de al lado, o el hecho de que el tiempo de la novela coincida con el del autor, son algunos de los ingredientes que hacen que sus libros funcionen tan bien. Los dos últimos, además, redundan en la verosimilitud de sus historias. Lector confeso de Lovecraft y Poe, cuya influencia se deja ver de tanto en tanto en su obra, King es un verdadero maestro a la hora de ambientar los terrores más espantosos en las situaciones más cotidianas.

miércoles, febrero 05, 2014

Víbora, Andrzej Sapkowski

Trad. José María Faraldo. Artifex, Madrid, 2013. 212 pp. 19,95 €

Julián Díez

Que, al margen de George R.R. Martin, los dos autores vivos de fantasía heroíca con mayor predicamento en España sean un parodiador como Terry Pratchett y un heterodoxo como Andrzej Sapkowski es algo que habla bastante bien del género. Más allá de convencionalismos y del desinterés del establishment cultural que sí va concediendo galones a alguno de sus pares, Sapkowski se ha ganado poco a poco un prestigio que le ha llevado a ser uno de los escritores más populares de Polonia e ir saliendo fuera con creciente éxito gracias al boca a boca, en un fenómeno lento pero seguro similar al que lanzó a su paisano el ahora muy indiscutible Stanislaw Lem (con cuyo recuerdo Sapkowski mantiene una relación bastante contradictoria. O, por precisar, valora la obra pero duda del personaje: bastante comprensible una vez se sabe de la personalidad de ambos).
Víbora es la primera obra "individual" en formato novela que conocemos en España de Sapkowski, una vez cerrada —por el momento— su serie del brujo albino Geralt de Rivia y mediada la publicación de la trilogía de fantasía histórica centrada en las guerras husitas. Por su extensión, muy inferior a la de las obras multivolumen citadas, y por su temática, más próxima en el tiempo y en la preocupación de los lectores casuales, Víbora puede servir de excelente presentación de su trabajo para los lectores que aún no le conozcan. Porque en esta novela están todas las cualidades de Sapkowski condensadas, y salpimentadas con nuevos ingredientes.
El escenario es en esta ocasión la guerra de Afganistán afrontada por los soviéticos en los años ochenta, y Sapkowski sabe conquistar de inmediato al lector con la frescura de sus diálogos y su conocimiento del medio —en el que al parecer tuvo la ocasión de trabajar algún tiempo en aquella época—. Casi desde la primera página estamos dentro del desastroso Ejército Rojo, una inmersión a la que contribuye no poco la labor una vez más brillante del traductor habitual de Sapkowski, José María Faraldo. En sus decisionesel traductor alterna la opción por los coloquialismos con el respeto a la jerga original de los soldados soviéticos, consiguiendo un resultado global de una verosimilitud y frescura modélicas.
Pavel Levart, el protagonista, es un relativo veterano de la guerra al que conoceremos en una emboscada de los afganos, un arranque brutal en el que obviamente Sapkowski ha querido ofrecer una versión aún más dura y sucia de los combates con que se abren Salvad al soldado Ryan o Enemigo a las puertas. No hay aquí sin embargo movimientos de masas, sino una detallada coreografía a pequeña escala, un despliegue de pequeños horrores individuales sin sentido que rebrotarán a lo largo del libro.
Levart y uno de sus colegas supervivientes es destinado a un puesto de avanzada donde irán introduciéndose los elementos fantásticos: tanto por la singular condición del protagonista como por el hallazgo de una víbora que parece representar todo el componente telúrico de esa tierra vientre de Eurasia, pobre en superficie y rica en subsuelo, que lleva causando problemas a quienes quieren conquistarla desde los tiempos de Alejandro Magno hasta hoy.
El entralazamiento de todos esos conflictos con la trama fantástica es uno de los puntos fuertes del libro, aunque una vez más Sapkowski consigue brillar con sus propias herramientas puramente estilísticas: el humo socarrón, el desencantado cinismo no motivado por postureo sino fruto de una experiencia vital, la vivacidad en el relato y el uso escaso, pero contundente cuando se requieren, de artificios. El volumen se cierra con un amplio extracto de un libro de entrevistas de Stanislaw Beres con el autor. No puedo evitar citar una de sus respuestas, cuando Beres le comenta si no le irritan determinados elementos de la situación política: «Lo que a mí me irrita es esta pregunta tuya, que tiene en su contenido su contestación y en la forma por no tener ni tiene —ni siquiera pro forma— una señal de interrogación». Quien entreviste a Sapkowski no puede esperar convencionalismos, justo lo que elude dar a sus lectores en cualquiera de sus páginas.

martes, febrero 04, 2014

El luthier de Delft, Ramón Antrés

Acantilado, Barcelona, 2013. 336 pp. 30 €

Luis Manuel Ruiz

No existe objeto en el universo que de algún modo no contenga a todos los otros, y tanto más si se trata de un libro. Pero aunque todo libro se pueda leer como un atlas, esto es, una cartografía virtual del mundo completo que comienza más allá de las guardas, con sus selvas, y sus torres, y sus cuartos escondidos, y sus esferas y sus ángeles, hay algunos que se complacen en ser más cosmopolitas que otros. Los miembros de esta clase, los libros de mundo, son aquellos que, lejos de agotarse en ellos mismos, proponen a cada página una miríada de lecturas alternativas: otros libros distintos a los que asomarse, o ciudades que visitar, músicas a las que prestar el oído. Se trata de libros con un gusto por la digresión y por perderse en derroteros que les hacen amar cualquier cosa, detenerse con idéntico cariño y curiosidad ante la catedral y el cubo de la basura, el catedrático y el limpiabotas; libros múltiples, espejos de otros libros; centones que no se dejan atrapar por definiciones exactas y que abarcan todos los géneros y los desmienten en su anarquía: las Noches Áticas de Aulo Gelio, la Historia Natural de Plinio, la Commedia de Dante, los Essais de Montaigne, los volúmenes de Browne y Burton (Robert y Richard), la Silva de Varia Lección, del sevillano Pero Mexía, y el etcétera es demasiado largo para añadir una coma más.
Las obras de Ramón Andrés pertenecen todas a tan venerable tradición. Aunque su interés primario sea la música (no en vano nuestro prócer Muñoz Molina lo ha calificado de “Richard Taruskin español”), el material de que se nutren no se circunscribe ni mucho menos al pentagrama y sus alrededores: cuenta así en su haber con la inclasificable No sufrir compañía (2010), una antología de escritos místicos sobre el silencio, o esa Historia del suicidio en Occidente (2003) que explora ciertos recovecos de la heroicidad y el pesimismo y que salta, no sé si alegremente, de la historia de las religiones al arte poética y a la imagen, a veces distorsionada, que el hombre occidental se hace de sí mismo. Varias constantes se repiten en estos títulos de Andrés, y todos los otros (sus impecables monografías sobre Bach y Mozart, sus enciclopedias de instrumentos secretos y de conjuros mágicos, sus ediciones críticas de clásicos que se extraviaron): la erudición, entendida como un acopio infatigable de citas, de nombres, de obras que nos hacen comprender que el universo es aún más inmenso de lo que prometen los catálogos; la elegancia, un mérito mozartiano que podría sintetizarse en la elección de los temas y en su correcto desarrollo hacia un final acorde, sin estridencias, sin salidas de tono; las digresiones, las benditas digresiones y la modulación de los argumentos hacia tónicas más altas o más bajas que dota al conjunto de esa variedad en la que está el gusto; un idioma cuidado y terso, salpimentado con arcaísmos y expresiones de un extraño rigor. Todas esas virtudes, y alguna más de nuevo cuño, se hallan en su último producto, El luthier de Delft.
En este caso, el punto de partida es pictórico. En la National Gallery de Londres se conserva un paisaje del artista neerlandés Carel Fabritius titulado Vista de Delft: una composición en forma de panóptico, de perspectiva alterada, que resume en un solo punto de vista la Market velt, o plaza del mercado, de un modo que recuerda a nuestras modernísimas fotografías bastardas de 360 grados. En el rincón derecho del cuadro, se alinea un rebaño de pacíficas casas holandesas; en el opuesto, tras una celosía, un luthier con la mano colocada bajo el mentón ofrece sus productos, laúdes, violas, tiorbas, al cliente que tenga a bien detenerse ante su tienda. Esta escena es el átomo que Andrés elige para, multiplicándolo, diseccionándolo, aplicándole los métodos de la fusión y la fisión, en frío y en caliente, brindarnos todo un universo de seres singulares, resultados únicos tanto de la naturaleza como del arte. La figura de Fabritius sirve de pretexto a un recorrido detallista por la pintura holandesa de la época, pródiga en interiores de iglesias, salones con tapices, damas, traspatios; los juegos con la perspectiva nos introducen en los experimentos, tan en boga en su día, sobre óptica, espejos, linternas mágicas (que Jurgis Baltrusaitis presentó en su clásico Anamorphoses, de 1955), y a los que, impulsado por el auge de herramientas científicas como el telescopio y el microscopio, también se dedicó el pulidor de lentes Baruch Spinoza; y sobre todo: el material con que comercia el misterioso personaje del cuadro permite a Andrés abrumarnos de nuevo con su conocimiento caudal de la historia de la música, ofreciendo pormenores neuróticos sobre la madera empleada para elaborar guitarras o claves, el modo de extraer la mejor sonoridad a una viola da gamba, las costumbres interpretativas en el contexto de la época, el milagro nunca explicado que tiene lugar cuando alguien pulsa una melodía en una habitación vacía a medias.
Hay libros en los que uno querría vivir, a los que retirarse, como una cabaña en una ladera, para dejar atrás las estridencias del mundo. La Holanda que Ramón Andrés describe en estas páginas es uno de esos hogares: una burbuja de paz, aislada en la quietud perdida del intelecto y de la belleza, un delicado bibelot de cristal que hay que manejar con cuidado para que no se rompa. Un universo recogido en una cáscara de nuez: aquel en que la razón podía aspirar al infinito y la música era sinónimo de reconciliación de los contrarios.