Victoria R. Gil
Si La entrega pudiera medirse con la escala de Celsius, su temperatura estaría siempre bajo cero. No sólo por el frío de ese Boston invernal que atraviesa los huesos y entumece el alma (quien la conserve), sino también por su geografía humana, troquelada en hielo, y su estilo de escritura glacial y seco como un whisky escocés.
Dennis Lehane demuestra en esta historia que es un auténtico experto en retratar la cara más sucia y mísera de la sociedad. Sus bares son mugrientos, sus ladrones, estúpidos y sus putas, feas. La vida, en las novelas de Lehane, apesta. Y lo peor es que Bob, Nadia, el primo Marv, el detective Evandro Torres y, sobre todo, el misteriosamente desaparecido Richie Whelan, lo saben mejor que nadie. Por eso vivir les importa poco. Lo que cuenta es sobrevivir.
Y a eso se dedica Bob Saginowski, un insignificante camarero del Cousin Marv´s, el bar que antes fuera de su primo y ahora es la tapadera donde la mafia chechena blanquea el dinero de sus apuestas ilegales. Bob se aplica con esmero en cumplir la única ley que puede mantenerlo a salvo: vive y deja vivir. Hasta que el hallazgo de un cachorro de pitbull en la basura hará saltar por los aires ese mantra y vendrá a demostrar que la estupidez humana no tiene límites y que lo mejor que puedes hacer es no fiarte ni de tu madre. Si supieras quien es.
Lehane no necesita de extensas parrafadas para mostrarnos el paisaje suburbial de las clases bajas que habitan su novela: «Bob había perdido la cuenta de todas las caras que subían al metro, demacradas por la angustia, con ofertas de empleo estrujadas en los puños sudorosos. Hacía cola en Cottage Market mientras ellos contaban sus vales de comida y en el banco mientras cobraban los cheques del subsidio. Algunos tenían dos trabajos, otros sólo podían permitirse una vivienda gracias a los subsidios y otros cavilaban las penas de su vida en el Cousin Marv’s, la mirada perdida, los dedos aferrados a sus jarras de cerveza».
En este barrio obrero de Boston el fracaso te viene en los genes. Fracasan los negocios, fracasan los criminales y hasta fracasa la Iglesia, que anuncia el cierre de la parroquia que visita Bob semanalmente, arruinada por el coste de las indemnizaciones que los casos de pederastia le obligan a pagar. El propio Marv, líder de una antigua banda respetada en el barrio, perdió el bar, la banda y el respeto cuando la violencia de las nuevas mafias llegadas de un lugar aún más frío que Boston le demostró que no daba la talla mínima en brutalidad.
En ese bar traspasado por la ley del más fuerte, se reúnen ahora desempleados con el subsidio recién cobrado y alguna vieja fugada de la residencia para fumarse un cigarro y dejar a cuenta unos Tom Collins. Cualquier plan que se organice aquí, por fuerza ha de torcerse. Pero hay quien se empeña en no verlo.
Bob no. Bob lo ve todo y se lo calla todo. Bob es ese «buen tipo con quien se podía contar para que quitara la nieve del camino o invitase a una ronda, un tío legal, pero tan tímido que la mitad de las veces ni siquiera oías lo que decía, así que desistías, asentías educadamente con la cabeza y te volvías para hablar con otro». Y es el que un día salva a un pobre perro apaleado y se cree que, tal vez, con el chucho se salven otras cosas. Como la cordura. O la esperanza.
Con La entrega, Dennis Lehane ha reincidido hasta tres veces. Nació primero como relato, lo reescribió como guión de cine y finalmente lo transformó en esta novela corta, tan densa y amarga que la contundencia del golpe que propina es inversamente proporcional a su número de páginas. Precisamente el Festival de Cine de San Sebastián concedió este año a Lehane su premio al mejor guión por esta historia que se convirtió en la película póstuma de James Gandolfini, un primo Marv que seguramente soñaba en secreto con ser Tony Soprano.
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