Pedro M. Domene
La fotografía posibilita con su lenguaje nuevos conocimientos y comparte con la literatura una perspectiva universal. La relación entre literatura y fotografía se establece, esencialmente, desde la perspectiva de la narrativa, concepto o término con diversas connotaciones, porque se habla de ella como un recurso, conformado por un enunciado y cuya función consiste en relatar, es decir, contar una historia. Para esto es necesario que se establezca una comunicación entre dos entidades: uno transmisor de información y otro receptor para que el mensaje se propague por un canal. Los elementos indispensables que conforman la narración son la palabra y la imagen que permite contener una trama, en realidad, una historia que tenga un principio, un conflicto y una resolución final, y además enlaza con ese aspecto visual de la fotografía, tanto de información como mensaje, y entre una y otra relación, un acertado diálogo entre mirada y concepto.
La naturaleza de la literatura y de la fotografía pone de manifiesto la confluencia entre el concepto de arte y el concepto de industria, cuyos antecedentes se remontarían a la relación literatura-pintura. La literatura es un fenómeno artístico intelectual mientras que la fotografía forma parte de uno de los primeros productos de la sociedad industrializada. Ambas se integran y se complementan en un universo comunicativo pues su función es transmitir una idea, un mensaje, que daría lugar a dos tipologías textuales: la verbal y la icónica que, interrelacionadas, son capaces de construir realidades.
Para cada tiempo hay un libro es un pequeño volumen que contiene algunas curiosidades, tanto desde el punto de vista de la fotografía de Álvaro Alejandro reputado artista visual, nacido en México D. F. 1978, que nos abre los ojos con cierto asombro porque entrevemos más allá del texto del escritor, traductor y editor Alberto Manguel, nacido en Buenos Aires, 1948, que nos acerca a reflexiones y ofrece un pequeño homenaje a la literatura, dialogando con las fotografías de Alejandro y su atenta mirada a las variantes que una cámara ofrece a partir de esa relación con la lectura diaria o habitual, desde un libro abierto, un fotomontaje donde visualizamos todo lo relacionado con el mundo de los textos, ratoneras, mujeres desnudas, iconografías clásicas, variantes que nos seducen a la par que nuestra sensación de lectores. En cierta manera, Para cada tiempo hay un libro, es un homenaje, un auténtico registro visual y textual de ese pequeño objeto que forma parte de una sociedad tecnológica y de una cultura ancestral, y una invitación a imitar a esos locos llamados lectores porque, como él afirma, la relación entre el escritor y el lector es una cuestión de vida o muerte, solo si seguimos leyendo los libros de un escritor, vivirá y de lo contrario caerá en el olvido. Al hilo, Manguel ejemplifica su pasión con historias como las de Abdul Kassem Ismael, un gran visir de Persia que, en el siglo X viajaba con su propia biblioteca compuesta por 117.000 volúmenes a lomos de 400 camellos, o relata como en 1992 el ejército serbio bombardeó la Biblioteca Nacional de Sarajevo destruyendo más de un millón de ejemplares y unos cien mil manuscritos de incalculable valor. O, la menos curiosa demanda, en la ciudad de Metz, en 2005, donde una abogada había pleiteado con un colega porque, entre mayo de 2002 y diciembre de 2003, le había escrito más de 800 cartas de amor. Los libros, las cartas, los poemas, da igual, en realidad, como la propia vida, son para cada uno de nosotros tan distintos como diversos.
La fotografía de Álvaro Alejandro se convierte, en este pequeño volumen, en una fuente para la plasmación de la realidad, y adquiere esa dimensión artística complementada por la literatura de Alberto Manguel, que se vale de la técnica fotográfica del mejicano para incrementar así su actividad creadora, o su fuerza creativa.
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