Care Santos
La Navidad es odiosa, como todos sabemos. Es algo así como un secreto a voces, que pocos se atreven a reconocer. Tras muchos de sus rituales duermen nuestros peores temores. El disfraz de Papá Noel esconde en realidad a un ser execrable, que huele a ron y que trata de convencernos de la existencia de un hombre que vive entre hielo, que explota elfos y que trabaja sólo un mes al año. Por no hablar de los oscuros orígenes de su inmensa fortuna. Al regalar estamos apaciguando nuestro temor a no parecer poco, a dar lo bastante. Nuestra necesidad de ser amados. Esperamos una compensación, por eso nos inquieta recibir. Tal vez las tres corbatas mustias y los guantes forrados sean en realidad un espejo de nosotros mismos: así es como te ven los demás. La Navidad es un catálogo de inquietudes y terrores presentada bajo la dulce apariencia de un árbol cargado de "adornos como bombas" y tan lleno de bombillas que en cualquier momento podría incendiarse todo.
Las doce estampas que forman esta pequeña delicia (anti) navideña surgieron hace casi treinta años de la unión de talentos del escritor John Updike y el ilustrador Edward Gorey. El primero es una de las más críticas plumas de la contemporaneidad estadounidense, siempre dispuesto a cantarle las cuarenta al famoso american way of life y sus símbolos, entre los que el consumismo y la felicidad impostada (e impuesta) son dos de los más conocidos y exportados. Del segundo hemos conocido últimamente en español varias de sus obras, gracias a las ediciones de Libros del Zorro Rojo. Se trata de uno de los grandes de nuestro tiempo, inspirador de otros creadores, como Tim Burton; autor de obras que mezclan lo macabro con un peculiar sentido del humor y una muy pesimita visión de la realidad. En ocasiones, Gorey es tan terrible que resulta cómico, demostrando que en realidad dramatismo e hilaridad están en ocasiones mucho más cerca de lo que creemos. La provocación y la crítica siempre forman parte de sus trabajos. Nadie mejor que él podía ilustrar, pues, estas estampas navideñas de Updike. Por supuesto, se trata más que de un acompañamiento: es una obra a dos voces.
La próxima vez que se me ocurra ver Qué bello es vivir o Cuento de Navidad, procuraré tener a mano esta pequeña joya editorial. Como siempre hay que tener algo a mano para apaciguar los efectos de una comida copiosa.
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