Fernando Sánchez Calvo
Prefiero reseñar primero el nuevo libro, primero de relatos, de Fernando García Maroto, antes de enfrentarme a él en la entrevista que ustedes mismos podrán leer también en este blog. Por evitar prejuicios, más que nada.
Fernando García Maroto, matemático y profesor (ahí es nada) también es escritor. Hasta ahora había publicado tres novelas, a saber: La geografía de los días, La distancia entre dos puntos y Los apartados, muchas de ellas de temática negra, de tono pesimista y forjadas en general con el fuego y rescoldos de los nihilistas más importantes de nuestro siglo y del pasado (Onetti, Juan Rulfo, Lobo Antúnes). De todo ello (horror) podríamos deducir que Fernando García Maroto es un triste más pero, a diferencia de muchos, cuya melancolía se queda en mera pose, trasciende el dolor ya no para superarlo, sino también para comprenderlo. Chapeau por él, que afronta e intelectualiza las penas en lugar de regodearse en ellas, mal y frecuente signo en la literatura actual.
Es el caso de estos siete relatos, los cuales mezclan sufrimiento y humor (hasta ahora ingredientes-base en Fernando) con ternura, el nuevo elemento que a mi juicio suaviza y humaniza la prosa del madrileño.
El libro podría dividirse en dos partes según la temática afrontada. Por un lado, los tres primeros relatos, donde el mundo cultural y literario es el protagonista. Así, Indefensión recupera el mito de Circe para un lunático que prepara un asesinato por celos y Palabras mayores parodia el mundo de los concursos literarios desde el punto de vista de un escritor segundón que de repente se interesa por un compañero desconocido que, por dignidad, rechaza los premios cuando éstos quedan por debajo del primer puesto. El ruidito, seguramente el más borgiano y complejo de todos ellos, representa un juego literario de triple espejo donde un bibliotecario lee el testamento libresco de un tal Román Díaz, quien, a su vez, conoció a Horacio Oliveira, quién sabe si el mismo que protagonizó las páginas de Rayuela de Cortázar; el juego metaliterario (frío e intelectual en apariencia) no impide, no obstante, que se llegue a unas breves páginas donde la personificación de un ruido sirven de metáfora para toda la soledad humana que puede caber en un libro, que es mucha.
La segunda parte del compendio, o lo que es lo mismo, los cuatro relatos restantes, se antojan más mundanos, más pegados a la vida, al suelo y al infierno de la supervivencia. De este modo en La única felicidad un grupo de actores es contratado por un viejo con el fin de desahogarles en su propia cara las miserias más sonrojantes. En El blanco de los ojos, el más extenso de los relatos y quizás el mejor, el narrador rememora su relación con su hermano Pedro, quien, a partir de una experiencia dolorosa en su infancia, decidió no volver a llorar nunca más hasta el día de su muerte, firmada por el cáncer. La vida calcada nos presenta a una ama de casa de las de antes, doña Francisca, la cual, de manera inevitable, ha imitado e imitará el rol y la losa de la figura de la madre tradicional hasta límites insospechados para el lector.
El buscador infatigable (puro o impuro Cortázar) cierra de manera enigmática e híperbreve este compendio de relatos, perfectamente estructurados y pensados para que el lector más cerebral y el más sentimental se sientan igualmente atraídos por la prosa concisa, lacónica y dolorosamente sincera de Fernando García Maroto.
Hace menos de un año que se estrenó en este mismo blog con Los apartados, Premio Eutelequia de Novela. Ahora vuelve con su primer libro de relatos, La vida calcada, tras cruzar el charco para publicar con la editorial mexicana Paroxismo. Del cuento, la familia y otros nihilismos hablaremos a continuación.
Son sólo quince preguntas o flechas, no se preocupe. La vida calcada es su primer libro de cuentos. ¿Qué tal la experiencia y por qué siete?
El cuento es un terreno en el que, sin sentirme incómodo, me siento quizá un poco menos cómodo que en el de la novela, porque la exigencia del cuento es tremenda, casi más que la de la novela, y no admite distracciones ni fisuras; sin embargo, para mí es un placer enfrentarme a un cuento: cómo surge, cómo se va construyendo y cómo debe cerrarse, aunque pueda quedar abierto, que es otra forma de cierre. Por eso disfruto y espero poder seguir disfrutando escribiéndolos. En cuanto al número, ojalá pudiera argumentar algo más mágico, más imaginativo, menos prosaico que las imposiciones editoriales y decirle que tiene alguna otra justificación, pero mentiría.
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