Miguel Baquero
«Preparados, listos…», y antes de que den la salida ya ha escrito Juan Guinot cuatro páginas. El argentino (1969) es, seguramente, el escritor más rápido a este lado del idioma: en sus novelas, desde luego, se advierte una tensión, una velocidad, como seguramente ningún otro escritor hoy en día puede lograr; velocidad, por supuesto, en el mejor sentido, en el que no se confunde con "prisa".
Una novela como este Descenso brusco, por ejemplo, está centrada en sólo cuatro días, contados además en presente, con que el lector se implica de forma más directa en esa vivacidad. La acción, al quinto o sexto párrafo ya está prácticamente desencadenada, y a partir de ahí Guinot lleva al lector a la carrera —insisto en que no por torpeza, sino como recurso— de una a otra peripecia. Siempre desde el humor, Guinot emplea, para conseguir este nervio, junto con el presente, un lenguaje directo, con abundancia de expresiones espontáneas, algunas de ellas en argot o expresiones habituales argentinas. Todo ello —humor, narración en presente, lenguaje lo más fresco posible— que crea una agilidad, ya digo, que hoy muy pocos autores son capaces de sostener. Es como si el autor tomara al lector de la mano desde el principio y “¡corre, corre”, le retara a seguirle, y pasados los primeros momentos de sorpresa en que el autor se nos separa unos metros, luego consistiera en seguir detrás de él, a veces al galope, por donde quiera llevarnos.
El argumento, quizás, sea lo de menos, aunque, en consecuencia con esa alegría y ese buen ánimo que produce siempre el ejercicio físico, tenga una base absurda y esté lleno de momentos locos. Un avión está llegando a Barajas, y en su interior una niña no para de llorar, de pronto un misterioso pasajero se levanta, la toca en la frente y la deja dormida; cuando el avión toma tierra, el hombre misterioso toma su maletín de mano y sale, mientras el resto del pasaje espera, sin fruto, horas y horas, a que salgan sus maletas por la cinta distribuidora. Infructuosamente; y “la bebita”, entretanto, que no despierta; conque al fin el protagonista, después de atizarle una patada en donde puede suponerse a un perro policía que trata de interceptarle, sale a la calle en busca del misterioso personaje, y a las pocas páginas, como digo, ya le está buscando por las calles de Malasaña, siguiendo el rastro de otros personajes que aparecen por allí profundamente dormidos…
Novela delirante, podría decirse, en la que se van sucediendo los tipos estrafalarios, las situaciones irracionales, los episodios fuera de todo convencionalismo, el autor nos marca una parábola con la situación que ahora mismo está viviendo nuestro país, España, individuos que han (hemos) estado durmiendo confiados y que, de pronto, despiertan, descienden (despertamos, descendemos) bruscamente, a una situación fuera de control, llena de absurdos, de imprevistos… a la vida tal como un argentino, por ejemplo, la lleva viviendo desde hace mucho tiempo en un país de crisis perpetua y corralitos.
Así señala el autor la metáfora y es cierto que en algunos momentos hace referencia a la situación de nuestro país, y mirando alrededor se fija en pequeños detalles que a nosotros, habituados, pueden ocultársenos. Pese a todo yo, como lector, me quedo con la carrera. Con el hecho en sí de ir, como cuando éramos pequeños, corriendo de un sitio a otro y dando saltos entre medias, sin sentido, sólo porque nos sobra vitalidad. Seguir así al gamberro de Guinot por una aventura desparramosa que además de divertirnos nos llenará de buen ánimo. Sólo por eso hay que saludar la aparición de esta nueva editorial, Cazador de ratas, que con vocación de dedicarse a la novela negra aun en sus más transgresoras variaciones, con este título inicia su andadura.
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