Salvador Gutiérrez Solís
No me cabe duda de que sin los Ramones nos faltaría una pieza fundamental para completar el puzzle o mosaico de la historia reciente de la música contemporánea. Si en ellos, sin esta familia pelucona y eléctrica, tal vez un sinfín de bandas no habrían existido, o, como poco, habrían sonado de manera muy diferente a como lo han hecho. Pensemos en Smashing Pumkins, en Primitives, en Green Day o en nuestros Nikis, y así podríamos seguir enumerando bandas hasta rellenar un par de páginas.
Johnny, en su autobiografía, ejerce de lo que fue y por lo que todos los conocimos: un auténtico Ramone. Commando es su testamento literario y vital, su despedida, y como si se tratase de una canción de la propia banda, es breve pero intenso, directo, puro, sin edulcorantes ni conservantes, disparo a quemarropa, distorsión interminable, Gabba gabba hey!! Punk, de principio a fin.
Mi lectura de Commando puede entenderse como un virtual e inesperado ejercicio literario. Acababa de concluir la delirante La calle Great Jones de Don DeLillo, y si no me concentraba en lo contrario, muy difícil en determinados momentos, leyendo a Johnny creía que me encontraba ante una continuación de la novela citada, cuando no ante una milimétrica personificación de su protagonista.
Reservado, republicano –porque entendía que los demócratas pretendían ser demasiado simpáticos-, encanijado, observador, Johnny Ramone nos muestra sin ningún tipo de rubor o pudor la trastienda del rock. Las primeras noches en el legendario CBGD, los encuentros con Blondie, Warhol, Suicide, Televisión, Johnny Thunders o Lou Reed, sus visitas a Reino Unido, la admiración mutua por los Clash, el vigor del público español o italiano, la desazón que le suponía actuar en Francia, un país del que no le gustaba nada, los rincones más oscuros de los camerinos.
Más allá de la literatura, del estilo, de la técnica, el libro de Johnny Ramone es puro rock, punk total, sinceridad a flor de piel, un magnífico confesionario interior con ventana abiertas a nuestra curiosidad. La verdadera realidad de la estrella que no congenia con sus compañeros de banda, que entiende el ser un “ramone” como una inversión que le ha de procurar una cómoda jubilación. La cruda realidad de un tiempo devorado por la carretera, los decibelios y el punk.
Y con esa misma sinceridad y crudeza, Johnny Ramone analiza y califica la producción de su banda, disco a disco, y no es precisamente magnánimo o generoso en sus calificaciones; canciones maravillosas para muchos, para él no pasan de aceptables. Sinceridad, igualmente, a la hora de mostrar su propia enfermedad, que finalmente no pudo superar, con una naturalidad que te llega a escocer.
No hay que ser un “ramoniano” declarado para disfrutar Commando. En primer lugar, porque es una autobiografía –de una estrella del rock- que se distancia de buena parte de las que podamos encontrar, y que parecen seguir un mismo patrón: adicciones, turbulencias, chismes varios, -manual de instrucciones de- desintoxicaciones, nueva vida. Mérito de Johnny Ramone, que se aleja del personaje, o lo cuenta como si no fuera él, sin filtros ni censuras. En segundo, porque Commando es, desde un punto de vista formal, estético, me refiero al “objeto”, un libro deliciosamente editado, desde la portada a la contra. Cobija en su interior un espléndido álbum fotográfico de una calidad excepcional, tanto por su información como por su composición. Motivos más que suficientes para adentrarse en este Commando y descubrir las interioridades de una de las míticas bandas de la historia del rock: Ramones. Gabba gabba hey!!
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